El fracaso de las imágenes
Tras dos décadas continuas de intenso trabajo, la obra de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) ha alcanzado un grado de calidad y madurez realmente notable. La suya es una voz plenamente singular en la escena artística actual, situada voluntariamente al margen de modas y de la tan frecuente tendencia a la repetición de motivos y formas expresivas que el mercado suele imponer. Una obra que ha ido creciendo a través del diálogo y el contraste no sólo con un importante acervo de imágenes de la historia del arte, sino también con muy diversas fuentes literarias, entre ellas, de modo especial, Georges Bataille, Thomas Bernhard, o Pierre Klossowski. Y también cinematográficas, particularmente Ingmar Bergman, Jean-Luc Godard, o Alain Resnais. Ese carácter singular de su obra ha hecho de él uno de los artistas españoles de mayor proyección internacional. Va siendo hora de intentar una especie de balance, de esbozar una reconsideración de las líneas de fuerza decisivas que han ido apareciendo y desarrollándose en su trabajo, desde sus inicios hasta ahora.
Un primer rasgo que puede señalarse es lo que podríamos llamar la proliferación expresiva de Bernardí Roig. Todo lo contrario del artista de una sola nota, Roig se expresa a través de una amplísima variedad de soportes y medios: el dibujo, la obra gráfica, la escultura, la instalación, el vídeo, el cine…, en contraste con la escritura, su propia escritura, que permite apreciar la densidad y los ecos conceptuales presentes en su trabajo. Ese carácter: multiforme, multimedia, de sus obras es, en sí mismo, un signo de contemporaneidad. El arte de nuestro tiempo, en la época del desarrollo acelerado de la tecnología de la imagen, se encarna en todo tipo de medios y soportes, es el resultado de intensos procesos de mestizaje e hibridación.
Hay, sin embargo, una curiosa excepción, que puede resultar llamativa a primera vista: la fotografía. Hasta hoy, Bernardí Roig no ha elaborado ninguna obra utilizando ese soporte, uno de los más extendidos en la cultura de masas y en el arte de nuestros días. Pero ello no quiere decir que no la utilice, que no la emplee, en la elaboración de sus obras. Al preguntarle sobre la cuestión, responde que la utiliza "como paso intermedio". Y agrega: "Siempre hago fotos de los modelos que voy a utilizar tanto para los moldes, como para los retratos a lápiz. Luego las olvido y van directamente al muro que hemos llamado almacén o registro de imágenes". Ese almacén o registro de imágenes en el muro es un repertorio de referentes visuales que Bernardí Roig guarda en la pared de su taller. Algunas son fotografías, imágenes, propias. Otras, recortes o materiales diversos de los medios de comunicación. Actúan, todas ellas, como depósito de memoria y como incitaciones para posibles obras, algunas llevadas a cabo y otras no. Además de ello, hay que mencionar también la utilización de la fotografía en los collages (2009), concebidos como "proyectos", y reproducidos en el catálogo de la serie de esculturas de luz Blow up [Ampliación] (Bruselas, 2010).
Bernardí Roig: La mort du peintre [La muerte del pintor] (1994).
Cartón, ceniza y grafito s. papel + hierro y tela, 45 x 218 cm.
Pero avancemos un paso más. La obra que se propone como punto de partida en esta exposición es La mort du peintre [La muerte del pintor] (1994), un dibujo de grafito sobre papel a tamaño real, que representa a un hombre tendido cuyas piernas están envueltas en una especie de vendas gigantes. Sobre esa obra dice Bernardí Roig: "Más que el cuerpo del artista lo que está herido de muerte es el cuadro… Es mi primer dibujo de exactitud extrema (por no llamarlo realista) e inicia una serie de grandes retratos, todos a lápiz". Creo encontrar aquí un elemento más de explicación acerca de por qué hasta ahora Roig no produce obras fotográficas, y que nos llevará además a desvelar lo que considero algunas claves centrales de su trabajo. El espacio estético de la fotografía, un tipo de representación que como señaló Roland Barthes testimonia que algo ha pasado: "esto ha sido", está ocupado en Bernardí Roig por el dibujo.
