Texto elaborado por petición de la página web: Arti e Teologie (Italia), y publicado allí, en el marco de un conjunto de intervenciones en torno a ¿Qué puede hacer el arte por el ambiente?, en español y en italiano: https://www.artiteologie.it/, y ahora en este blog...
El arte y la naturaleza posible
El arte ha estado
ligado siempre a la naturaleza, ha sido y es una vía de diálogo e interrogación
de todos aquellos elementos del mundo sensible en el que habitamos los seres
humanos. Dado que el arte es, en sentido preciso, una invención cultural que se
desarrolla en la Grecia Clásica en un período de desarrollo que se fija entre
los siglos VII y V a. C., parece importante interrogar nuestro presente y
nuestro futuro en relación con el ambiente, con la naturaleza, remontándonos a
las raíces de ese proceso. Saber de dónde
venimos nos abre los ojos y la mente para comprender a dónde vamos.
Nada mejor para
ello que volver a hablar con Aristóteles, probablemente el primero que fijó
teóricamente de modo preciso y abierto qué
es el arte. En Física (194a21),
Aristóteles afirma: “el arte imita la naturaleza”. Y más adelante: “Las artes,
sobre la base de la naturaleza, o llevan las cosas más allá de donde puede la
naturaleza, o representan la naturaleza.” (Física
199a15). No meramente imitar o reproducir, como en algunas fases históricas se
pensó, sino representar (lo que implica diálogo) o ir más allá de la naturaleza, de lo existente, a través de la mímesis, eso es lo que hacen las artes.
Y, claro, también la reflexión, el pensamiento. Aunque hay un matiz importante:
mientras que el pensamiento teórico, la filosofía, busca la verdad, la representación por medio de imágenes debe aspirar en
todo momento a la verosimilitud.
El término mímesis ha sido tradicionalmente
traducido como imitación, aunque su
sentido preciso es el de representación
sensible, o incluso más propiamente el de producción de imágenes. Ese sentido queda claramente explícito en
la formulación de Aristóteles, en un contexto en el que a la vez afirma la unidad de las artes: “Puesto que el
poeta es un imitador [μιμητὴς, mimetés],
lo mismo que un pintor o cualquier otro productor de imágenes [εἰκονοποιός,
eíkonopoiós], necesariamente imitará
siempre de una de las tres maneras posibles; pues bien representará las cosas
como eran o son, o bien como se dice o se cree que son, o bien como deben ser.”
(Poética 1460b).
Aristóteles, el
discípulo de Platón, será el primero que reconcilie lo que es el planteamiento
de una teoría general de la mímesis
con la consideración de su valor positivo. Lo que uno encuentra, tanto en la Poética o en la Retórica, y sobre todo en algunos pasos de la Metafísica, es la idea de que las representaciones miméticas no
reproducen sin más lo que hay en el mundo sensible, sino que a partir de los
materiales del mundo sensible, y con la introducción de las formas que están en
la mente del artífice, lo que éste hace es entrar en una dimensión que no es la
dimensión de la phýsis, de la
naturaleza, sino en la dimensión de lo
posible. De aquello que no es ser,
desde un punto de vista necesario, pero que puede
llegar a ser. El planteamiento aristotélico implica la consideración de un
mundo alternativo, donde hay manifestaciones
de verdad y manifestaciones de
moralidad, y por lo tanto no es un mundo meramente subordinado a la
apariencia, como en cambio se sostiene en la teoría platónica.
Es importante
destacar que en las maneras de representar Aristóteles distingue entre la reproducción, en el sentido de
fijación en la memoria, el planteamiento que se sitúa en lo que se dice o cree, es decir lo que nos remite a la opinión (que en la actualidad
podríamos identificar con todos los tipos y soportes de imágenes mediáticas), y
por último en la que produce imágenes como
deben ser, que es propiamente al que deben aspirar las artes y que implica
la unidad profunda entre estética y ética.
Si nos situamos así en el plano de lo verosímil y de una producción de imágenes sustentada en la unión de ética y estética, las artes: el conjunto de las artes, cuando alcanzan un registro de plenitud producen a partir de lo existente imágenes que van más allá de lo existente, nos dan las configuraciones de mundos alternativos posibles. Y esto implica que hoy, en una situación en la que el mundo natural está tan profundamente amenazado por una explotación técnica de los seres humanos sin límite ni control, las artes deben situarse en el primer plano para favorecer vías de conservación y cuidado de la naturaleza en todos sus ámbitos: una naturaleza plena de vigor, como espacio de nuestras vidas, es artística y realmente posible.
Obviamente, no son pocos los artistas de nuestro tiempo que han desarrollado sus obras en esa perspectiva de respeto y diálogo con la naturaleza. En este marco de reflexión, simplemente quiero poner como ejemplo al gran escultor Eduardo Chillida (1924-2002). Su obra escultórica gira a lo largo de su amplio despliegue en una idea que él mismo formuló y que sirve de síntesis: dibujar en el espacio. Con eso se expresa la necesidad de desafiar la fuerza gravitacional de la naturaleza, el peso de los materiales y mostrar en éstos, a la vez que su despliegue espacial, los signos del paso del tiempo: el óxido, sobre todo, convertido en trazo del devenir, en raíz del contraste cromático entre la claridad y la sombra. En alegoría contenida del incesante proceso metamórfico de todo lo existente.
El papel: la madera, la terracota, el mármol, e incluso el hierro, el acero o el hormigón, adquieren, a través de las manos de Chillida, el perfil del aire, el tacto de la ligereza, la suspensión de lo ingrávido. Y de ese modo establecen una correspondencia con los elementos naturales: agua, tierra, fuego, y aire, todos ellos presentes en sus piezas. Aunque el predominio de lo aéreo, la tendencia a la elevación, sea el rasgo distintivo, de una forma de entender la escultura en que parece que ésta tuviera alas.
Esa es la cuestión decisiva: respeto al mundo natural y diálogo con sus formas. Chillida es uno de los mejores conocedores de esa comunicación íntima entre lo corporal y la tierra. En esa vía, el espacio se proyecta como forma de estar en el mundo: habitar. Y en el habitar vuelca el hombre su deseo de permanencia. Aunque eso sí: en sus diversas variantes constructivas la escultura de Chillida presenta siempre la cualidad de la elevación, el impulso de la ligereza. Nos da alas para volar hacia una naturaleza de plenitud. Otra naturaleza, ámbito de vida, fuerza de respiración, es verosímilmente posible, como nos dice el arte.
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