miércoles, 31 de octubre de 2012
jueves, 25 de octubre de 2012
En torno a la exposición de César Martínez en Madrid
Inmateriales
Amor y tiempo
El Centro México Madrid
presenta, hasta el próximo 4 de noviembre, "El amor es eterno mientras
dure", una incitante muestra del artista mexicano, por más de un motivo
ligado a España, César Martínez (1962). Concebida como una especie de
"celebración" de sus cincuenta años, y por ello como una mirada
introspectiva hacia el paso del tiempo y el curso de la vida, Martínez ha
reunido una serie de obras, todas ellas realizadas durante este año, con una
insólita fuerza de evocación: se trata de un conjunto de lápidas con
inscripciones.
César Martínez: AMORtiguar
el dolor.
Mármol beige maya, 18 x 60 x 2 cm.
Para quienes puedan
sorprenderse por el soporte elegido,
conviene señalar que este artista ha utilizado materiales y formas de expresión
sumamente variados durante sus casi tres décadas de trayectoria profesional. De
sus dibujos iniciales pasó a utilizar fotomontajes de fuerte impregnación
irónica y de crítica política, propuso esculturas de cera que ardían,
consumiéndose durante el tiempo de exposición al público, y figuras también
escultóricas, realizadas en goma, que se inflaban y desinflaban ante la vista,
utilizando para ello un temporizador. Hay que mencionar también sus acciones o performances, casi siempre ligadas a
celebraciones rituales en las que el público reunido es invitado a comerse al otro, a comer figuras
elaboradas con gelatina o chocolate, por ejemplo.
Esta sumaria enumeración de
los registros del trabajo de César Martínez permite apreciar hasta qué punto la experiencia del tiempo y la
meditación en torno al mismo constituye una de sus preocupaciones centrales. De
modo que esta muestra, que él caracteriza como "una proApuesta de cementerio romántico apocalíptico pero sin
inquilinos", sigue incidiendo en el cuestionamiento de la duración, en una
consideración cargada de melancolía acerca de la inevitable fugacidad de la
vida humana y de todos los acontecimientos y procesos en los que ésta se
despliega. Eso sí, su " proApuesta"
está, a la vez cargada de humor e ironía.
César Martínez: El capital
del amor.
Mármol blanco de Carrara, 30 x 80 x 2 cm.
Las lápidas son piedras de
superficie plana que llevan inscripciones. Tienen que ver con la evocación de
personas fallecidas, y ése es su uso habitual en los cementerios, pero también
con el deseo de mantener en la memoria pública el recuerdo de personalidades o
acontecimientos relevantes para una comunidad. Es indudable que la utilización
de la piedra, con su dureza y consistencia, está relacionada con el deseo de
que la evocación y el recuerdo duren, permanezcan en el tiempo. La ironía de
César Martínez fluye a través de lo que inscribe en sus lápidas: por ejemplo,
elementos de crítica de la actualidad política, que desvelan lo pasajero de las
distintas cristalizaciones del poder humano, a pesar de las pretensiones
ilimitadas de quienes lo detentan. Crítica de la situación y de los partidos
mexicanos: "MÉXICO LINDO Y QUÉ HERIDO TE HAN CONVERTIDO EN UN
(PAN)TEÓN", "A(PRI)CALIPSIS NEVER AGAIN", pero también del
Tratado de Libre Comercio: "Tratado del libre comerse en América del Norte", o de la problemática situación
europea: "NE € UROSIS". Crítica, así
mismo, del racionalismo filosófico: "SIENTO LUEGO EXISTO - NO ME DESCARTES
DE TU VIDA".
César Martínez: Neurosis.
Mármol Travertino naranja, 30 x 65 x 2 cm.
Como
puede apreciarse, las inscripciones de César Martínez son juegos de lenguaje, en el sentido de apertura de los sentidos lingüísticos
que dio a esta categoría el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein. Pero, con
toda su carga alusiva, al estar grabadas en lápidas, sus inscripciones son ante
todo juegos de lenguaje con la muerte,
a la que, por su carácter inevitable, se despoja de toda solemnidad, en una
línea intensamente presente en la cultura mexicana, y desde luego en el arte y
en la literatura. Pensemos, por ejemplo, en la celebración del Día de los Muertos,
en la obra del gran grabador José Guadalupe Posada, o en Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
César Martínez: La eternidad provisoria.
