Inmateriales
Los ritmos de la línea
Ir a lo esencial, al
entramado básico sobre el que se despliega la representación plástica, es uno
de los aspectos más característicos y centrales del arte de nuestro tiempo. Y,
a la vez, esa búsqueda de lo esencial se conjuga intensamente, ya desde Paul
Cézanne, con la voluntad de expresar con pautas y figuras geométricas la
estructura constitutiva de lo que vemos y las formas en las que vemos. En su
nueva exposición en Madrid: Las líneas de
mi mano, que puede verse hasta el próximo 8 de diciembre en la Galería
Fernando Pradilla, Emilio Gañán (Plasencia, 1971) incide en esa dirección con
un conjunto de pinturas y alguna expansión
escultórica realmente estimulantes.
Gañán
propone un alfabeto geométrico que,
en lugar de resultar frío o distante, está lleno de pasión e intensidad
rítmica, todo él construido a partir de su maestría en la modulación de la
línea, en lo que se aprecia su habilidad como dibujante. En sus cuadros y
tondos las líneas cantan y bailan, dibujando los espacios de una geometría
dinámica cuya energía brota de las variaciones del color. En las líneas y en
los planos. Lejos de los planteamientos estáticos que propiciaron la deriva más
academicista del Cubismo, lo que vemos en estas obras es movimiento, dinamismo.
Hasta hacernos ver, sentir, que si podemos identificar figuras geométricas en
la estructura constitutiva de la naturaleza y de las formas de vida, éstas no
hacen más que moverse, desplazarse, girar sobre sí mismas. En definitiva, vivir.
Emilio Gañán:
Pharmakos I-II. (Díptico, 2012).
Acrílico y óleo sobre madera, 70 x 50 cm.
En
la propuesta plástica de Emilio Gañán encontramos el eco de lo que ya planteó
Vasily Kandinsky, en Punto y línea sobre
el plano (1926), donde indicaba que un complejo de líneas puede ser tratado
de dos modos diferentes. O se vuelve uno con el plano básico, la superficie
material que recibe el contenido de la obra, o se sitúa libremente en el
espacio. En la primera opción, las líneas se funden con el plano, se integran
matéricamente con la superficie que constituye el soporte. En la segunda, en
cambio, las líneas, aun insertas en el plano, poseen a la vez la capacidad de
librarse de él y así de flotar en el
espacio. Es esa, la segunda opción, la que Gañán aplica, consiguiendo todo un
juego de contrastes en los que las líneas, libres, fluyen y se desplazan,
flotan.
Movimiento
y dinamismo implican ritmo. Y, como ya señalé antes, si algo tienen las piezas
de esta sugestiva exposición es ritmo, canción y danza de las líneas. Ahora
bien, hablar de ritmo supone hablar de tiempo. En su "Confesión
creadora" (1920), Paul Klee escribió: "Cuando un punto se hace
movimiento y línea, ello requiere tiempo. Lo mismo ocurre cuando una línea se
desplaza para convertirse en superficie." Quizás el elemento de mayor intensidad
resida precisamente ahí: al desbordar la representación estática, el dinamismo
espacial de las líneas y figuras geométricas de Emilio Gañán introduce en
nuestra mirada el flujo del devenir, la temporalidad.
Emilio Gañán:
Bolero IV
(2012).
Óleo y esmalte mate sobre lienzo, 178,5 x 178,5 cm.
No
cabe duda de que este aspecto constituye el reto mayor de las distintas
versiones del constructivismo. La
madurez plástica de Gañán permite apreciar el diálogo que en sus obras se
mantiene, de un modo especial, con Piet Mondrian. Sobre todo, con el último
Mondrian, y por ejemplo con esa estructura plástica y llena de ritmo vibrante
que es su Broadway Boogie-Woogie (1942-1943). O
también con pintores nuestros tan admirables como Pablo Palazuelo o Jordi
Teixidor.
Emilio Gañán:
Implosión
(2012).
Acrílico sobre lienzo, 177 x 146 cm.
Eso sí, sin perder su
individualidad específica, su vertiente propia, que en Gañán conlleva sobre
todo un intenso aliento vital, una afirmación de optimismo, en contraste con
las incertidumbres y el derrotismo ambiental en que hoy nos debatimos. Gañán
pinta, hace cantar y bailar a sus líneas sobre el plano, para mostrarnos la
fuerza de la vida, para abrir nuestra mirada hacia el flujo imparable de la
existencia. Nada está quieto, y desde luego tampoco las líneas y las figuras
geométricas. Así que podemos ir más allá de lo que hay. El impulso de las
líneas abre no sólo la utopía de otro espacio, sino también de otro tiempo. Y,
en definitiva, dibuja la utopía de otro mundo, alternativo, diferente a éste
tan cerrado en sí mismo, tan destructivo, en el que hoy vivimos.