La visión creativa
La
obra de Alberto Giacometti (1901-1966), una de las figuras más relevantes de la
vanguardia artística del siglo veinte, vuelve de nuevo a Madrid. Se trata, en
este caso, de lo que podríamos llamar una exposición “de cámara”, en la que se
presentan en torno a cien obras, todas ellas de pequeño formato: dibujos,
esculturas, obra gráfica y tres fotografías de carácter documental, procedentes
de la Fundación Giacometti, radicada en París. El resultado es excelente, y es
que a veces, cuando las cosas se hacen bien, una muestra que se sitúa en “lo
pequeño”, tanto por el número de obras como por el formato, puede servir
perfectamente para transmitir el horizonte creativo de un artista.
Cabeza sin cráneo (ca. 1958). Bronce, 43,3 x 7,8 x 10,8 cm.
Algo
que aquí se refuerza por el magnífico guión en la presentación de las obras
trazado por las comisarias, articulado en el concepto del título: El hombre que mira, y que se despliega en seis secciones: “Cabeza”, “Mirada”, “Figuras
de medio cuerpo”, “Mujer”, “Pareja” y “Figuras en la lejanía”. Y también por un
diseño de montaje cuidadísimo, a cargo de Gabriel Corchero Studio, que favorece
una presentación intimista y establece un cauce de proximidad de las piezas con
el público.
Es
verdad sin embargo, claro, que en El
hombre que mira no encontramos eso que suele llamarse “todo” Giacometti.
Por un lado, no hay obras de medio ni de gran formato. Y, por otro, excepto dos
esculturas, datadas en 1927 y en 1934, y tres dibujos, dos de ellos fechados en
1922-1925 y el otro en 1935, las obras seleccionadas van desde la segunda mitad
de los años cuarenta y los cincuenta hasta los años sesenta.
Annette (1962). Dibujo a lápiz, 23 x 20,8 cm.
El
complejo itinerario de este gran artista, de personalidad inestable y
torturada, se despliega a través de cambios y de una gran diversidad de
registros. Tras una estancia inicial en Italia entre 1920 y 1921, se instala en
París donde estudia y trabaja entre 1922 y 1925 con el escultor Antoine
Bourdelle (1861-1929). Se produce después, hacia 1930, su encuentro con los
surrealistas, un fecundo periodo creativo que termina de forma controvertida en
una ruptura con el grupo hacia 1934-1935. A partir de entonces vuelve a
trabajar con modelos y se centra en el estudio de su propia percepción, recibe
el influjo de una corriente filosófica entonces pujante en Francia: la
fenomenología, y el contraste entre las dimensiones materiales y las
percibidas, entre lo que percibimos grande siendo pequeño, se convierte en
motivo central de su trabajo. Algo más de una década después, a su vuelta a
París tras el final de la Segunda Guerra Mundial, se abriría una última etapa
que da curso a sus figuras en marcha, a una preocupación central por los
cuerpos y sus dimensiones, que es lo que resuena con más intensidad en esta
exposición.
Desnudo de pie copiado del natural (1954). Bronce, 54,1 x 14,3 x 20,1 cm.
Existe
un documento excepcional, una carta del propio Giacometti dirigida en 1948 al
galerista establecido en Nueva York Pierre Matisse, quien en el otoño de 1936
le había comprado su Mujer que camina (1933-1934),
y que le pedía una carta-prefacio con vistas a presentar sus obras ante el
público americano. Jean-Paul Sartre, con quien Giacometti mantenía entonces un
intenso contacto, señaló entonces que en ese escrito el encadenamiento de sus
fases creativas fijaba un retrato del artista como “buscador de lo absoluto”. En
la carta, en efecto, Giacometti hace un repaso a toda su trayectoria, y señala
que en su trabajo se produjo un gran cambio en 1945 a través del dibujo, que le
llevó “a querer hacer figuras más grandes, pero entonces, para mi sorpresa, no
eran tanto parecidas como largas y delgadas”.
Esas
líneas son claves para comprender el giro que experimenta la obra de Giacometti
a partir de los años cuarenta, y que constituye el eje que articula esta
exposición. El alargamiento de las figuras, el intento de expresar formas
dinámicas, el movimiento, tan característico de toda su última etapa, fluye
desde un proceso de liberación del dibujo de la mera mirada volcada hacia lo
exterior, dirigiéndose en cambio hacia las resonancias interiores de la visión
y el juego con las dimensiones y la escala en su proyección en la escultura.
Desnudo de pie I (1964). Litografía, 76,1 x 56,5 cm.
Ahí
se sitúa, también, el eje de las secciones de la muestra. En “Cabeza”, los
rostros, cabezas alargadas, remitiendo a personas reales, presentan sin
embargo, un efecto de extrañamiento, de distancia. En una entrevista de 1962,
Giacometti dice: “¿La semejanza? No reconozco a la gente a fuerza de verlos.” En
“Mirada”, nos vemos situados ante espejos de la representación, en los que los
ojos dibujados, esculpidos o insinuados nos miran fijamente, como si parecieran
estar preguntándonos qué y por qué miramos. En “Figuras de medio cuerpo”, hay
un juego con la escala entre proximidad y distancia: más que dimensiones reales
es la gente que viene y va, figuras que se perciben pequeñas al verlas por la
calle y que se tornan borrosas en la proximidad.
En
“Mujer”, apreciamos la actitud casi reverencial, hipnótica, ante el cuerpo
femenino, convertido en objeto de contemplación. Una actitud intensamente
marcada por el erotismo, y en la que Jean Genet encontraba una oscilación entre
la figura de la madre o la diosa, y la de la prostituta. En “Pareja”, se nos
habla no sólo de la pareja humana, sino de la diversidad de todas las formas
posibles de encuentro, como sucede con una simple línea que se mantiene en su
desenvolvimiento como trazo continuo. Por último, en “Figuras en la lejanía”,
la fragmentación y el alejamiento de los cuerpos y, sobre todo, su intenso
adelgazamiento es un intento de volcar en la representación cómo los percibe
nuestra mirada desde lejos.
Hombre sentado (1965). Bronce, 59,4 x 19 x 32,10 cm.
Con
todo lo dicho hasta ahora, pienso que resulta suficientemente claro el gran
interés de esta muestra: en su pequeñez y concisión, es una especie de laboratorio visual que nos permite ir
hasta el fondo del proceso creativo de Alberto Giacometti. Y subrayo la
importancia del término visual, porque
ahí se sitúa la clave de comprensión más importante del trabajo de Giacometti.
La suya es una inmersión sin límites, obsesiva, plena, en la interrogación del
alcance y los límites de la mirada que modula las formas, de la visión creativa. No es extraño, por
ello, que cuando en 1962 le preguntaron si esculpía por los ojos respondiera:
“Por los ojos. Únicamente por los ojos.”
*
Giacometti: El hombre que mira, comisarias:
Catherine Grenier y Mathilde Lecuyer; Fundación
Canal, Madrid, hasta el 3 de mayo de 2015.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.173, 7 de febrero de 2015, pp. 18-19.