miércoles, 25 de mayo de 2022

Exposición en Casa de México, Madrid

 Frida Kahlo: Volar de la vida al arte

Una exposición monográfica en Madrid de la artista mexicana Frida Kahlo (1907-1954) es todo un acontecimiento. Es una propuesta de síntesis, en la que una imagen fotográfica de Frida te recibe desde lo alto de la escalera de acceso al edificio de la Casa de México, y en cuyos escalones puedes ir leyendo, según subes, frases de su Diario. Por ejemplo: “AL FINAL DEL DÍA PODEMOS SOPORTAR MUCHO / MÁS DE LO QUE CREEMOS QUE PODEMOS.”

El hilo conductor de la muestra es un trazado en paralelo entre el arte y la vida como núcleo indisociable: dos elementos intensamente unidos en Frida Kahlo. En 1944 Frida comenzó a escribir su Diario, que tendría continuidad hasta su muerte en 1954, en el que los dibujos y el aliento pictórico se combinan con la escritura, fijando así en unidad los ecos y acontecimientos de la vida y el arte.

Para ella, el trabajo artístico y vivir eran una misma experiencia. Su vida fue muy compleja y difícil, con todo tipo de acontecimientos muy dolorosos y negativos, pero siempre mantuvo su deseo de vivir a través del arte. Esto escribió en su Diario: “La pintura me completó la vida, perdí tres hijos... Todo eso lo sustituyó la pintura.”

Instalación con los facsímiles de las hojas del Diario.

Procedentes en su mayor parte del Museo Dolores Olmedo de México, se han reunido 31 obras, que se unen en la presentación a 91 fotografías, una instalación con facsímiles de hojas del Diario de Frida colgados desde el techo, y dos vídeos documentales datados en 1938 y 1941 en los que entre otros podemos ver a Frida, Diego Rivera, León Trotsky y su esposa Natalia, o André Breton. Vida y arte unidos ante nuestra mirada.

Con la excepción de la litografía Frida y el aborto (1932), al parecer la única que la artista realizó con esa técnica, las obras que podemos ver, casi todas de pequeño formato, son pinturas y dibujos. En el montaje se articulan en cuatro secciones, que se van intercalando con las fotografías, los vídeos y los documentos. Sus títulos son: el retrato del otro: tradición y modernidad; dualidad: vida y muerte; alas rotas: dolor y esperanza; y naturaleza viva: identidad e intimidad. Como puede apreciarse, con ello se subraya la contraposición de lo uno y lo otro, de algo y su contrario, sin duda un rasgo bastante central en el trabajo pictórico de Frida Kahlo.

En las obras vamos viendo la autoafirmación del lenguaje pictórico de Frida, desde sus inicios más formalistas hasta los pasos que la llevarán a esa fusión de lo que vemos externamente con todo lo que se agita en su interior. Y siempre con un acento que subraya dónde se está: en la mexicanidad y en lo que experimentan las mujeres.

Creo necesario destacar especialmente la importancia de algunas de las pinturas reunidas, a través de las cuales podemos llegar a una visión de ese lenguaje pictórico interior, tan profundo, que Frida transmite. Me refiero a éstas: Retrato de Luther Burbank (1931), Hospital Henry Ford o La cama volando (1932), Unos cuantos piquetitos (1935), La columna rota (1944), La máscara de la locura (1945), Autorretrato con Changuito (1945) y El sol y la vida (1947).

Al fondo, Autorretrato con changuito (1945). Óleo sobre masonita, 56 x41,5 cm. 
Colección Museo Dolores Olmedo.

En todas ellas vemos registros y ecos de experiencias vividas, a los que se les da un giro para ir desde dentro a fuera, desde el espacio plano, asediado por las dificultades y el dolor, hacia la posibilidad de elevación: a pesar de todo, ir hacia arriba, poder volar, algo a lo que se alude con el título de la exposición. Y esa forma de concebir la pintura brota en diálogo con la necesidad de ir más allá, de concebir la vida como un proceso de liberación.

