Regenerar: volver a empezar
Causa auténtico asombro, y profundísima indignación, el extremo al
que ha llegado la corrupción política en España. Es, hablando con precisión,
una auténtica corrupción de régimen,
que afecta a las más diversas magistraturas del Estado.
Empezando por la familia borbónica (Sr. Urdangarín y Sra.), que ocupa la Jefatura del Estado sin que
medie una decisión ciudadana específica sobre ello, ni una elección concreta de
la persona que desempeña dicho cargo.
Siguiendo por fuerzas políticas de gobierno, como el pp y el psoe, con responsabilidades en el gobierno de la nación, en
gobiernos autonómicos y ayuntamientos. Con el caso especial, y particularmente
sangrante, de la familia Pujol en Cataluña. Sin olvidar los casos que afectan a
izquierda unida. Y, para llegar al
fondo, incluso los sindicatos: cc. oo.
y ugt, pensados para actuar en la
primera línea de la defensa de los derechos de los trabajadores.
No se podía caer tan bajo en tan poco tiempo, tan sólo 37 años después
de aquellas elecciones que en 1977 supusieron la restauración de un régimen
democrático en España.
Resulta obvio, en cualquier caso, que la gota que desborda el vaso
es lo que afecta al pp, el partido
que gobierna la nación con una mayoría absoluta. Las peticiones de
"perdón" de sus dirigentes tienen el tono de una invocación en el
vacío: cuando no pocos de los miembros de su cúpula directiva están imputados,
y la policía y los jueces hablan de la existencia de una "caja B" del
partido, pedir perdón debería ir acompañado de un ejercicio de responsabilidad
ciudadana: presentar la dimisión del Gobierno de la Nación y convocar
elecciones anticipadas.
La consciencia cívica de quienes desempeñan responsabilidades
políticas debería, en efecto, exigir un sentido de integridad moral, y si no se
ha cumplido así, si se ha faltado al mandato social, no basta simplemente con
pedir perdón: es necesario renunciar al cargo, dimitir.
Pero, ¿qué vendría después...? Todo se concreta en una palabra: regenerar, una palabra que plantea un
horizonte nada sencillo, pues en el fondo supone volver a empezar.
¿Cómo...?
¿Cómo...?
El punto de inicio del proceso debería ser la convocatoria de
elecciones en todos los niveles de la administración. Y, en función de la
crisis de régimen que vivimos, disolver las cámaras y convocar elecciones
generales anticipadas, haciéndolas coincidir con las ya casi inmediatas elecciones
municipales y autonómicas.
Los partidos políticos, antes incluso de formular sus respectivos
programas, deberían clarificar sus estructuras organizativas de un modo
plenamente explícito ante los ciudadanos, y asumir públicamente un código ético
preciso y desarrollado, que muestre de forma contrastada que en ningún caso las
prácticas de un partido puedan derivarse hacia ningún tipo de beneficio
personal, hacia prácticas de ocultación de actividades encubiertas con vistas a
favorecer intereses particulares. Lo único que legitima la existencia de un
partido político en una sociedad democrática es el objetivo de servir de mediación
social y organizativa para el cumplimiento de objetivos ciudadanos comunes, públicos.
Esto sería un primer paso. En segundo lugar, sería necesaria la
elaboración, presentación pública y compromiso de cumplimiento (con la promesa
explícita de dimisión en caso de que no fuera así) de programas políticos, que sitúen en primer plano el impulso y favorecimiento
del empleo, así como un salario digno, una atención sanitaria
segura, y una política de acción social puesta al día. Y junto a ello, y de
modo central, la propuesta de apoyo pleno a LA EDUCACIÓN y LA CULTURA PÚBLICAS,
concebidas como bien social. En este punto, decisivo, no basta con medidas
ocasionales, y mucho menos con el oportunismo habitual de los
"profesionales" de la política, por no hablar de la agresión brutal
sufrida a lo largo de esta legislatura en España...
La lucha por la verdadera democracia en España, y también en el
resto del mundo, sigue siendo hoy todavía muy larga. Atrévete a saber, el lema del pensamiento ilustrado, del periodo de
las luces, en el ya lejano siglo XVIII, que marca el punto de inicio del
itinerario, aún abierto, hacia el advenimiento de una sociedad verdaderamente laica, tiene hoy más actualidad que
nunca.
Sólo el conocimiento nos llevará a la libertad, a una sociedad de
derechos iguales y de individualidades diferentes. EDUCACIÓN y CULTURA
PÚBLICAS, con programas desarrollados y precisos en su aplicación, deben
plantearse como exigencia ciudadana a todos los partidos políticos en todas las
convocatorias electorales.
Sólo a partir de estas condiciones mínimas la regeneración de
la democracia podría realmente ser efectiva. Pasemos de la indignación a la
exigencia. Y no permitamos que ahora los mismos partidos y organizaciones que
han vaciado nuestra democracia utilicen sin más esa palabra para encubrir, con
un simple cambio de nombres y rostros, en una deriva meramente publicitaria, lo
que el sentido cívico de la palabra regenerar
debe siempre implicar: volver a empezar
de nuevo. Para eliminar y hacer inviable la reproducción de todo aquello que
condujo a la corrupción generalizada que nuestro sistema político presenta actualmente.