El
Museo del Prado se abre a un diálogo con el arte actual a través de una
exposición de gran interés, que presenta y restituye en toda su complejidad la
figura de Fernando Zóbel (1964-1984), una de las personalidades centrales en la
España del siglo XX de lo que se conoce como «arte abstracto». Este diálogo
tiene su principal justificación en el interés y trabajo continuo con artistas
referenciales de la historia del arte, con aquellos a los que consideraba
«maestros», que Zóbel mantuvo a lo largo de toda su trayectoria.
Nacido
en Manila, en una familia española que poseía una importante industria de productos
textiles, Fernando Zóbel ya desde sus inicios fue viajando entre Filipinas,
España y Suiza. Aunque su familia se establece en Madrid en 1933, al inicio de
la Guerra Incivil volvieron a Filipinas, y allí todas las incidencias de la
Segunda Guerra Mundial les afectaron también intensamente. La etapa de
desarrollo individual específico tuvo una raíz relevante en su desplazamiento a
Estados Unidos en 1946 para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de
Harvard, donde obtendría la licenciatura en 1949 con una tesis sobre el teatro
de Federico García Lorca.
Los
viajes y la voluntad de estudio profundo de las experiencias humanas
determinaron toda su trayectoria, que ya a partir de su graduación
universitaria se despliega de un modo intenso en las prácticas del dibujo, los
grabados y la pintura. Su primera exposición artística tuvo lugar en Manila en
1953. En su horizonte de trabajo destaca también su interés por la arqueología
y la antropología. Entre sus lecturas referenciales están Claude Lévi-Strauss y
Walter Benjamin.
Su
primera exposición en España tuvo lugar en 1959 en Madrid, en la Galería Biosca,
que dirigía Juana Mordó. Y en 1961 decidió establecer su residencia definitiva
en Madrid, convirtiéndose en uno de los impulsores más relevantes de una nueva
concepción del trabajo artístico como práctica renovada y en busca de un nuevo
futuro. Ese horizonte se concretaría, tras un proceso de búsqueda en diversos
lugares de España, con su fundación en 1966 en Cuenca, del Museo de Arte
Abstracto Español, algo posible por la importancia creciente de las colecciones
que Zóbel había ido reuniendo, y por su sensibilidad acerca de la necesidad de
llevar también el arte del tiempo en el que se vivía a la institución museo. Un
dato significativo es que ya antes de establecerse en Madrid, había fundado en
1960 en Manila la Galería de Arte Ateneo, también una institución museística de
arte contemporáneo, a la que donó todas sus obras y las que coleccionaba de sus
amigos artistas filipinos.
El
rótulo «abstracción» marcaría la forma de ubicar y reconocer a toda una
generación de artistas que alcanzó un nivel de gran calidad en la segunda mitad
del siglo XX en España. Sin embargo, como ya he señalado en otras ocasiones,
considero que es un término inadecuado para lo que quiere expresar. Se extendió
desde Alemania en las primeras décadas de ese siglo por el resto de Europa y
después por Estados Unidos, hasta convertirse en referente general.
Pero
si pensamos a fondo la cuestión, la abstracción está presente a lo largo de la
historia en todas las variantes del gran arte. Como ejemplo, considero que no
hay una pintura con un grado de abstracción superior al que encontramos en Las
Meninas, de Velázquez. Con ello, a pesar del uso habitual como etiqueta del
término «arte abstracto», pienso que teóricamente lo más preciso es distinguir
entre arte figurativo y arte no figurativo, y es ahí donde se sitúa
el trabajo artístico de Fernando Zóbel.
Siempre
viajero, acuñó una sensibilidad transnacional. En sus raíces estaba el
mundo oriental, en sus variantes de meditación y expresión visual a través de
la escritura: llegó a aprender la caligrafía china. Y su perspectiva se abrió
también plenamente a los nuevos referentes culturales que fue conociendo es sus
estancias y viajes continuos a Estados Unidos y diversos lugares de Europa, así
como las otras raíces familiares contrastadas en España. Hay aquí, en él, en su
sensibilidad, algo sumamente relevante: la humanidad crece y se despliega en
esa dimensión transnacional, que nos permite superar las fronteras
cerradas de los nacionalismos.
El
final de su vida tuvo lugar precisamente en un viaje, cuando en junio de 1984
se desplaza a Roma, junto con su sobrino Peter Soriano, para visitar una
exposición, y allí fallece a causa de un infarto. Posteriormente, sus restos
fueron trasladados a Cuenca, donde se encuentran en la Sacramental de San
Isidro, un cementerio situado sobre la hoz del río Júcar, un motivo este último
que había centrado una de sus más bellas series de pintura.
La
notable exposición que vemos en el Museo del Prado, que constituye un nuevo
viaje póstumo a uno de los lugares que más visitó Fernando Zóbel, reconstruye
en profundidad todos los aspectos creativos y sensibles de su personalidad
compleja y siempre abierta al conocimiento y respeto de los otros. En una
anotación de 1963, Zóbel escribió: “Recojo mi tarjeta (núm. 342) de copista del
Prado. Lo esencial es que me da derecho a silla. Se me estaban acabando los
cuadros que por casualidad tienen asiento delante. Dibujar de cuadros es una
forma de verlos. Limpia los ojos y deja en el subconsciente las cosas más
imprevistas.”
Anotar
conceptos: escribir. Y también anotar dibujos: esas son las fuentes que dan
curso a las pinturas y al flujo de pensamiento de Zóbel. Todo eso está ante
nuestros ojos en esta muestra, en la que se han reunido 42 pinturas, 51
cuadernos de apuntes, y 85 dibujos y obras sobre papel, procedentes de
colecciones españolas, filipinas y norteamericanas. El recorrido se organiza en
cinco secciones: «I. El descubrimiento del pasado: de Cambridge a Manila», «II.
Dibujar pintando: caligrafía asiática y pintura abstracta», «III.
Conversaciones con los maestros», «IV. Imágenes dialécticas» y «V. Paisajes del
pasado y del futuro». Un recorrido que conduce a un complemento: «Zóbel: el ojo
cosmopolita», con caricaturas, carteles, fotografías, recortes de prensa,
materiales gráficos de exposiciones y libros, junto a un documental: «Memorias
del instante. Los cuadernos de Zóbel».
Me
parece decisivo, como síntesis última, recordar lo que Fernando Zóbel anotó en
1981, al situar el eje “más íntimo” de su obra en las palabras “enseñar y
aprender. Enseñar a ver y aprender a ver.” Fernando Zóbel: la
necesidad e importancia de saber ver, y para ello de viajar en los
espacios y en el tiempo, porque viajar es conocer.
* Zóbel. El futuro del pasado. Comisarios: Felipe Pereda y Manuel Fontán del Junco, Museo del Prado, Madrid. Del 15 de noviembre al 5 de marzo de 2023.
* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa, 18
– 24 de noviembre, pgs. 32-34. - Edición online:
https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20221123/fernando-zobel-vuelve-prado-pintar-grandes-maestros/719178150_0.html
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