La vida de Frida fue, en verdad, intensamente convulsa. Ya en la infancia, contrajo una poliomelitis en 1913 y fue sufriendo después diversas enfermedades y lesiones. En 1925, con sólo 18 años de edad, viajaba en un autobús cuando se produjo un violento choque con un tranvía, lo que le produjo unos daños corporales que marcaron para siempre su existencia: fracturas en la columna vertebral, en la clavícula, en las costillas y en una pierna en once lugares distintos. Aunque en aquel momento se pensó que esos daños le podrían causar la muerte, salió adelante, pero eso sí: quedó afectada para siempre y tuvieron que realizarle 32 operaciones quirúrgicas a lo largo de su vida.

Al fondo, La columna rota (1944). Óleo sobre tela, sobre masonita, 39,8 x 30,5 cm. 
Colección Museo Dolores Olmedo.

Es entonces cuando comienza a pintar. Y unos años después: en 1928, conoce a uno de los grandes nombres del arte en México: Diego Rivera (1886-1957), con quien se casaría en 1929. Y esa relación también determinaría intensamente su existencia. Tras una situación más o menos estable, todo se complicaría a partir de las relaciones extramatrimoniales de Rivera, lo que llevaría a su separación en 1935 y al divorcio en 1939. Pero en noviembre de 1940 vuelven a casarse de nuevo. Esto es lo que ella misma manifestó: "Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo... El otro accidente es Diego."

No quedarse hundida en la caída, es imprescindible volar. Unida a un dibujo, esta es la anotación que podemos leer en uno de los facsímiles del Diario de Frida presente en la muestra: "Pies para que los quiero / si tengo alas para volar." Frida Kahlo: volar de la vida al arte.


Frida Kahlo: Alas para volar. Comisariado: Equipo de Cultura de Fundación Casa de México en España. Casa de México, Madrid. Del 7 de mayo al mes de noviembre de 2022.

* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa, 20-26 de mayo, pgs. 32-33. - Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20220524/frida-kahlo-volar-vida-arte/671683347_0.html

sábado, 21 de mayo de 2022

Exposición en la Fundación Canal, Madrid

El espejo fotográfico

Una notable y sugestiva exposición, que nos lleva a pensar directamente en el sentido de la galaxia fotográfica en esta época de intenso dominio digital, se despliega ante nuestros ojos. Se trata de una selección de 111 imágenes fotográficas, seleccionadas por Anne Morin, la comisaria de la muestra, en el archivo de la Howard Greenberg Gallery, radicada en Nueva York, y que contiene una de las colecciones de mayor importancia de impresiones fotográficas a lo largo de su historia.

Eve Arnold: Josephine Baker en Nueva York, tras 25 años de ausencia (1950).

La selección, que agrupa piezas de un número amplio de autores, algunos de ellos muy relevantes en el desarrollo y la práctica de la fotografía, no responde a ningún criterio de orden o de organización, sino a una forma de elección ocasional, y con ello se recogen situaciones y temáticas muy diversas. Eso sí, datadas a partir de 1900 las piezas seleccionadas nos dan una síntesis visual de distintas claves y espacios de la vida humana a lo largo del pasado siglo XX.

Lisette Model: Lower East Side, Nueva York (c. 1942).

La presentación en las salas no tiene un criterio cronológico, ni de agrupación por las técnicas empleadas en su producción, ni tampoco por los temas o cuestiones que reflejan. Las piezas se agrupan en pequeños espacios que integran tres o cuatro unidades, y según se afirma para dejar plenamente libres las miradas de los públicos para que cada uno pueda encontrar algo específicamente individual en las distintas piezas.

En mi opinión, sin embargo, un orden de presentación de las obras no tiene que ser necesariamente restrictivo, sino que puede dar una mejor orientación y encuadramiento a lo que vemos. Y eso es algo a tener en cuenta en una muestra que agrupa fotografías producidas con técnicas y formatos diversos. En todo caso, se trata de una ocasión para poder entrar, aunque sea parcialmente, en uno de los más relevantes archivos de la historia de la fotografía, lo que sin duda es todo un privilegio.

Arnold Newman: Georgia O'Keeffe y Alfred Stieglitz (1944).

En las imágenes seleccionadas vemos juegos, edificios, paisajes naturales, máscaras, personajes, calles... y de un modo intenso cuerpos y figuras humanas en distintas situaciones. Nuestra mirada se desplaza a través de esa diversidad de elementos que han tenido su existencia, y que vuelven a nosotros a través del tiempo en la síntesis fotográfica.

