Lucian Freud: El pulso de los cuerpos
Hay un punto de unión de Lucian Freud con el
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya que éste es el único museo español que
alberga en su colección obras de Freud: un total de cinco pinturas, todas ellas
incluidas en la muestra. Entre las cuales hay dos retratos del Barón
Thyssen-Bornemisza; uno realizado en 1981-1982 y otro en 1985, que fue uno de
los primeros coleccionistas privados en interesarse por su obra y mantuvo una
especial relación con el pintor. Parece que las largas sesiones a las que Freud
sometía a sus modelos propiciaron la amistad entre ambos, que se mantuvo a lo
largo del tiempo.
La
exposición se organiza en una perspectiva cronológica a lo largo de seis
secciones temáticas que repasan la evolución del pintor desde los años 1940
hasta principios del siglo XXI. Éstas son las secciones: (1) Llegar a ser
Freud, (2) Primeros retratos, (3) Intimidad, (4) Poder,
(5) El estudio y (6) La carne.
El
itinerario arranca con los inicios de la obra pictórica de Freud, con obras de
1940 a 1950. Continúa con toda una serie de retratos datados entre 1960 y 1980,
en los que el pintor pretende reflejar no lo externo sino la intimidad de los
retratados. Sigue con su atención a los reflejos del poder y la muerte entre
1970 y 1990. Después se sitúa, entre 1980 y 2000, en el papel central que dio a
su taller de trabajo, su estudio, concebido como un ámbito de dramatización de
los personajes y situaciones representados, donde podemos ver varios retratos
de desnudos monumentales. Todo culmina, llegando hasta sus últimos años de
existencia, con su interés por lo que implica la carne, algo central en toda su
trayectoria.
En
1982, Lucian Freud indicaba: “Quiero que la pintura actúe como si fuera carne”,
un lema en consonancia con la carnalidad matérica de sus rostros y cuerpos y
con su habilidad para pintar la textura de las carnaciones. Y sobre ello
insistía, fijando nítidamente su identificación de la pintura y la carne, con
lo que manifestó en su última exposición en
vida, en París, en el Centro Pompidou, en 2010: “Quiero que la pintura sea
carne (…) para mí, el cuadro es la persona.”
Nieto de Sigmund Freud y nacido en Berlín en 1922, Lucian Freud y su
familia, siendo judíos, se establecieron en Londres en 1933, poco después de la
llegada de los nazis al poder en Alemania. Su abuelo, el iniciador del
psicoanálisis, se trasladó con ellos en 1938, ya en la fase terminal de su vida
pues allí fallecería el 23 de septiembre de 1939. Es éste un dato relevante,
porque de “Freud” a “Freud”: del abuelo al nieto, no cabe duda de que hay una
filiación también en el pensamiento y en la sensibilidad, que tiene su núcleo
en la interrogación acerca de quiénes y cómo somos los seres
humanos.
En ambos casos, la preocupación central, a través del psicoanálisis o de
la pintura, se sitúa en la interioridad: el interior es la clave. En lo que se
refiere a Lucian: ver y representar la profundidad de los cuerpos, el contraste
entre el interior y lo exterior, algo para lo que la pintura tiene una intensa
competencia. La carne trémula, temblorosa, de los cuerpos, en ningún momento
oculta, embellecida, o alisada…
Intenso viajero, por distintos espacios y lugares en todo el mundo, y
también en un plano mental, Lucian comenzó a dedicarse muy pronto: en los años
cuarenta, a la pintura, que se convertirá en el eje de su vida, su manera de
estar propiamente en el mundo. Su obra fue desplegándose junto a la de quien
fue su gran amigo: Francis Bacon, a quien conoció en 1945 y con quien mantuvo
en todo momento una intensa comunicación personal y con su línea de trabajo.
