Cicatrices urbanas
Desde que se produjeran las
importantes transformaciones en el mundo moderno que dieron lugar a la
formación de las grandes ciudades, a partir de la segunda mitad del siglo
diecinueve, éstas se convirtieron en el
escenario central de la vida de los seres humanos. Todo lo que se considera
decisivo, relevante, pasa en ellas, en las ciudades. Y resulta curioso
advertir, porque no siempre se tiene del todo en cuenta, que el crecimiento y
desarrollo de las grandes urbes discurre en paralelo a uno de los más intensos
registros plásticos de nuestro tiempo: la fotografía.
Dos
magníficas exposiciones de fotografías de Manolo Laguillo (Madrid, 1953),
enmarcadas en la programación de este año de PhotoEspaña, plantean una visión
en profundidad de las contradicciones y problemas que conlleva el incontrolable
crecimiento urbano, por sus propias características subyacentes: en él resulta
determinante el interés económico, la búsqueda lo más inmediata posible del
beneficio. La vida de las personas queda al margen. Catedrático de Fotografía
en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, Laguillo ha desarrollado su
trayectoria creativa como fotógrafo, desde la segunda mitad de los setenta
hasta la actualidad, atendiendo a este tipo de cuestiones.
Manolo Laguillo: Berlín
(1992).
Y
esto es lo que podemos advertir en sus fotografías: desgarramientos urbanos,
extrarradios desolados, pretenciosos y agobiantes edificios-colmena. En
definitiva, las cicatrices de los cuerpos de las ciudades, producidas por la
imposibilidad de introducir siquiera un mínimo control de sus derivas, a pesar
de los planes urbanísticos y de los proyectos institucionales de ciudad.
Obviamente, esas cicatrices se transfieren del cuerpo de las ciudades a sus habitantes. Y pienso que aquí
se sitúa uno de los registros de mayor interés del trabajo de Laguillo: en sus
fotografías las figuras humanas están ausentes o tienen una presencia sumamente
mitigada. Los edificios, solitarios o en aglomeración, son como huellas
gigantescas de una ausencia. Parecen vivir por sí mismos, como si hubieran
caído en la tierra desde el cielo.
A estas alturas, estamos
desde luego muy lejos del sentido de sorpresa y maravilla que la ciudad pudo
despertar en sus primeros habitantes, y que quizás se mantuvo, al menos en
parte, hasta los años treinta del pasado siglo veinte. Aunque a la vez también
produjera vértigo, sensación de pérdida y extravío, Baudelaire pudo reivindicar
en el caminante desocupado que vaga sin rumbo fijo por las calles el encuentro
inesperado de lo maravilloso, a partir del cual se hace factible la nueva
poesía de los tiempos modernos. Un registro que dura y se prolonga al menos
hasta el surrealismo. Pero después todo cambia. Y ya en su Calle de dirección única (1928), Walter Benjamin llamó la atención
sobre el inevitable crecimiento de la confusión y la ambigüedad en las
ciudades: "Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas
a un proceso irresistible de mezcla y contaminación: pierden su expresión
esencial y lo ambiguo pasa a ocupar en ellas el lugar de lo auténtico."
Manolo Laguillo: Madrid (1992).
La
referencia a Benjamin es relevante como vía de acceso a lo que Manolo Laguillo
plantea en sus fotografías, y no en vano se ha elegido como título de una de
sus dos exposiciones que comento el del libro que acabo de mencionar. Con
formación filosófica y germanística, Laguillo obtuvo en 1986 su grado de
licenciatura en filosofía con un trabajo sobre Walter Benjamin. Si en el
pensador alemán podemos encontrar una de las más tempranas y profundas
elaboraciones filosóficas sobre la técnica moderna, esta cuestión se convierte
igualmente en uno de los puntos de máxima atención para Laguillo. En un
interesante texto recogido en el catálogo de la exposición del Museo ICO,
señala la importancia que los aspectos y dispositivos técnicos tienen en el
trabajo del fotógrafo. Pero indica, también, cómo los problemas técnicos son
"la fachada" tras la que se ocultan otros asuntos.
Y
se desvela así lo que constituye el referente último de su intención, de lo que él busca, más allá de lo que impone y restringe
la técnica, en su trabajo fotográfico: "Que lo que aparece, lo encuadrado,
el campo, aluda y remita a lo que no aparece, el contracampo, lo
invisible." Por eso los amontonamientos urbanos, las ruinas, las heridas,
las cicatrices de la ciudad, que en sus fotografías parecen extraños aerolitos
venidos de otro mundo, nos hablan sin embargo de nosotros, los ausentes. Las
fotografías urbanas de Manolo Laguillo son ecos y reverberaciones de la imagen.
Alusiones desdobladas a lo que el ritmo frenético de la vida no nos permite
advertir. Aunque, sin embargo, está ahí.
Y configura el corazón de nuestras tinieblas urbanas.
*
Manolo Laguillo. Razón y ciudad,
comisario: Valentín Roma; Museo ICO, Madrid, 21 de junio – 15 de septiembre de
2013.
Manolo
Laguillo. Calle de dirección única (1992); Galería Casa sin fin, Madrid, 25
de junio - 7 de septiembre de 2013.
Maravilha!!!!
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