Cuerpos en movimiento
De verdad, impresionante. La gran exposición que
nos recuerda y trae de nuevo a Auguste Rodin (1840-1917) en el año del
centenario de su muerte es de una altura especial. Organizada en tres
secciones, articuladas todas a partir de su nombre: “I. Rodin expresionista”,
“II. Rodin experimentador” y “III. Rodin, la onda/ola de choque”, en ella se
presentan 332 obras, más de 200 de Rodin y el resto de otros artistas, desde la
época de Rodin hasta la actual, en las que se sitúan ecos y resonancias de ese
inmenso creador de formas en movimiento. Es oportuno indicar que los textos de
presentación de las tres secciones, en las paredes de las salas, están en
francés, en inglés y en español.
La mujer en cuclillas [La Femme accroupie] (hacia 1881-1885).
Escayola, 31,9 x 28,7 x 21,1 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin.
Dos
objeciones sobre la muestra, que no cuestionan su importancia y calidad, pero
que es preciso tener en cuenta. En primer lugar, considero que el número de
obras de otros artistas es excesivo y en algunos momentos produce un cierto
desenfoque en la reconstrucción de la trayectoria de Rodin, así como en la propia
recepción de su obra en el curso del tiempo. Además, en algunos casos las
asociaciones son discutibles. En segundo lugar, presentar las marcas e
inscripciones del escultor sobre fotografías de sus obras en pie de igualdad
con dibujos o esculturas no tiene sentido, ya que se trata de un registro
interior, íntimo, pero en ningún caso de obras.
Deslumbra
la intensidad, la fuerza interior, del trabajo de Rodin. Ya antes, pero sobre
todo a partir de ese proyecto seminal: La
Puerta del Infierno, en el que trabajó desde 1880 hasta 1890, y en el que
se inscriben algunas de sus esculturas más conocidas en su posterior
presentación autónoma, como El pensador,
El beso, o Ugolino. La Puerta del
Infierno fue concebida para atender el primer encargo público del Estado
francés a Rodin, con destino a un museo de artes decorativas que nunca se llevó
a término. Quedan, eso sí, diversas versiones de piezas en escayola, como la
que se presenta en la muestra, en este caso una impresión moderna en la que
faltan algunas figuras. El primer fundido en bronce de La Puerta del Infierno se realizó después de la muerte del artista,
entre 1926 y 1929, y está en Filadelfia, en el Museo Rodin de esa ciudad.
El beso [Le Baiser] (1881-1882).
Mármol, 181,5 x 112,5 x 117 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin.
La
mirada y la representación plástica de Rodin despliegan, en la fase inicial de
las vanguardias artísticas, una actitud que va más allá de las posiciones de la
tradición como réplica de la realidad exterior, de la naturaleza. Rodin
pretende ir “al fondo”, no quedarse en la superficie, como indicará
explícitamente en un texto de 1911: “Yo veo toda la verdad y no sólo la de la
superficie. Yo acentúo las líneas que expresan mejor el estado espiritual que
interpreto”. Y ese planteamiento es el que impulsa su búsqueda expresiva y experimental:
los procedimientos de repetición, fragmentación, reinserción, así como sus
ensamblajes y collages tridimensionales. La escultura plenamente libre, la
escultura atenta a la vida cambiante de la modernidad, se abre plenamente, de
un modo definitivo, con él.
Los
diversos soportes escultóricos, y de modo especial las piezas en escayola, nos
permiten apreciar en la muestra las obras más relevantes de Rodin, desde sus
inicios: primera versión de El hombre con
la nariz rota (1864-1865), hasta su última fase creativa: Nijinski (1912). Y entre ellas, piezas de tanto alcance como El Beso (1881-1882), Fugit
Amor (antes de 1887), El malabarista
o El acróbata (¿hacia 1892-1895?), La Ilusión, hermana de Ícaro
(1894-1896), el tercer estado de La caída
de un ángel (hacia 1895), Iris,
mensajera de los dioses (1895), el modelo grande de El pensador, la versión
ampliada de El hombre que camina
(1907), o la escultura con las manos enlazadas que lleva por título La catedral (1908).
El pensador [Le Penseur] <modelo grande> (1904).
Escayola patinada, 182 x 108 x 141 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin.
Como
sucede siempre con los grandes escultores, son también de un grandísimo interés
los dibujos de Rodin, con sus diversas técnicas y soportes. En paralelo al
trabajo en La Puerta del Infierno, se
sitúa el periodo de sus “dibujos negros”, un término acuñado por el también
escultor Antoine Bourdelle en 1908. Junto a ellos, hay una excelente selección
de dibujos posteriores de una gran fuerza plástica, y que nos permiten apreciar el nexo que une esculturas
y dibujos en Rodin, para mí la representación dinámica, en movimiento, de los
cuerpos.
Máscara de Camille Claudel y mano izquierda de Pierre de Wissant (hacia 1895).
Escayola, 32,1 x 26,5 x 27,7 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin.
El
propio Rodin afirmó: “El cuerpo es un molde donde se imprimen las pasiones”. Y Rainer
Maria Rilke, quien fue durante un breve periodo su secretario, caracterizó así
a Rodin en 1907: “Aquel a quien no le interesaba conocer el cuerpo en general,
el rostro, la mano –todo eso no existe–; sino todos los cuerpos, todos
los rostros, todas las manos. ¡Que
tarea inmensa es la que aquí se impone!” Y, ciertamente, su tarea fue inmensa:
dar a la escultura el movimiento, la fluidez de formas, que exigían los nuevos
tiempos de la modernidad.
La
manera de alcanzar esa cima expresiva fue situar como base el cuerpo, en su pluralidad de registros. Todas las obras de Rodin
son representaciones de cuerpos: humanos, de figuras míticas, o de ángeles. En
definitiva, cuerpos humanos. Que se
elevan y caen, que van y vienen, que marchan y se detienen, que se deslizan y
se aquietan. Cuerpos siempre en movimiento.
*
Rodin. La exposición del centenario; comisariado
general de Catherine Chevillot, Directora del Museo Rodin. Grand Palais, París.
Del 22 de marzo al 31 de julio de 2017.