Ir al fondo de las cosas: eso es lo que nos plantea esta profunda exposición que establece un amplio recorrido por uno de los ejes centrales de las artes visuales: el color. En la muestra se presentan un amplio número de obras de los siglos XX y XXI, todas ellas de gran calidad y con una intensa fuerza expresiva, con el objetivo de mostrar la emancipación del color que, más allá de la línea y la forma, habría alcanzado su completa autonomía en el transcurso del siglo XX.
Su título: Lo tienes que ver, responde a lo que escribió Walter Benjamin en un texto de 1915: “El color debe ser visto”, que se reproduce en la pared de una de las salas. El recorrido nos lleva por una significativa selección de obras “abstractas”, un término que yo sustituiría por “no figurativas”, y que se expandió a lo largo del siglo XX desde el mundo anglosajón, con la voluntad de expresar una nueva época del arte, a diferencia los planteamientos tradicionales.
En mi opinión, el arte en sus planteamientos tradicionales, clásicos, tiene un halito intensísimo de abstracción, y siempre señalo como uno de los ejemplos más explícitos de ello el gran cuadro Las Meninas, de Velázquez, que desde su dimensión figurativa tiene una fuerza y significado de abstracción sumamente intensos.
Dicho esto, lo verdaderamente relevante que la exposición nos transmite es cómo el color en sí mismo, su utilización, llega a alcanzar una relevancia y expansión intensísimas a lo largo del siglo XX. Podemos apreciar esa nueva centralidad a través de los primeros experimentos de Kazimir Malévich, que se consideran el punto de partida de la narración elaborada.
Especialmente significativa es la obra de grandes dimensiones de Ad Reinhardt: Pintura abstracta (1953), óleo intensamente negro que cubre plenamente el lienzo que le sirve de soporte. Y se nos sitúa como “desencadenante” lo que Rudolf Arnheim escribió en 1974: ““Hablando en términos estrictos, todo aspecto visual debe su existencia a la luminosidad y al color.” El color como centro de la escena en las artes visuales.
Así nos vamos encontrando con un gran conjunto de obras reunidas, con piezas de Olafur Eliasson, Rosa Brun, Yves Klein, Lucio Fontana… Junto a ello, nuestra mirada se abre al carácter transversal y multidisciplinar que va adquiriendo el arte de nuestro tiempo, pues junto a pinturas, esculturas y obras sobre papel, también se incluyen piezas de cine y de vídeo, e intervenciones o instalaciones como la de Felipe Pantone, la cromosaturación de Carlos Cruz-Diez o la lluvia e instalación de pigmento azul de Yves Klein. Hay que destacar una película de Derek Jarman y la fotografía de Wolfgang Tillmans, así como también cerámicas, entre las que destacan las de Richard Deacon, y las obras textiles de Sheila Hicks o Teresa Lanceta.
De gran interés e importancia es lo que tiene en su interior el espacio cerrado de un gabinete o cámara de maravillas, en alemán: Wunderkammer. Dedicado a “los primeros teóricos del color de los siglos XVIII y XIX”, con referencias a Goethe, Turner, o Carl Runge, contiene todo un conjunto de materiales que nos transmiten la historia y el uso del color, así como documentos, entre ellos los que hablan de las injusticias históricas unidas al color de la piel.
De una calidad excepcional es lo que contiene otro pequeño espacio cerrado: la instalación inmersiva Coloramas elaborada por Santaella Lab y los comisarios de la exposición, con un análisis profundo de los fundamentos físicos del color. A través de un vídeo que se proyecta en un conjunto de pantallas envolventes, vamos al fondo de la interrogación acerca de lo que es un color. Y me quedo con esta síntesis, que ahí aparece: “En realidad, el color no existe. Es el resultado de una experiencia perceptiva en la que la luz es captada por las células foto-receptoras de la retina, llamadas conos y bastones, transformándose en impulsos eléctricos que el cerebro reconoce como colores”.
Para mí, la mejor respuesta a esta cuestión teórica la podemos encontrar en el pensador Ludwig Wittgenstein, también presente en los planteamientos de la exposición, y que escribió todo un conjunto de textos escritos sobre el color en las últimas jornadas de su vida. Wittgenstein escribió: “Yo no veo que los colores de los cuerpos reflejen luz en mi ojo.” Y de ahí, remite la cuestión a su concepción de los juegos de lenguaje, un concepto que articula en referencia a los distintos tipos de lenguaje que, como si fueran una familia, constituyen un juego.
Según Wittgenstein, cuando tratamos de nuestras experiencias con los colores nos estamos situando en un juego de lenguaje en el que asumimos que los términos que usamos tienen un sentido: “en realidad lo único que queremos es concebir «El rojo existe» como el enunciado: la palabra «rojo» tiene significado.” Pero, además, los significados de los colores dependen de los contextos del juego de lenguaje, no son unívocos ni homogéneos. Considero que ahí se sitúa la dimensión más profunda a la que nos lleva esta magnífica exposición: los colores como lenguajes, como juegos de lenguaje, como soportes expresivos, abiertos en sus dimensiones y características formales.
* Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto. Comisariado: Manuel Fontán y María Zozaya. Fundación Juan March, Madrid. Del 28 de febrero al 8 de junio.
* Publicado en EL CULTURAL:
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Edición impresa, 14 de marzo de 2025, pp. 30-31.
-Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20250319/kazimir-malevich-olafur-eliasson-artistas-hicieron-color-religion/930407278_0.html