Es a partir de ese registro expresivo, a la vez mental y corporal, núcleo ancestral de la expresión plástica de la humanidad, de donde brota su diálogo con los registros y soportes multimedia de la cultura de nuestro tiempo. Los dibujos de Bernardí Roig tienen, en efecto, una resolución casi fotográfica, pero nacen no de la máquina, de la cámara, sino de la mano. En un texto, fechado en 1993 y publicado por vez primera al año siguiente, "Una cabeza es siempre una cabeza aplastada", Roig escribía: "Naturalmente, uno cree que una imagen se encuentra dentro de una cabeza, pero una imagen nunca se encuentra dentro de una cabeza, el pensamiento la aniquilaría. Realmente la imagen se encuentra en el interior del lápiz." En Bernardí Roig, la imagen se forma a partir de la línea, que es necesariamente abierta, siempre incompleta. En ese mismo texto, escribe también: "La línea es siempre más lenta que el pensamiento. Una mano es siempre una mano que tiembla. Una imagen es siempre una imagen mutilada."
De ahí sale todo, el conjunto de la obra de Bernardí Roig: los dibujos, las esculturas, de fuego y de luz, las instalaciones, los vídeos y películas, con la emoción, entre el reconocimiento y la incertidumbre, que provocan en nosotros. Todo sale de la línea. Del encuentro de los registros expresivos más interiores, íntimos, de los seres humanos con el prisma poliédrico de la imagen multimedia de nuestro tiempo. De su confrontación y reflejo. No se trata, además, de representar "descriptivamente" lo que se ve, no hay subordinación "mimética". La línea de la expresión en Bernardí Roig nos lleva no a lo que está fuera, sino dentro. Modula esa imagen interior, en su abierta multiplicidad, que como ya dijo André Breton constituye la determinación estética predominante del arte de nuestro tiempo.
La línea de la expresión en el trabajo de Roig es siempre abierta, tentativa, consciente de su carácter inevitablemente incompleto, lo que implica decir que se asume como una prueba, en el mismo sentido que encierra el denso y hermoso relato de Joseph Conrad La línea de sombra (1916-1917). En ese relato, según sus propias palabras, Conrad buscó presentar "ese instante en que la juventud despreocupada y ardida alcanza la época más consciente y conmovedora de la madurez". El paso de la juventud a la madurez supone una prueba y su superación, un salto, un paso adelante en la vida. Ahora bien, la cosa no acaba ahí. En realidad, la vida humana es toda ella un proceso continuo de pruebas, de confrontaciones con retos que deben ser superados, y por eso en realidad la línea de sombra aparece ante nosotros una vez y otra, como un límite a franquear, diversa en cada ocasión pero siempre la misma en su raíz y carácter. Somos frágiles, quebradizos. Nos vemos continuamente sometidos a pruebas que no siempre somos capaces de superar.
La línea de sombra: "El carbón es la materia con la que se traza la línea", escribe Bernardí Roig. La línea oscura, el trazo negro, gravita, en efecto, con modulaciones diversas, en los dibujos que nos muestran a figuras humanas dolientes, incompletas, mutiladas, tachadas. En las esculturas de fuego, que dejan fluir un incendio interior en el que nos consumimos, fuente de luz y a la vez origen de la ceniza, del polvo que volveremos a ser. Y con una inversión plena del color y su irradiación, en las esculturas de luz, encajadas, sobrecargadas, ensimismadas, aprisionadas, por los tubos de neón y por objetos de sentido incierto, aparentemente fuera de lugar. ¿Qué hacen ahí todos esos elementos y objetos? ¿No pasa lo mismo en nuestras vidas? Como se desvela de manera más explícita en los dibujos más tempranos con los juguetes pornográficos, esa contigüidad, interpenetración, entre los cuerpos y los objetos entraña una dimensión fetichista. Son un signo del peso, de la determinación, de todo lo externo que, más o menos inconscientemente elegimos y a la vez nos elige, y de lo que no podemos liberarnos.
Bernardí Roig: Light Dream [Sueño de luz] (2008).
Resina de poliéster, luces fluorescentes. Figura a tamaño real.
