Inmateriales
Pintar y ver el mundo
Tras su presentación en
Londres y en Berlín, he podido ver en París Panorama,
la gran exposición retrospectiva de Gerhard Richter (Dresde, 1932), que podrá
visitarse en el Centro Pompidou hasta el próximo 26 de septiembre. La muestra
es una auténtica delicia, un goce continuo para la vista y la comprensión
conceptual. En ella, a través de las diversas vías y variantes de la
trayectoria de uno de los artistas centrales de la escena internacional,
encontramos una especie de mapa de
los deseos, utopías y frustraciones de nuestra época. Lo más relevante en la
obra de Richter es que mueve a la
participación de quien mira, concibiendo la pintura como un proceso
abierto. De la dimensión perceptiva, visual, a la identificación y el
conocimiento, y de ahí a la implicación moral. Si en 1969 afirmaba que "la
pintura es un acto moral", ahora, en el catálogo de esta exposición,
subraya: "el arte nos muestra cómo ver lo que es constructivo y bueno, y a
tomar en ello una parte activa".
Gerhard Richter: Ema (Desnudo sobre
una escalera) [Ema (Akt auf einer
Treppe)] (1966).
Óleo sobre lienzo, 200 × 130 cm. Colonia, Museum Ludwig/Legs Ludwig
En su versión de París, que
ha contado con la complicidad de Richter para el montaje, se han seleccionado
cerca de 150 obras, desde los años sesenta hasta la actualidad, ordenadas en
diez secciones. El inicio, que coincide con los primeros trabajos de Richter en
los años sesenta, se sitúa en las "foto-pinturas", las cuidadas
reelaboraciones pictóricas de fotografías, con las que invirtió el gesto
emulativo del pictorialismo de la fotografía naciente. Un siglo después, es la
pintura la que "mira" a la fotografía, la que reconstruye, partiendo
de la supuesta inmediatez y fidelidad del acto fotográfico, planos mucho más
complejos de la representación y la mirada. También se remontan a los años
sesenta los paneles, piezas
escultóricas de metal y vidrio sin ningún tipo de intervención en el cristal,
de las que ha ido planteando distintas variantes y en las que suscita el juego
de la transparencia y la mirada, a la vez que recupera la problemática clásica
de la pintura como una ventana simbólica.
Gerhard Richter: 4 paneles de cristal [4 Glasscheiben] (1967).
Cristal y hierro, 190 × 100
cm. c/u. Herbert Foundation.
Resulta decisiva en Richter la
modulación plural de su trabajo, eso sí: siempre desde la pintura. A partir de
los años setenta se abre a un tipo de abstracción que combina la expresión
gestual y los monocromos. Ese interés por la abstracción toma un nuevo giro a
partir de los noventa que llega hasta hoy mismo, con el desarrollo de una
técnica personal que consiste en ir extendiendo sucesivas capas de pintura
sobre el cuadro utilizando una gran plancha de metal o vidrio con un soporte de
madera en forma de tabla. La pintura se difumina, expande y alcanza gamas
cromáticas y granulaciones completamente insólitas y llenas de dinamismo. En
los ochenta, reinterpreta de forma singular los géneros clásicos de la pintura:
el retrato, el paisaje, la pintura de historia. La interrogación ensimismada
del color, en la era de la producción industrial, se plantea ya en 1973 con una
obra como 1024 colores, que reproduce
sin más un muestrario de colores. Y se prolonga hasta uno de sus últimos
trabajos: Strip (Tira, 2011), que consiste en una sucesión horizontal de líneas de
colores, otro muestrario, en este caso de colores digitales.
Gerhard Richter: Junio [Juni] (1983).
Óleo sobre lienzo, 251 × 251 cm. París, Centre Pompidou.
Resulta perturbador y emocionante
ver en la exposición el ciclo de pinturas 18
de octubre de 1977 (1988), con el que Richter reconstruye la muerte en la
prisión de los miembros de la Fracción del Ejército Rojo, o Banda Baader-Meinhoff,
uno de los sucesos más traumáticos de la
historia reciente de Alemania. O el terrible Septiembre (2005), sobre el atentado contra las Torres Gemelas de
Nueva York, del 11 de septiembre de 2001. La violencia del mundo en el que
vivimos, violencia de masas, destrucción masiva, destella ante nuestros ojos en
el cristal de la pintura. Todo forma parte de una intención que despuntaba ya
en las foto-pinturas de los sesenta: una tarea de rescate de la imagen. Las noticias, lo que llamamos
"actualidad", aquello que despierta fugazmente nuestra atención,
quedan transcendidas, se convierten en "pintura histórica", en
interrogación plástica y moral de nuestra manera de ver y de sentir. Esta es,
en definitiva, la gran lección de Richter, en todas sus variantes: no dejemos
que el mundo se diluya ante nuestros ojos. Veamos.