En Algunos
pensamientos sobre la pintura,
un breve texto escrito para una conferencia en la televisión en 1952 y
publicado después en 1954, Lucian Freud señalaba que el objeto de sus pinturas
“es poner a prueba y excitar los sentidos dando una intensificación de la
realidad”. Viendo sus obras, podría hablarse, en efecto, de un realismo exacerbado, de una
intensificación en el proceso de representación, que más que producir una
ilusión de realidad pone ante nuestros ojos una construcción mental, o un fantasma, en el sentido etimológico de esa
palabra en su origen griego: aparición.
Sus viajes, por dentro y por fuera, fueron decisivos
en su avance en la pintura. Visitó asiduamente
los grandes museos y pinacotecas, estableciendo así un diálogo con los clásicos
del pasado. Aunque con un planteamiento plenamente personal, en su obra se
pueden apreciar toda una serie de alusiones a los grandes maestros, a quienes
estudió con intensidad.
Lucian
Freud fue desplegando en sus obras una concepción dinámica de la pintura. Le
importaba hacer ver la cercanía entre los seres humanos y los animales, con los
cuales sentía una gran afinidad, en principio sobre todo con los caballos y las
aves de presa, después también con los perros que aparecen junto a los humanos
en sus pinturas. Los animales eran para él como un reflejo de los seres
humanos.
Ese
dinamismo se plantea así mismo en sus pinturas de estos, tanto en los retratos como
en los desnudos. En los retratos buscaba siempre la modulación de los
movimientos y la gesticulación, para aludir así y dejar ver en ellos la
interioridad de los cuerpos. Buscaba la singularidad real, y por ello no
trabajaba con modelos sino con personas a las que situaba en posiciones de
actuación, como actores.
En
un texto escrito en 2008 para la revista Wonderland, ya muy cerca del
final de su vida, en el que traza una densa mirada acerca de sí mismo y del
papel central de la pintura en su vida, Lucian Freud escribió: “No utilizo modelos profesionales porque se les ha
mirado tanto que les ha crecido otra piel. Cuando se quitan la ropa, no
están desnudos; su piel se ha convertido en otra forma de vestir. Y
quiero algo que generalmente no se muestra, algo privado y de un tipo más innato. Estoy
realmente interesado en ellos como animales. Parte de que te guste
trabajar con ellos desnudos es por esa razón... Una de las cosas más
emocionantes es ver a través de la piel, la sangre, las venas y las marcas.”
Sus
desnudos marcan una línea bastante diferencial, en ellos no introduce ningún
tipo de embellecimiento y los órganos sexuales aparecen representados
explícitamente. También hace ver en la desnudez las granulaciones, las arrugas,
o las deformaciones de las pieles en los cuerpos. Y todos esos rasgos están
igualmente presentes en sus autorretratos, tanto en los que aparece desnudo
como vestido. En un sentido profundo, Lucian Freud concebía que la pintura es
la piel de los cuerpos pintados.
Su
vida personal fue muy turbulenta y agitada: llegó a tener catorce hijos en
relaciones con seis mujeres diferentes. Y esa turbulencia está también presente
en su pintura, en las carnes trémulas de todos sus cuerpos. Como también
señaló, en el texto de 2008 al que antes me referí, Lucian Freud consideraba
que su trabajo era puramente autobiográfico, una representación
dispersa, variada, de sí mismo: “Los pintores que usan la vida misma eventualmente
revelarán cada faceta de sus vidas. Mi trabajo es puramente
autobiográfico. Se trata de mí y de mi entorno.” En ese contexto se sitúa
también su identificación de la pintura con la persona: “En lo
que a mí respecta, la pintura es la persona. Quiero que funcione para mí
tal como lo hace la carne.”
Ahí está, en definitiva, la clave última de lo que nos
transmite este pintor verdaderamente especial, distinto, situado plenamente al
margen de las distintas corrientes pictóricas. Su pintura buscaba representar
al ser humano de nuestro tiempo, poniendo de manifiesto su carnalidad, su
dimensión corporal interna y externa. De eso se trata, de hacernos ver el pulso
de los cuerpos.
* LUCIAN FREUD. Nuevas perspectivas. Comisaria: Paloma Alarcó. Museo Thyssen, Madrid. Del 14 de febrero al 18 de junio.
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