Ónix blanco, 40 x 50 x 2 cm.
Humor,
crítica e ironía. Pero también melancolía. Porque el aliento que más
intensamente desvela el carácter apasionado de este artista de las palabras y
los flujos temporales es su invocación del amor, el desgarramiento entre el
deseo de un amor eterno y la
consciencia de su inevitable, humana, fugacidad. Es algo que puede apreciarse
en el título de la exposición, ya mencionado, pero también en inscripciones
como "LA VIDA ES AMORTAL"
o "AMORTIGUAR
EL DOLOR". La invocación del amor es así el verdadero núcleo de estos
"Epitadesafíos y Lapidiarios". Y aquí encontramos la huella de
Octavio Paz, al que el propio César Martínez recuerda. Pues si, como Paz
escribió, "no hay remedio contra el tiempo", el amor es precisamente
una respuesta al mismo, al ser "simultáneamente consciencia de la muerte y
tentativa por hacer del instante una eternidad".
jueves, 18 de octubre de 2012
Crítica del libro de Iria Candela
Iria Candela: Contraposiciones. Arte contemporáneo en
Latinoamérica 1990-2010; Alianza Forma, Madrid, 2012. 199 pgs.
Un arte que politiza
Para quienes venimos
siguiendo con interés y atención la cultura y el arte de América Latina desde
hace ya bastante tiempo este interesante libro de Iria Candela (Santiago de
Compostela, 1976), conservadora asistente en la Tate Modern de Londres, es una
grata noticia. Superados ya los tiempos en que se hablaba del "arte
latinoamericano", como si éste constituyera una realidad homogénea, y
también los discursos sobre "la identidad" que tanto lastraron las
prácticas artísticas en las distintas naciones latinoamericanas, se ha impuesto
definitivamente el reconocimiento de su pluralidad. Ése es, desde luego, el
planteamiento de Contraposiciones,
concebido como una aproximación a las obras de veinte artistas
latinoamericanos, de diversas nacionalidades, que tienen actualmente entre 37 y
57 años.
En lugar de aplicar un marco
de agrupamiento genérico, o de intentar hacer una selección de "los
mejores artistas", Iria Candela orienta su enfoque a la comprensión de
"las obras desde sí mismas",
teniendo en cuenta rasgos estilísticos y temáticos comunes, que serían
especialmente relevantes en la situación artística actual. Indica también que
su método de trabajo sería una "combinación de historia del arte y
práctica comisarial", aunque la lectura atenta del libro desvela que sus
referencias teóricas de fondo remiten al pensamiento filosófico francés
contemporáneo: Gilles Deleuze, Michel Foucault, Guy Debord y a la Escuela de
Frankfurt: Walter Benjamin, Herbert Marcuse (a quien, por cierto, llama
"sociólogo"?) pero sobre todo a la Teoría estética de T. W. Adorno, todos ellos habitualmente citados
de traducciones al inglés.
Escrito con un estilo claro y
transparente, que sin duda todo lector agradecerá, sin jerga, Contraposiciones proporciona una
magnífica vía de acceso a algunas cuestiones decisivas en las líneas de fuerza
del arte de nuestro tiempo. Lástima que la brillantez de la escritura se empañe
a veces por la reiteradísima utilización de la expresión "a nivel" y
las no pocas erratas que se han deslizado. Hay también alguna imprecisión, como
por ejemplo hablar de El final del
eclipse, como si fuera una exposición personal del artista argentino Jorge
Macchi ("su exposición", se dice, pg. 114), cuando se trata de una
exposición colectiva que presentaba obras de más de cuarenta artistas. Pero se
trata, como es obvio, de objeciones menores, de problemas que pueden ser fácilmente
subsanados en una nueva edición del libro.
Lo realmente interesante es
la frescura y profundidad en el análisis de las obras y propuestas. Si lo que
da unidad a su planteamiento, y justifica las obras y artistas seleccionados,
es la idea de que desde comienzos de la década de 1990 se habría generado
"una producción artística que ha recuperado ciertas estrategias de la
tradición del arte político" (pg. 165), eso no conduce a interpretaciones apriorísticas.
