domingo, 26 de marzo de 2017

Rodin: la exposición del centenario

Cuerpos en movimiento


De verdad, impresionante. La gran exposición que nos recuerda y trae de nuevo a Auguste Rodin (1840-1917) en el año del centenario de su muerte es de una altura especial. Organizada en tres secciones, articuladas todas a partir de su nombre: “I. Rodin expresionista”, “II. Rodin experimentador” y “III. Rodin, la onda/ola de choque”, en ella se presentan 332 obras, más de 200 de Rodin y el resto de otros artistas, desde la época de Rodin hasta la actual, en las que se sitúan ecos y resonancias de ese inmenso creador de formas en movimiento. Es oportuno indicar que los textos de presentación de las tres secciones, en las paredes de las salas, están en francés, en inglés y en español.

La mujer en cuclillas [La Femme accroupie] (hacia 1881-1885).
Escayola, 31,9 x 28,7 x 21,1 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin. 

Dos objeciones sobre la muestra, que no cuestionan su importancia y calidad, pero que es preciso tener en cuenta. En primer lugar, considero que el número de obras de otros artistas es excesivo y en algunos momentos produce un cierto desenfoque en la reconstrucción de la trayectoria de Rodin, así como en la propia recepción de su obra en el curso del tiempo. Además, en algunos casos las asociaciones son discutibles. En segundo lugar, presentar las marcas e inscripciones del escultor sobre fotografías de sus obras en pie de igualdad con dibujos o esculturas no tiene sentido, ya que se trata de un registro interior, íntimo, pero en ningún caso de obras.
Deslumbra la intensidad, la fuerza interior, del trabajo de Rodin. Ya antes, pero sobre todo a partir de ese proyecto seminal: La Puerta del Infierno, en el que trabajó desde 1880 hasta 1890, y en el que se inscriben algunas de sus esculturas más conocidas en su posterior presentación autónoma, como El pensador, El beso, o Ugolino. La Puerta del Infierno fue concebida para atender el primer encargo público del Estado francés a Rodin, con destino a un museo de artes decorativas que nunca se llevó a término. Quedan, eso sí, diversas versiones de piezas en escayola, como la que se presenta en la muestra, en este caso una impresión moderna en la que faltan algunas figuras. El primer fundido en bronce de La Puerta del Infierno se realizó después de la muerte del artista, entre 1926 y 1929, y está en Filadelfia, en el Museo Rodin de esa ciudad.

El beso [Le Baiser] (1881-1882).
Mármol, 181,5 x 112,5 x 117 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin. 

La mirada y la representación plástica de Rodin despliegan, en la fase inicial de las vanguardias artísticas, una actitud que va más allá de las posiciones de la tradición como réplica de la realidad exterior, de la naturaleza. Rodin pretende ir “al fondo”, no quedarse en la superficie, como indicará explícitamente en un texto de 1911: “Yo veo toda la verdad y no sólo la de la superficie. Yo acentúo las líneas que expresan mejor el estado espiritual que interpreto”. Y ese planteamiento es el que impulsa su búsqueda expresiva y experimental: los procedimientos de repetición, fragmentación, reinserción, así como sus ensamblajes y collages tridimensionales. La escultura plenamente libre, la escultura atenta a la vida cambiante de la modernidad, se abre plenamente, de un modo definitivo, con él.
Los diversos soportes escultóricos, y de modo especial las piezas en escayola, nos permiten apreciar en la muestra las obras más relevantes de Rodin, desde sus inicios: primera versión de El hombre con la nariz rota (1864-1865), hasta su última fase creativa: Nijinski (1912). Y entre ellas, piezas de tanto alcance como El Beso (1881-1882), Fugit Amor (antes de 1887), El malabarista o El acróbata (¿hacia 1892-1895?), La Ilusión, hermana de Ícaro (1894-1896), el tercer estado de La caída de un ángel (hacia 1895), Iris, mensajera de los dioses (1895), el modelo grande de El pensador, la versión ampliada de El hombre que camina (1907), o la escultura con las manos enlazadas que lleva por título La catedral (1908).

El pensador [Le Penseur] <modelo grande> (1904).
Escayola patinada, 182 x 108 x 141 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin. 

Como sucede siempre con los grandes escultores, son también de un grandísimo interés los dibujos de Rodin, con sus diversas técnicas y soportes. En paralelo al trabajo en La Puerta del Infierno, se sitúa el periodo de sus “dibujos negros”, un término acuñado por el también escultor Antoine Bourdelle en 1908. Junto a ellos, hay una excelente selección de dibujos posteriores de una gran fuerza plástica, y que nos  permiten apreciar el nexo que une esculturas y dibujos en Rodin, para mí la representación dinámica, en movimiento, de los cuerpos.

