Picasso-González: El vuelo de la escultura
Estamos
ante una de las primeras exposiciones organizadas en relación con el
cincuentenario de la muerte de Pablo Picasso, que tuvo lugar el 8 de abril de
1973. Se trata de un proyecto que tiene también un carácter de merecido homenaje
a Tomàs Llorens, uno de los más relevantes profesionales en el ámbito
institucional y crítico del arte contemporáneo, que había ido preparando
meticulosamente sus estudios sobre los ámbitos y claves de proximidad entre
Picasso y Julio González en el despliegue de la escultura como práctica
artística con vistas a la realización de esta exposición, pero que
lamentablemente falleció en junio de 2021. Utilizando todos los materiales: pensamiento,
textos y notas que Llorens dejó disponibles, su hijo Buye ha asumido la tarea
de concretarlos en esta muestra.
Pablo Picasso: Proyecto para un monumento a Guillaume Apollinaire. París, otoño de 1928. Alambre y chapa, 59,5 x 13 x 32 cm. Musée National Picasso, Paris.
La
propuesta se articula como un diálogo entre Picasso y González, estructurado en
cuatro secciones, que van desde los inicios de su relación en Barcelona en los
primeros años del siglo XX hasta el fallecimiento de González en 1942, a quien
Picasso rindió homenaje con dos obras, una pintura y un ensamblaje con un
manillar y sillín de bicicleta, ambas con el mismo título: Cabeza de toro, y presentes en las salas al inicio del itinerario.
Julio González: El Arlequín / Pierrot o Colombine. c.1930. Bronce fundido, 43 x 30 x 30 cm. IVAM, Valencia.
Los
títulos de las secciones son como un mapa lingüístico y conceptual de lo que
vamos recorriendo al ver las obras: “I Picasso, González y el modernismo
catalán tardío. Barcelona, c. 1896-1906”. “II La desmaterialización de la
escultura moderna. París, c. 1928-1932”. “III Picasso y González: testimonios
de guerra. París, 1937-1944”. “IV Epílogo: Picasso, 1942”. Es toda una
reconstrucción del desarrollo de los
ejes de contacto de ambos artistas en una época convulsa, intensamente
determinada por dos guerras mundiales y por la búsqueda de nuevos horizontes
para las artes.
Pablo Picasso: Mujer en el jardín. París, primavera de 1930. Hierro soldado y pintado de blanco, 206 x 117 x 85 cm. Musée National Picasso, Paris.
Junto
a 27 obras de otros artistas, relacionadas con los ambientes y temáticas que
van desarrollando González y Picasso, se han reunido nada menos que 100 piezas
del primero y 53 del segundo, lo que nos sitúa ante un panorama verdaderamente
pleno de ese diálogo entre ambos que se quiere reconstruir y de los contextos
en los que se inscribe. Vamos así pasando por el horizonte plástico del
modernismo tardío en Barcelona, del Cubismo en París en el que se sitúa el eje
conceptual de la exposición: el arranque y la consolidación de la
desmaterialización de la escultura, hasta terminar con el desgarro que generan
las guerras en las obras que van de 1937 a 1944.
En
1918, tras la muerte del escritor Guillaume Apollinaire, Picasso recibió el
encargo de realizar un monumento para honrar su memoria. La solución no fue
inmediata: casi diez años después, tomando como referencia un texto narrativo
de Apollinaire en el que proyectando su propia muerte en un personaje literario
habla de que le van a esculpir “una profunda estatua de nada, como la poesía,
como la gloria...”, Picasso se pregunta: ¿Cómo dar forma a la nada?
Para
ello, pensó en una escultura de hierro, transparente, y en la posibilidad de
contar para su realización con su amigo Julio González, “en cuyas manos los
metales se hacían tan dúctiles como la mantequilla”. En una colaboración entre
ambos que tuvo lugar entre 1928 y 1932 produjeron un conjunto de esculturas
metálicas, entre las cuales Picasso eligió la que presentó como proyecto para
el monumento, y que sin embargo no fue aceptada por el comité que le había
hecho el encargo.
Esta
escultura de pequeña escala, datada en 1928, que Picasso conservó en su
castillo de Boisgeloup y que hoy está en el Museo Picasso de París, es el eje
sobre el que gravita la exposición. En ella un conjunto de líneas de alambre
dibujan un espacio transparente, articulado en un despliegue desde la parte
superior donde está inscrita una chapa esférica con tres orificios que podemos
concebir como una metáfora visual de un rostro humano. En síntesis: la
iluminación de la transparencia... Y esto es lo que nos trae esta muestra: la
importancia de la relación entre Picasso y Julio González para abrir un nuevo
horizonte de la escultura.
Pablo Picasso: Cabeza de mujer. Boisgeloup,1931-1932. Bronce, 128,5 x 54,5 x 62,5 cm. Musée National Picasso, Paris.
Todo
ello es lo que se despliega en las obras reunidas: en lugar del peso y la
materialidad escultórica, un vuelo de la escultura hacia la desmaterialización
y la transparencia. Algo que sintetizó Tomàs Llorens en un texto editado en
2009 y que se reproduce ahora en el catálogo de la exposición: “El principio
que desde los orígenes de la disciplina, había considerado forma y masa como
los dos términos fundamentales, necesariamente correlacionados, del lenguaje
del escultor se vio subvertido por la introducción del espacio vacío como
interlocutor privilegiado de la forma.” El
vuelo de la escultura: Pablo Picasso, Julio González, Tomàs Llorens...
* Julio González, Pablo Picasso y la
desmaterialización de la escultura. Comisarios: Tomàs Llorens Serra (†)
y Boye Llorens Peters, Fundación MAPFRE, Madrid. Del
23 de septiembre al 8 de enero de 2023.
* Publicado en EL CULTURAL: Edición impresa, 7 de octubre de 2022, pp. 36-37.
* Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20221015/pablo-picasso-julio-gonzalez-dar-forma/709429053_0.html
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