Todas las obras de Roig giran en torno a la representación de la figura, el cuerpo. Pero son siempre, aun en el caso de representaciones aparentemente estáticas, cuerpos y figuras que expresan un dinamismo, un estar en acción. En el fondo, lo que vemos es una escenificación, una puesta en escena, que nos remite al sentido barroco de la vida como teatro. En sus distintas piezas, la imagen es una síntesis escénica de la vida: todos somos actores en un drama. Es ésta una cuestión decisiva. Recordemos el gran auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca El Gran Teatro del Mundo (ca. 1635), en cuyas representaciones había dos puertas: la de entrada (puerta de la cuna) y la de salida (puerta del ataúd), que significaban entrar y salir de la representación, esto es: de la vida. Estas son las palabras, dirigidas al Autor, que Calderón pone en la boca del Mundo:
"Y para que desde ti
a representar al Mundo
salgan, y vuelvan a entrarse,
ya previno mi discurso
dos Puertas; la una, es la Cuna;
y la otra, es el Sepulcro."
(vv. 237-242).
En Binissalem, un libro publicado en 2002 y cuyo título es el nombre del pueblo donde Bernardí Roig vive y tiene su taller en Mallorca, leemos [con su pauta de estilo, en la que la i latina sustituye a la y griega]: "Todo lo que sale de donde estaba, de donde se generó, sale para morir. Un niño nace, entonces sale del vientre de su madre i sale para morir; una imagen habita en una cabeza, entonces sale de ella para habitar un lienzo i sale para morir. Eso, es el fracaso."
Fracaso: resuena aquí el eco de otro importante elemento de la sensibilidad barroca, la vanitas, representación de la fugacidad de la vida y de la belleza material, del carácter transitorio del poder, la riqueza o la posición elevada, un elemento que, con un amplio repertorio de imágenes, aparece una vez y otra en la obra de Bernardí Roig. Eso sí, con dos matices relevantes que nos conducen de la mentalidad del siglo XVII, de la época histórica del Barroco, a una sensibilidad de hoy.
En primer lugar, la idea de fracaso se concibe en Roig como fracaso de la imagen: "No deberíamos tener la osadía de crear un mundo de imágenes para vencer a la muerte, al fin i al cabo es una manera de condenarse con más certeza… pero no, uno se convierte en un hacedor de imágenes. Sí, eso es lo que pasa, uno hace imágenes con las que convive, que se le instalan cómodamente a uno en la cabeza i que sólo salen de ella para convertirse en un fracaso, para morir." (Binissalem, Galería Bores & Mallo, Cáceres, 2002, pg. 100). Si en la época histórica del Barroco las imágenes servían como representación de la vanidad de todas las cosas terrenales, del desengaño del mundo, lo que encontramos en Roig es la consciencia de que con ellas, aunque implícita o inconscientemente podamos pretenderlo, no podemos vencer a la muerte. De ahí que las imágenes en sus obras presenten en todo momento un signo de desajuste, de abatimiento: la imagen no puede servir como consuelo, como vía de reconciliación. De ahí, también, la elección del negro y el blanco, como colores básicos de expresión. Se trata de poner en pie una representación teatral, un mundo, en blanco y negro.
Por eso es necesario evitar el color. En el texto de 1993 ya antes mencionado, "Una cabeza es siempre una cabeza aplastada", Bernardí Roig escribe: "Para uno, el color ya no es pintura aplicada, es cosa. Entonces haces una imagen en un lienzo i sobrevives un día más a la muerte, pero quizás te precipites un día más a la locura." Y concluye: "El negro siempre es un gran despreciador del color." El negro, o el blanco, que cada vez ha ido ganando más peso y espacio en sus obras, y sobre el que este mismo año le decía a Antonio García Berrio: "En el blanco es donde yo reconozco la forma de conocimiento absoluto". Se trata de ser fiel a las imágenes, de no encubrir su carácter limitado: "En realidad uno se encuentra en la cumbre de su propia catástrofe i entonces amontona líneas i formas, pero nunca color. I con esas líneas i formas equivocadas, conducidas por el error i la fatalidad, uno amontona dolor, pero nunca color." (Binissalem, ed. cit., pgs. 100-101). Ya antes, en un texto datado en 1997 y publicado al año siguiente (Catálogo Brasas bajo cenizas; Palma de Mallorca, 1998, pg. 114), había escrito: "La pintura es una forma de ganarse la muerte." En el fondo, la muerte del pintor, y todas sus variaciones y encarnación en distintas figuras y personajes, es en Bernardí Roig una metonimia que nos habla no sólo de la muerte del cuadro, sino de la propia e inevitable muerte de las imágenes, ellas mismas también fugaces, pasajeras, a pesar de la ilusión que busca en ellas eternidad.