Máscara de Camille Claudel y mano izquierda de Pierre de Wissant  (hacia 1895).
Escayola, 32,1 x 26,5 x 27,7 cm. Musée Rodin, París. © Musée Rodin. 

El propio Rodin afirmó: “El cuerpo es un molde donde se imprimen las pasiones”. Y Rainer Maria Rilke, quien fue durante un breve periodo su secretario, caracterizó así a Rodin en 1907: “Aquel a quien no le interesaba conocer el cuerpo en general, el rostro, la mano –todo eso no existe–; sino todos los cuerpos, todos los rostros, todas las manos. ¡Que tarea inmensa es la que aquí se impone!” Y, ciertamente, su tarea fue inmensa: dar a la escultura el movimiento, la fluidez de formas, que exigían los nuevos tiempos de la modernidad.
La manera de alcanzar esa cima expresiva fue situar como base el cuerpo, en su pluralidad de registros. Todas las obras de Rodin son representaciones de cuerpos: humanos, de figuras míticas, o de ángeles. En definitiva, cuerpos humanos. Que se elevan y caen, que van y vienen, que marchan y se detienen, que se deslizan y se aquietan. Cuerpos siempre en movimiento.



* Rodin. La exposición del centenario; comisariado general de Catherine Chevillot, Directora del Museo Rodin. Grand Palais, París. Del 22 de marzo al 31 de julio de 2017. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.275, 25 de marzo de 2017, p. 21. 

domingo, 12 de marzo de 2017

Exposición de Lyonel Feininger en la Fundación Juan March, Madrid

   El juego de la expresión

Lyonel Feininger (1871-1956): un artista entre dos mundos, que va y viene. Nacido en Nueva York, sus padres –músicos alemanes– quisieron que se trasladara a Alemania, adonde llegaría en 1887, con tan sólo dieciseis años, para que pudiera completar allí su formación musical. Sin embargo, Feininger eligió la vía del dibujo y el arte, y acabaría convirtiéndose en una figura protagonista de la vanguardia artística alemana. Tras la llegada al poder de los nazis, y después de que sus obras fueran incluidas entre las que éstos calificaron como «arte degenerado», Feininger partió en junio de 1937 hacia Estados Unidos, donde viviría ya hasta el final de sus días. Ir y venir. Inestabilidad que expresa la terrible condición de la existencia humana en esa primera mitad de un siglo veinte desgarrado por las más violentas y destructivas guerras mundiales.

Los niños Kin-der: El famoso artista alemán Feininger presenta los personajes que va a crear.
En The Chicago Sunday Tribune, 29 de abril de 1906. Impresión fotomecánica, 58 x 89 cm. 
© Moeller Fine Art, Nueva York. © VEGAP, Madrid, 2017.

La excelente exposición de la Fundación Juan March, primera retrospectiva en España de este artista, permite una reconstrucción sumamente completa de una trayectoria creativa que, en ese ir y venir, se abre también a los registros plurales que los nuevos soportes expresivos fueron propiciando desde el último tercio del siglo XIX, con la expansión de la tecnología y la formación de las grandes ciudades. Con cerca de 400 obras y documentos, la muestra nos permite apreciar esa pluralidad de soportes artísticos en los que Feininger desplegó su expresión: dibujante, caricaturista, pionero del cómic, grabador, fotógrafo y pintor.

Zirchow VII (1918).
Óleo sobre lienzo, 80,7 x 100,6 cm. National Gallery of Art, Washington. © VEGAP, Madrid, 2017. 


Sin olvidar su interés en la fabricación de maquetas (trenes, barcos), de muñecos, de marionetas. O su permanencia en la música. Registros que, en conjunto, nos permiten considerar los ecos, reflejos y afinidades existentes entre Lyonel Feininger y Paul Klee, con quien compartiría espacio y años de trabajo en la Bauhaus. Es importante también mencionar la gran calidad de las dos publicaciones editadas con motivo de la exposición: además de un magnífico catálogo en gran formato y con textos de diversos especialistas internacionales en la obra de Feininger, la traducción y edición semifacsímil del libro Lyonel Feininger. La ciudad en los confines del mundo, cuya edición original al cuidado de uno de sus hijos: T. Lux Feininger, apareció en 1965.