Hay también que señalar la presencia en ellas de un conjunto de personajes públicos que, con la excepción del político israelí David Ben-Gurión, se sitúan en el ámbito del espectáculo y de las artes, cuyas imágenes son en algunos casos muy conocidas y en otros no tanto. Entre esas imágenes, yo he podido ver a  Josephine Baker, Ingrid Bergman, Marcel Duchamp, Ígor Stravinsky, Robert Rauschenberg, Georgia O'Keefe junto a su marido Joseph Stieglitz, Brassaï, Robert Doisneau, William Burroughs, Jack Kerouac, Leo Castelli y Cecil Beaton.

En este punto, pienso que es importante señalar que la publicación editada como catálogo de la muestra, en la que las imágenes fotográficas están muy bien reproducidas, no recoge sin embargo todas las que están en las salas. Y en las que sí aparecen en la publicación se dan los títulos y los años originales de producción, pero no se especifican las técnicas utilizadas (que son diversas), ni las medidas (que también lo son). Es, por tanto, una publicación incompleta...

Edward Steichen: Las gemelas Baldwin para Vogue (1932).

La reunión de piezas en la exposición, articulada como un rompecabezas visual, nos permite poder apreciar los elementos centrales que dan a la fotografía su carácter especial a partir del proceso de producción técnica de imágenes que se abrió con su invención en el siglo XIX, con las obras de Niepce, Daguerre, Fox Talbot y Bayard.

Desde entonces y a lo largo de su desarrollo, lo que la fotografía permite es poder fijar la imagen, mantenerla sin que desaparezca por el paso del tiempo. Como ya indicó Roland Barthes, en su escrito La cámara clara (1980): “Lo que la Fotografía reproduce al infinito ha tenido lugar una sola vez: la Fotografía repite mecánicamente lo que nunca podrá repetirse existencialmente. En ella el acontecimiento no se sobrepasa jamás para acceder a otra cosa.” Sin duda esa fijación de la imagen se relaciona con el deseo de apropiación de la misma, de ese querer tenerla, del que habló Susan Sontag.

Helmut Newton: Georgette. Avenida René Coty, París (1980).

Aquí es también muy importante tener en cuenta el matiz que introduce otro de los grandes teóricos de la fotografía: Joan Fontcuberta, cuando nos habla de la falsa pretensión notarial de la fotografía al considerar la imagen fotográfica como una prueba de que lo que la imagen transmite “ha sido”, ha tenido lugar. Lo que Fontcuberta indica es que en la producción de cualquier fotografía interviene siempre una dimensión selectiva, de construcción.

Las fotografías son, en definitiva, imágenes dinámica y técnicamente construidas, y es ahí donde reside su verdad. Por todo ello es por lo que yo considero que la fotografía es un espejo de la vida, un espejo intervenido, construido, de las cosas y situaciones que vemos en la vida. 

 

Al descubierto. Obras seleccionadas de The Howard Greenberg Gallery. Comisaria: Anne Morin. Fundación Canal, Madrid. Del 22 de marzo hasta el 24 de julio de 2022.

* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa, 13-19 de mayo, pgs. 36-37. - Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20220519/espejo-fotografico-howard-greenberg-gallery/671183377_0.html

 

martes, 17 de mayo de 2022

Exposición de Guillermo Mora en Alcalá, 31

 Arte para ver y pensar

Tenemos ante nuestros ojos una innovadora y sugestiva exposición, en la que podemos apreciar una síntesis de la trayectoria del artista Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980), con una forma de presentación bastante distinta de las habituales. En la sala se presentan 39 0bras, que se complementan con un catálogo de la muestra, un objeto-libro que también hay que considerar como obra.

La presentación de las piezas, que van desde 2007 hasta la actualidad, no es cronológica, sino que se articula en un proceso de despliegue en comunicación con los espacios de la estancia, intensamente intervenidos por el artista. Con ello se busca propiciar una forma diferente de mirar las piezas, que permite alcanzar los matices que hay en ellas y un flujo de concentración.

Los espacios de la sala, tras la intervención de Guillermo Mora, son completamente diferentes. En primer lugar, se ha eliminado el muro anteriormente situado de forma frontal ante su entrada. Con ello, al entrar en el edificio podemos ver desde fuera el conjunto de la sala en una perspectiva abierta. Y ya dentro de la sala también podemos ver fragmentariamente desde allí, a través de la puerta de cristal del edificio, la luz y el movimiento de personas y automóviles en la calle Alcalá. Dentro y fuera...

