La escritura de la imagen
Después de su presentación en
el MoMA de Nueva York, y antes de que viaje al Museo Picasso de Málaga, podemos
ver en Madrid una magnífica exposición del pintor uruguayo Joaquín
Torres-García (1874-1949). Pintor entre dos mundos: América y Europa,
Torres-García va mucho más allá del tópico reductivo que tantas veces se aplica
a las culturas latinoamericanas. Es, sin fronteras, una de las figuras
centrales de la primera mitad del arte del siglo XX, algo que se plasma en su
concepción del universalismo constructivo,
con la que él mismo caracterizó el sentido y los objetivos de su trayectoria.
Joaquín Torres-García en Montevideo (c. 1945-1946).
Foto: Rosell Cardoz. Sucesión Joaquín Torres-García, Montevideo.
En la muestra se presentan
175 piezas, principalmente pinturas, pero también dibujos, collages, esculturas
de madera pintada, juguetes y documentos, que permiten recorrer en plenitud
todas las dimensiones del proceso creativo de Torres-García, desde sus inicios
en Cataluña, adonde llegó en 1891, hasta sus últimos años en Montevideo, su
ciudad natal, a la que volvió en 1934, después de haber pasado por Nueva York,
Italia, París y Madrid.
Composición vibracionista (1918).
Óleo sobre lienzo, 50 x 35 cm. Colección particular.
En “Lo que yo sé y lo que
hago por mí mismo”, una publicación de 1930 con texto en francés y dibujos, Torres-García
indica que el itinerario de la expresión exige mirar en el interior de cada ser, de cada cosa y de nosotros
mismos. Y subraya que se trata de algo universal,
ya que todo el mundo puede expresarse, en mayor o menor medida, a través del grafismo geométrico, que implica una
misma vía ya se utilicen las palabras, la escritura, o el dibujo. Se trataría, por
tanto, de “una geometría que nos es propia, que es nuestro alfabeto.”
Estructura (1931).
Óleo sobre lienzo, 72,5 x 52,5 cm. Museo Juan Manuel Blanes, Montevideo.
Ésta es, en síntesis, la idea
del universalismo constructivo, que tiene su raíz en la interioridad de todos los seres humanos, y que Torres-García
despliega de forma deslumbrante en sus obras. En ellas, los planos de color,
las estructuras geométricas y las líneas negras de grueso trazado superpuestas
se articulan como un lenguaje que dialoga con las letras convertidas en figuras,
en poesía visual inscrita en la obra plástica. Buscando un reflejo especular,
desde el interior de sí mismo, de Torres-García, hasta el interior de todos los
que miramos sus obras.
Arte universal (1943).
Óleo sobre lienzo, 106 x 75 cm. Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo.
Esta idea del universalismo
constructivo antropológico se
vincula, como se subraya en el planteamiento expositivo de Luis Pérez-Oramas,
con la búsqueda en Torres-García de lo originario, del enclave donde se
situaría el sueño de la Arcadia feliz. Pero, claro, si para Torres-García toda
representación: lingüística, sonora, o visual, es una construcción, ello
implica que el resultado que se alcanza depende del punto donde se sitúa el
arranque de la misma. Y no se trata, sin más, del llamado “punto de vista”,
sino de que en la medida en que toda representación constructiva fluye siempre
desde la interioridad, ésta presenta todo tipo de variaciones y de registros
alternativos.
América invertida (1943).
Tinta sobre papel, 19,5 x 15,5 cm. Museo Torres-García, Montevideo.
Es ahí donde se sitúa el
alcance específicamente moral, y en
consecuencia también político, del
universalismo constructivo, que tanto preocupó a Torres-García. Y que se
proyecta en sus propuestas de inversión de las representaciones que encubren
posiciones de poder, como puede apreciarse en la versión que nos dió en 1943
del mapa invertido de América: el Polo Sur se sitúa en el Norte, lo que
habitualmente se pone debajo queda arriba. En definitiva, en Torres-García
encontramos un arte que busca y propicia la mejora del género humano a través
de la escritura de la imagen que
todos podemos compartir.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.237, 9 de junio de 2016, p. 24.
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