La euforia de la victoria [Siegesrauch] (1918).
Tinta, acuarela y aguada sobre papel, 34,6 x 30,6 cm. The Museum of Modern Art, NY. © VEGAP, Madrid, 2017. 

En mi opinión, la raíz de todo el juego expresivo de Feininger se sitúa en el dibujo, donde alcanza sus cotas artísticas más elevadas, y que se despliega, en proyección, en sus acuarelas y estampas. Dibujo que dialoga con un mundo en transformación, el de las grandes ciudades y los viajes y desplazamientos, y que por ello debe abrirse al más intenso dinamismo de la expresión, en lugar de situarse en la estabilidad y en la quietud. El alargamiento de figuras y formas, la desmesura grotesca de personas y edificios en la gran ciudad, nos muestran en un giro expresionista el eco interior de lo que pasaba “fuera”. Todo ello se aprecia en las piezas para las revistas ilustradas y en las tiras cómicas de un Lyonel Feininger irónico y “caricaturista”, que comenzó a tener un reconocimiento público en esos ámbitos a partir de 1906.
Retrospectivamente, en una carta del 2 de julio de 1946, el propio Lyonel Feininger escribió: “Cuando allá por 1907 me puse a pintar mi primer cuadro, no era aún más que un caricaturista, y vagos mis objetivos en la pintura al óleo. Parecía que mi única salida era el cartel. O, para ser más exactos, mi ideal era crear cuadros con objetos silueteados”. A partir de esa consideración, Feininger sitúa el núcleo de la pintura en “la distribución de la estructura espacial” y, en lugar de modular el color al modo de la fotografía, en ir a la busca de “formas puras”. Claves éstas que nos permiten apreciar la intención que predomina en su pintura: la representación dinámica de las formas en sí mismas (y aquí, además del impacto que le causó el cubismo, “resuena” la correspondencia de las formas con los modelos y las maquetas).

Sin título (Cristales rotos) (1927).
Óleo sobre lienzo, 72 x 70 cm. Colección particular. © Moeller Fine Art, Nueva York. © VEGAP, Madrid, 2017. 

Pero lo decisivo, para Feininger, sería no ponerse demasiado “serios”. Cerca ya del final de su trayectoria, en una carta del 5 de diciembre de 1954, dirá de manera tajante: “No es bueno permitir que todo lo que nos divierte desaparezca de nuestras vidas.” Y aquí encontraríamos la explicación última del trabajo artístico de Feininger, de su pluralidad de soportes, de su alejamiento de lo solemne, y de su atención a los juguetes. En todo momento, Feininger juega a través de la expresión.

Sin título (La ciudad en los confines del mundo) (1925-1955).
Conjunto de 68 piezas de madera tallada y pintada. Medidas variables. © Moeller Fine Art, Nueva York. © VEGAP, Madrid, 2017.

En ello podemos percibir un eco de lo que Friedrich Schiller afirmó en 1795, al caracterizar el juego como espacio de expresión de todos los seres humanos cuando somos niños, y manifestación de un impulso formal que todos poseemos, aunque ya adultos éste sólo en ciertos casos se desarrolla en las artes. Así que el ir y venir de Feininger se sitúa también en el juego, en el que siempre se mantuvo.
Sus obras transmiten la herencia de la libertad expresiva del romanticismo, pero que en Feininger, en el contexto del expresionismo, de las grandes ciudades y de los viajes, se conduce hacia el autocuestionamiento y la broma. Hacia el juego liberador. Que en último término desvela el niño que nos habita, el niño que todos llevamos dentro a lo largo del curso de la vida. Y que en las obras de Lyonel Feininger alienta con intensidad en todo momento.


* Lyonel Feininger (1871-1956); equipo curatorial dirigido por Manuel Fontán del Junco. Fundación Juan March, Madrid. Del 17 de febrero al 26 de mayo de 2017.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.273, 11 de marzo de 2017, pp. 20-21. 


domingo, 5 de marzo de 2017

Exposición de Lewis Baltz en la Fundación MAPFRE, Madrid

Rastros humanos 

¿Qué hay debajo del mundo en el que vivimos…? Esta cuestión radical puede situarse como eje principal de toda la trayectoria creativa de Lewis Baltz (1945-2014), uno de los fotógrafos más interesantes de la segunda mitad del siglo veinte. En su obra se aprecia con intensidad hasta qué punto la fotografía no puede, sin más, reducirse a una especie de “prueba”, o constatación de lo real, por medio de la imagen.
Nacido en Newport Beach, una ciudad del sur de California, Lewis Baltz comenzó a tomar fotografías apenas con once años. Poco a poco y, según él mismo señaló, a partir de la influencia de Robert Frank con su libro The Americans, y sobre todo de Edward Weston, fue desarrollando una línea de trabajo en la que intentaba plasmar su mirada, a través de la cámara, en los paisajes del Oeste de Estados Unidos.