Al contrario, Iria Candela muestra en sus aproximaciones a las obras cómo éstas
adquieren "carácter político a través de su compleja configuración
formal" (pg. 21). Ésta es, en mi opinión, una cuestión central, pues pone
el acento en el carácter central de la
construcción plástica para que podamos hablar propiamente de arte, en lugar de las confusiones que
cada vez más propician la identificación reductiva de las propuestas artísticas
con el documentalismo o el activismo social.
A través de tácticas
estéticas muy diversas, utilizando distintos materiales y soportes, los
artistas seleccionados plantean con sus trabajos y actitudes una crítica tanto
del objeto artístico tradicional, como de su propio estatus como artistas. El
eje de toda la argumentación de Iria Candela se sustenta en la categoría contraposiciones, en plural, que
lógicamente da título al libro. Esa categoría nos habla del contexto social y
cultural en el que se sitúan las prácticas artísticas en América Latina, con
las importantes diferencias sociales que allí podemos encontrar: la coexistencia
de grandes fortunas y de la pobreza extrema. En el libro se nos recuerda que,
según datos de la CEPAL de 2009, uno de cada 3 latinoamericanos vive en la
pobreza (un total de 190 millones de personas), y el 13,4 por ciento (unos 76
millones) en condiciones de pobreza extrema.
A eso se enfrentan los
artistas, lo que hace inevitable un posicionamiento de carácter moral y
político, que implica plasmar en las obras y propuestas el desvelamiento y la
toma en consideración de esas grandes diferencias sociales, lo que se
concretaría, subraya Iria Candela, en que para ellos "toda idea de
consenso social que no contemple la diferencia carece de sentido" (pg.
19). Pero lo decisivo es que en todos los casos analizados: todos ellos
artistas de gran interés en su trayectoria, sus actitudes de contraposición se formulan a través de
rigurosos procesos de construcción plástica, en sí mismos también diversos y
plurales. De ahí la conclusión: "el arte de la contraposición ofrece no
tanto un arte político como un arte que
politiza" (pgs. 170-171). Estamos en las antípodas del "arte de
tendencia" y, desde luego, del mero panfleto. La acción moral y política
del artista sólo es efectiva y tiene auténtico alcance si se hace desde la
especificidad de la construcción plástica.
martes, 9 de octubre de 2012
Exposición de Imogen Cunningham en Madrid
Inmateriales
Ver a través del cristal
La Fundación Mapfre presenta
en Madrid una magnífica exposición de la fotógrafa estadounidense Imogen
Cunningham (1883-1976). Con 187 fotografías, muchas de ellas impresiones de época (vintage), es sin duda una de las muestras más importantes que se
han presentado no ya sólo en España, sino en Europa, de una de las grandes
pioneras de la fotografía artística. Impresiona, de verdad, poder apreciar en
estos destellos de luz y sombra la manera en que esta gran mujer independiente
y activa durante toda su larga vida es capaz de apropiarse con su mirada y su
cámara del flujo temporal retenido en el instante para ir más allá de su
carácter fugaz y convertirlo en imagen que perdura.
Imogen Cunningham: Tres bailarinas, Mills College [Three Dancers, Mills College] (1929).
Gelatina de plata, copia posterior, 17,8 x 21,8 cm.
Imogen Cunningham Trust, Lopez Island, Washington.
Como es sabido, hubo de pasar
casi un siglo hasta que la fotografía comenzó a ser aceptada como una más entre
las artes. Probablemente, la razón teórica más fuerte para ello fue su uso
generalizado en los ámbitos comunicativos y familiares. Según señaló con
lucidez Susan Sontag, fotografiar es un acontecimiento en sí mismo, y de ahí se
produce el paso a que cualquier acontecimiento se considere digno de
fotografiarse. A diferencia de lo que sucede en la tradición artística, en la
que se intenta plasmar y retener en la obra "el instante
privilegiado", en los usos públicos más comunes de la fotografía lo que se
produce es una indiferenciación en la representación de la experiencia: todo se
hace homogéneo, equivalente. Una deriva que se intensifica hasta el paroxismo
en las actuales redes digitales de comunicación social.
