Una poética de la imagen
En París, el Centro Pompidou presenta una
completísima exposición del gran artista cubano Wifredo Lam (1902-1982),
coproducida con el Museo Reina Sofía y con la Tate Gallery de Londres, en cuyas
sedes también podrá verse posteriormente. Es una muestra excelente, magnífica,
que permite apreciar en su conjunto la trayectoria de uno de los artistas
plásticos más originales e importantes del siglo XX.
Wifredo
Lam es una figura presente, transversalmente, en no pocos movimientos de las
vanguardias artísticas. Y lo está de un modo propio, forjando una obra que se
despliega a través de una síntesis de culturas, en una mezcla continua de
líneas y procedimientos de representación plurales, a lo largo de una vida con
múltiples viajes de un lado a otro. Considero que sus obras son una de las
expresiones más intensas y rotundas de un horizonte post-colonial
latinoamericano.
Catherine David, quien ya había fijado su
atención anteriormente en Lam, ha estructurado la exposición en un recorrido
cronológico, con cinco secciones: 1) España,
1923-1938, 2) París-Marsella,
1938-1941, 3) Cuba y las Américas,
1941-1952, 4) París, Caracas, La Habana, Albissola, Zurich,
1952-1961, y 5) París
y Albissola, 1962-1982. Se han reunido cerca de 300 obras,
entre pinturas, dibujos, fotografías, revistas, libros y cerámicas. El montaje
es limpio, aunque resulta ligeramente abigarrado por la necesidad de utilizar
un buen número de paneles y vitrinas para poder presentar el gran número de obras
seleccionadas.
La jungla (1943).
Óleo y gouache sobre papel pegado sobre lienzo, 239,4 x 229,9 cm. The MoMA, Nueva York.
Entre ellas, destaca el préstamo excepcional por el
MoMA, de Nueva York, de La jungla
(1943), una pintura de gran formato bellísima y llena de fuerza, que en sí
misma constituye una especie de manifiesto plástico. Así se refirió a la misma
el propio Wifredo Lam: “mi idea era representar el espíritu de los negros en la
situación en que se encontraban. Mostré a través de una transposición poética
la realidad del sentimiento y de la protesta”.
Lam nació en Cuba, de un padre chino, letrado, y de
una madre, mulata, con antepasados africanos y españoles. Tras su periodo de
formación en España, se instala en París en la primavera de 1938, después de
haber combatido en las tropas republicanas contra los sublevados. Allí
“respira” y asimila el aire de las vanguardias, y resulta particularmente
decisivo su contacto con la recuperación por las mismas de lo que entonces se
llamó “arte negro”. Fundamental fue, así mismo, su intensa relación con Picasso
que lo acogió como si fuera un pariente: “mi primo” llegó a llamarle, y lo
introdujo en los medios artísticos parisinos.
Figura (1939).
Óleo sobre tabla, 107 x 63 cm. Colección Jacques et Thessa Herold, París.
Cuando las tropas alemanas entran en París en 1940
Wifredo Lam viaja a Marsella, donde se intensifica su contacto y relaciones con
los miembros del grupo surrealista, participando en las actividades que allí
desarrollan. Y viajando después con ellos a América, en barco, hacen escala en
la Martinica. Mientras esperan un visado: André Breton para Nueva York, Lam
para Cuba, se produce el encuentro de ambos con Aimé Césaire, el gran poeta de “la
negritud”.
Éste resultaría otro encuentro decisivo, que se
funde, ya en Cuba, con la recuperación del universo espiritual de las culturas
del Caribe, a través de su relación personal con los antropólogos Lydia Cabrera
y Fernando Ortiz y el estudio de las obras, y el diálogo con el gran escritor Alejo
Carpentier. En la pintura de Lam proliferan entonces los tótems y las figuras
sincréticas, en los que lo animal, lo vegetal y lo humano se funden en un
mestizaje de la representación de una gran intensidad cromática y expresiva.
Altar para Yemayá (1944).
Óleo sobre papel pegado sobre lienzo, 146 x 95 cm. Centre Pompidou, París.
En 1952, vuelve de nuevo a París y establece
fuertes lazos de amistad con Asger Jorn, quien le presenta a los artistas del
grupo CoBrA. Su obra se puebla de “malezas” (brousses). Y una vez más, despunta su interés por la poesía: en particular,
intensa relación con René Char y con Gherasim Luca e ilustraciones de libros de
poetas, de los que pueden verse no pocos originales en la muestra.
Umbral (1950).
Óleo sobre lienzo, 185 x 170 cm. Centre Pompidou, París.
Asger Jorn le había hecho descubrir, en 1954, la
localidad italiana de Albissola Marina, con su luz especial e intensa, y allí
se instalará Lam en 1962 y vivirá regularmente hasta el final de su vida,
aunque con continuos viajes y desplazamientos: Egipto, India, Tailandia,
México… En Albissola trabajará también con la cerámica, produciendo piezas de terracota
de una notable belleza.
Sin título (La maleza) (1958).
Técnica mixta sobre papel pegado sobre tela, 244 x 345 cm. Colección particular.
Las obras de Wifredo Lam son una auténtica fuente
para la visión, un continente líquido en el que se funden los colores y todas
las formas vivas. En el proceso de su obra, en el ámbito de la imagen,
considero fundamental la huella que en ella transmite Picasso, con la
transformación de las caras en máscaras.
Aunque el elemento decisivo, el núcleo artístico de
Wifredo Lam, es esa “transposición poética” de la que él mismo habla, como he
recordado antes. En sus obras, la imagen
se hace poesía, lo que construye es una
poética de la imagen. Algo que él mismo expresó con claridad: “Creo en la
poesía. Ella es para mí la gran conquista del hombre. (…) Todo lo digo a través
de la imagen poética.”
*
Wifredo Lam; comisaria: Catherine
David.
Centre Pompidou, París, del 30 de septiembre al 15 de febrero de
2016.
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