Un puente para quedarse (2022). Instalación.

Pero además de esa intervención hay otra que determina aún más profundamente nuestra mirada, lo que vemos a través de ella, y cómo lo vemos. Se trata de la introducción de doce estructuras de gran formato, doce marcos rectangulares todos ellos pintados con una gama de colores diversos, que se desplazan desde el inicio hasta el fondo y de abajo a arriba de la sala expositiva de grandes dimensiones en la que se presenta la muestra.

Un puente para quedarse (2022). Instalación.

Y así, todo cambia: nuestra manera de mirar y de desplazarnos por la sala se transforma en un flujo abierto, en el que las sorpresas se estructuran a través de un marco de visión activamente innovador. Esto último es como poner un marco pictórico y escultórico en una estructura arquitectónica de carácter “palaciego”: el edificio, diseñado por el arquitecto Antonio Palacios Ramilo, se construyó entre 1930 y 1945, y fue sede de un banco antes de su utilización actual como sala de exposiciones.

Aquí llegamos a una cuestión clave: esa intervención, concebida como instalación artística, y como una de las 39 piezas que hay en la sala, tiene como título Un puente para quedarse, el mismo que se le ha dado a la muestra. Pienso que es importante destacarlo, porque esa instalación es en sí misma, con su gran formato, no solamente el marco de nuestra visión de todas las demás piezas sino también una síntesis de las características del trabajo artístico de Guillermo Mora a lo largo de los quince años en los que hasta ahora se despliega su trayectoria.

Dos casi cinco (2012). 55 Kg. de pintura acrílica, 
capas de pintura acrílica sujeta por gomas elásticas, 61 x 48 x 36 cm.

Lo que Mora busca y plantea es una concepción intercomunicativa de prácticas artísticas consideradas diferentes: pintura, escultura y arquitectura, algo que a través de la instalación podemos ver en todas las demás piezas, que llaman nuestra atención desde el suelo, en las paredes, en rincones de paso. Y así, al mirar de forma distinta, podemos llegar a ver y a comprender el pensamiento que se nos quiere transmitir.

Prototipo (2013). Técnica mixta sobre fragmentos de bastidores
de madera y bisagras metálicas. Dimensiones variables. Pieza móvil.

Encontramos piezas de pequeño formato de carácter escultórico elaboradas con más de 50 kilos de pintura acrílica sujetadas con gomas elásticas, fragmentos y restos de materiales de su estudio de trabajo, una serie de diminutas “estanterías” que son paquetes de libros y papeles, objetos escultóricos construidos con cintas de embalar, y un conjunto de tres collages elaborados con planos de papel monocromo fijados en la pared con grapas y que después se han ido desgarrando. Toda una reunión de piezas y materiales no figurativos que habitualmente no miramos, y sobre los cuales al recorrer este puente de la visión despiertan nuestra mirada.

Cabeza portátil (2017). Capas de pintura acrílica plegadas
y sujetas por cintas de cuero, 26 x 41 x 48 cm.

Los colores, los materiales y la articulación de las formas constituyen el núcleo plástico de las obras de Guillermo Mora. Pero junto a ello hay que señalar también la importancia del despliegue autobiográfico implícito en todas ellas. Un despliegue que puede apreciarse en sus títulos, que contienen algo así como “relatos interiores”, construcciones narrativas a partir de los materiales plásticos.

Podemos encontrar una plasmación central de esta cuestión en Siete veces yo (2022), una obra producida especialmente para esta exposición. Germán Mora nos da en ella la síntesis de un relato de siete días en los que fue dando forma a un conjunto de siete cilindros de papel grapado, con los colores con que se vistió durante una semana: columnas de papel tendidas y unidas en el suelo que con sus ecos de colores nos hablan del paso del tiempo.

Por eso, este “puente” es para quedarse: el trabajo artístico de Guillermo Mora nos incita a recorrerlo, para así pasar de simplemente mirar a ver y pensar.

 

Un puente para quedarse. Comisaria: Pia Ogea. Sala Alcalá, 31, MadridDel 28 de abril al 24 de julio de 2022.

* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa: 6-12 de mayo de 2022, pgs. 40-41. - Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20220515/guillermo-mora-arte-ver-pensar/669183078_0.html