Imogen Cunningham orientó su
trabajo como fotógrafa, en los inicios del siglo veinte, justo en la dirección
contraria. Sus fotografías nos dan siempre un ajuste de la mirada en la imagen,
un alto grado de abstracción. Y con una plena consciencia de lo que buscaba. Ya
hacia el final de su vida, en 1968, y frente al reclamo comercial bastante
común entonces de "usted aprieta un botón y nosotros hacemos el
resto", se preguntaba: "¿Cómo puede luchar el fotógrafo serio contra
la utilización descuidada del medio?"
Imogen Cunningham: Autorretrato [Self-Portrait] (1906).
Platino, copia posterior, 12 x 16,4 cm.
Imogen Cunningham Trust, Lopez Island, Washington.
Uno de los tópicos más
habituales en las aproximaciones a su obra consiste en situar su
"modernidad" en las temáticas que abordó, sobre todo los desnudos y
las flores y plantas, que anticiparían lo que bastantes décadas después
encontramos, por ejemplo, en Robert Mapplethorpe. Pero eso es quedarse en la
superficie. La grandeza de la obra de Imogen Cunningham reside no tanto en el
"qué" sino en el "cómo". Las flores, las plantas, los
cuerpos desnudos, sus retratos, o sus maravillosas fotografías urbanas, son el
resultado de un intenso proceso de abstracción
de la imagen concreta. Un cuerpo, por ejemplo el suyo propio en su Autorretrato (1906) en el que aparece
desnuda sobre la hierba, se convierte en un foco de luz que se contrapone a la
gradación de sombras que lo rodean. El procedimiento de abstracción se hace aún
más intenso en Triángulos (1923), una
fotografía de formato reducido que es para mí una auténtica obra maestra, y en
la que el cuerpo femenino desnudo, en su fragmentación, se transforma en un
conjunto de figuras geométricas de luz y sombra.
Imogen Cunningham: Triángulos [Triangles] (1923).
Gelatina de plata, vintage, 9,5 x 7 cm.
Seattle Art Museum.
Hay que tener en cuenta que,
frente a las fórmulas reduccionistas y en último término banales que en tantas
ocasiones se utilizan como pautas de clasificación de las propuestas
artísticas, aunque no sean en realidad sino meras "etiquetas", todo arte, y no sólo el no figurativo, es abstracto. Y en esa dimensión, en su
fuerza para transcender el momento concreto, la imagen singular, en
representación abstracta, en imagen perdurable en el tiempo, reside el núcleo
de la relevancia artística de Imogen Cunningham. Sus fotografías son arte.
Imogen Cunningham: Autorretrato con Korona View [Self-Portrait with Corona View] (1933).
Gelatina de plata, vintage, 10,2 x 8,4 cm.
Imogen Cunningham Trust, Lopez Island, Washington.
Y lo son porque en ellas
advertimos, una vez y otra, que ver es saber mirar a través. El modo en que se
oculta a sí misma en sus autorretratos, o la manera en que juega con la
presencia de las figuras a través del cristal, las vitrinas de escaparates o
los espejos, nos llevan a la identificación del carácter huidizo y fugaz de las
experiencias vitales. Que, sin embargo, perduran en el universo de la imagen.
Cuando ésta se sitúa, eso sí, más allá de la inmediatez pragmática de la
comunicación y el consumo.
viernes, 5 de octubre de 2012
La democracia insuficiente
Consideraciones intempestivas sobre el mundo de hoy - 1
La democracia insuficiente
Etimológicamente, demo-cracia significa gobierno
o soberanía del "pueblo". Hoy diríamos gobierno o soberanía popular,
de la gente común, dado que pueblo nos remite a un contexto rural,
pre-moderno, que ya no existe, o a una peligrosa contracción de la pluralidad y
diversidad humana en el espejismo nacionalista de una supuesta identidad
utilizada como reclamo para rechazar al otro, al diferente. Muy lejos de la
soberanía de la gente común, vivimos hoy en la experiencia de una
democracia insuficiente, en la que los verdaderos poderes se ocultan, y
quienes dicen representar la soberanía popular actúan en función de otros
intereses que no son abiertamente conocidos ni problematizados o debatidos en
los ámbitos de discusión pública. Queremos democracia, más democracia, avanzar en
la soberanía popular, y no la utilización de la palabra, de la idea, para
encubrir el dominio de poderes que no se dejan ver. Pero que todos conocemos.
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