Lo relevante es que, siendo fugaces, a través de ellas nos reconocemos y conocemos qué es el mundo, qué nos cabe esperar de la vida. Lo que las imágenes nos dicen, en su fugacidad, en su vertiente de fracaso, según lo entiende Bernardí Roig, es que somos tan limitados, fugaces, quebradizos e incompletos, como ellas. Recordemos, de nuevo, a Calderón y El Gran Teatro del Mundo, las palabras del Mundo cuando ya va a terminar la representación:
"Corta fue la Comedia; pero ¿cuándo
no lo fue la Comedia de esta vida,
y más para el que está considerando
que toda es una entrada y una salida?
Ya todos el Teatro van dejando,
a su primer materia reducida
la forma que tuvieron y gozaron,
polvo salgan de mí, pues polvo entraron."
(vv. 1255-1262).
El otro matiz que nos lleva de la vanitas barroca a la sensibilidad de hoy en las obras de Bernardí Roig implica desvelar el carácter dual del signo y la representación de la muerte, indisociable de su opuesto, la fuerza y el impulso de la vida, de Eros. En todas sus obras, encontramos un fuerte aliento erótico, que se presenta a la vez cuestionado por un descreimiento, por una distorsión crítica e irónica de la imagen, en la que late la pregunta: ¿pero acaso crees que te vas a poder acercar, siquiera mínimamente, a eso que tan ardientemente deseas…? De nuevo, la idea de fracaso. Eros nos constituye, vivimos por Eros. Pero Eros es inseparable de nuestro signo mortal, de Tánatos, si queremos emplear el nombre de la otra figura mítica, su opuesta. Como afirma Sigmund Freud, en Más allá del principio del placer (1920), "la meta de todo lo que vive es la muerte".
Bernardí Roig: Last Dream [Sueño último] (2008).
Resina de poliéster y letras luminosas. Figura a tamaño real.
Pero, entonces, si no se acepta que las imágenes puedan servir de consuelo, como ilusión de permanencia, y si en último término con toda su carga erótica nos hablan de la muerte como desenlace inevitable, ¿dónde podemos situar su importancia para nuestra vida? ¿Para qué sirven las imágenes? ¿Qué nos dan las obras de Bernardí Roig? Creo que nuestras respuestas, nuestra línea de interpretación, deben avanzar tomando en cuenta lo que afirma Georges Bataille, precisamente uno de los escritores con quien Roig ha desarrollado un diálogo más intenso desde el inicio de su trayectoria. Bataille indica que "el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte" (en la conferencia: “L’érotisme et la fascination de la mort” [1957], Oeuvres Complètes Vol. X; Gallimard, Paris, 1987, p. 690). ¿Cómo podemos explicar esta aparente paradoja? Pienso que lo que Bataille desvela, sobre el fondo de nuestra fugacidad, es la persistencia, el carácter indestructible, del deseo.
Y esto, la representación, la puesta en escena de la acción del deseo sobre todo lo viviente, es para mí la clave última de sentido de la forma en que Bernardí Roig concibe y construye sus imágenes, sus piezas. Lo que yo encuentro en ellas, en esa fijeza obsesiva de sus cuerpos y figuras flotantes en la escena del mundo, es la llama y la luz del deseo, su persistencia, y a la vez el reconocimiento de su carácter incolmable. Vivimos porque deseamos. Transmitir esto en sus obras es lo que hace de este artista alguien único, lo que le confiere un carácter verdaderamente singular. Sus cuerpos y figuras nos llevan a una espiral de sentido: precisamente porque deseamos, y porque nuestro deseo no puede jamás alcanzar una satisfacción definitiva, la vida no acaba nunca.
Las palabras entre comillas atribuidas a Bernardí Roig que no remiten a una publicación concreta son comunicaciones personales del artista al autor de este texto.
PUBLICADO EN el catálogo Bernardí Roig: Verblendungszusammenhang [concatenación del cegamiento]; Museo de Arte Contemporáneo gas Natural Fenosa, La Coruña, 2012, pgs. 47-58.