Mirando al Nordeste desde la Colina Masónica [Looking Northeast from Masonic Hill(1978-1980).
Gelatina de plata, 20,1 x 25,4 cm. Deichtorhallen Hamburg / Falckenberg Collection. © The Lewis Baltz Trust. 

Pero, en lugar de quedarse “en la superficie”, Baltz fue situando esa mirada en un registro topográfico, tratando de mostrar aquello que habitualmente no vemos, los estratos ocultos, intentando desvelar las grietas de la naturaleza desgarrada por la acción de los seres humanos. Su obra empezó a ser reconocida en el ámbito profesional precisamente a partir de su inclusión en una exposición: «New Topographics», hoy histórica, que tuvo lugar en Rochester, Nueva York, en 1975.
Hasta 1989, Baltz registra con su cámara todo tipo de espacios sin presencia de seres humanos, pero en los que las huellas de su acción resultan patentes: paisajes de pequeñas agrupaciones urbanas fuera de la ciudad, y paisajes desolados, desérticos, habitados por escombros y desechos. Su modo de fotografiar busca la máxima precisión del detalle, y sus fotografías, en blanco y negro y de pequeño formato, se organizan a lo largo de todo ese periodo como una construcción articulada, como un conjunto de secuencias.

Cerca de Reno nº 11 [Near Reno no. 11(1986-1987).
Gelatina de plata, 20 x 25,5 cm. Centre National des Arts Plastiques, París. © The Lewis Baltz Trust.

En 1989, Lewis Baltz decide abandonar Estados Unidos e instalarse en París, alternando más tarde su residencia entre esa ciudad y Venecia. Su obra registra a partir de entonces una intensa transformación formal, utilizando el color y grandes formatos. La mirada sobre los paisajes desgarrados gira desde entonces hacia otra “topografía”, la de las marcas no visibles del poder. Esas marcas se advierten en sus series sobre las sedes de empresas tecnológicas y del capitalismo financiero, vídeos de vigilancia, imágenes de neurocirugía, cableados de ordenador y ciudades nocturnas genéricas. Un mundo, el de ahora mismo, en el que el urbanismo como materialización del poder se combina con la expansión creciente de las redes de comunicación y la materialización de la sociedad del espectáculo.

Corso del Lavoro, de la Serie Ciudades de Noche Genéricas [Generic Night Cities(1992).
Cibachrome, 101,6 x 68,5 cm. Colección Particular y Gallery Luisotti, Santa Monica, California© The Lewis Baltz Trust.

Todo ello, esas dos fases diferenciadas, puede seguirse en esta excelente exposición, la primera de Lewis Baltz en España y la primera retrospectiva internacional desde su fallecimiento en 2014, en la que se presentan unas 400 fotografías y un vídeo de 65 minutos de duración: «End to End» [«De principio a fin»] (2000), sobre la región italiana de Emilia-Romaña.

Ronda de Noche [Ronde de Nuit(1992-1995).
Cibachrome, 12 impresiones. Instalación, 200 x 1.197 cm. Colección Particular. © The Lewis Baltz Trust.

Lewis Baltz sitúa en todo momento sus fotografías más allá de todo “preciosismo”, fuera de cualquier tipo de utilización ornamental. En su caso, la fotografía es ante todo cuestionamiento, pregunta: ¿qué hay por debajo de las cosas? Y, además, Baltz es fotógrafo, pero no sólo fotógrafo: la literatura, el cine, el arte, están en el trasfondo de su trabajo. Él mismo señaló el impacto que en su juventud le causaron Jorge Luis Borges, o la película de Michelangelo Antonioni El desierto rojo. Y parece clara su confluencia, o paralelismo, con las posiciones del Land Art, con esa consideración de la naturaleza asediada que constituye el núcleo de la obra de Robert Smithson.
En definitiva, Lewis Baltz nos transmite, en sus secuencias de imágenes, una narración abierta que nos habla de los rastros que inevitablemente dejamos: los hombres pasaron por allí. O, en sus propias palabras: el paisaje humano es una “autobiografía involuntaria”.


* Lewis Baltz; comisario: Urs Stahel; Fundación MAPFRE, Madrid. Del 7 de febrero al 4 de junio de 2017.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.272, 4 de marzo de 2017, p. 24.