domingo, 19 de febrero de 2017

Presencia y memoria de Jannis Kounellis

* La triste noticia del fallecimiento de Jannis Kounellis el pasado 16 de febrero le ha vuelto a traer a mi ánimo, haciéndole más presente que nunca. He seguido durante años con el máximo interés su intensa obra, siempre exigente e innovadora. La suya es una de las trayectorias artísticas más relevantes de nuestro tiempo, centrada en todo momento en un intento de situar el arte en sus raíces antropológicas profundas, en contraposición a la escenificación o el espectáculo que en la sociedad de hoy en tantas ocasiones suponen pérdida, deriva y confusión en las propuestas artísticas.


A lo largo de los años he coincidido personalmente con él en distintas ocasiones. La última vez fue en enero de 2016, en la ciudad mexicana de Aguascalientes, donde en el Museo Espacio se presentó (29 de enero - 30 de junio de 2016) una impresionante exposición: Relámpagos sobre México, que recuperaba el tiempo y los materiales de los trabajadores y de la industria del ferrocarril en esa ciudad. Coincidiendo con la apertura de la muestra, tuvo lugar un simposio internacional los días 30 y 31 de enero: EL DRAMA DE LA FORMA, dirigido por el crítico y teórico del arte italiano Bruno Corà, y organizado por la Galería Hilario Galguera, que representa en México la obra de Jannis Kounellis. Allí presenté una conferencia, cuyo texto revisado va a continuación. Una conferencia concebida como diálogo abierto con el trabajo de Kounnellis, presente en el simposio, y con quien pude conversar personalmente por última vez. 
Jannis Kounnellis: sigue y seguirá siempre vivo en mi memoria.     

De la forma a la huella


Concepción e irradiación de la forma artística

Es un placer saludarles, es un placer estar aquí en México. Yo llevo a México en mi corazón por distintos motivos, entonces es un motivo de verdad de gran alegría estar aquí con todos ustedes. También porque para mí conocer es compartir, avanzar en un proceso de comunicación, de profundización en las ideas, y por eso lo concibo siempre como algo que sale de dentro afuera en un ámbito de interrelación.
Naturalmente, quiero manifestar mi agradecimiento a las autoridades políticas del Estado de Aguascalientes por haber hecho posible este proyecto realmente tan maravilloso. Impresiona lo que supone un proyecto de construcción cultural de estas características. Felicidades para todos ustedes, y realmente mi agradecimiento a las autoridades políticas por haber hecho posible todo lo que implica este proyecto.
De modo más personal y más directo, mi agradecimiento a mi querido amigo Bruno Corà por haberme invitado a participar en este simposio. Algo que acepté con mucho gusto, con entusiasmo, primero porque hace muchos años que colaboro con Bruno Corà, pero además por todo lo que implica mi aportación de homenaje a un artista como Jannis Kounellis, que para mí es un artista referencial en el arte de nuestro tiempo. Por lo tanto, me siento privilegiado y agradezco mucho poder compartir ideas y planteamientos con todos ustedes.
La intervención que yo he preparado lleva por título De la forma a la huella y está concebida básicamente como una lectura-interpretación del trabajo de Jannis Kounellis, pero partiendo también de unas consideraciones teóricas conceptuales previas. En todo lo que implica la lectura-interpretación de la obra de Kounellis, que evidentemente después de estos Relámpagos sobre México, la maravillosa exposición que pudimos ver ayer, relámpagos, reflejos de México…, uno confirma más la fuerza de ruptura de la gran calidad artística que las propuestas de este gran hombre han tenido siempre.
Como les decía, hay una estructura en mi intervención en la que primero voy a hacer unas consideraciones de carácter general, para después pasar en concreto a analizar y plantear cuestiones ligadas a la interpretación de las obras de Kounellis.
En primer lugar, y para expresarlo de un modo taxativo con esa preocupación que tan intensamente expresa Bruno Corà, debo decir que para mí, sin forma, sin elaboración formal, no hay arte. Aunque eso sí, hay que tener muy presente que la idea, la concepción de la forma es intensa, extraordinariamente cambiante, muy dinámica.
En la época de la imagen plural y diseminada, y yo creo que aquí está una de las grandes aportaciones de Marcel Duchamp, un artista casi siempre malinterpretado, para mí hay tres rasgos que caracterizan puntualmente la noción de forma desde un punto de vista teórico. Serían distinción, singularización y diferenciación. ¿Qué es lo que esto implica?
Para hablar de forma artística, lo decisivo hoy no es lo que los antiguos griegos llamaban poíesis, producción, muchas veces traducido, pero con una connotación espiritualista, como «creación». En la actualidad, lo decisivo no es hacer, sino diferenciar, singularizar, distinguir… gradualmente. En muchas ocasiones implica también hacer. Pero esas tres ideas: distinción, singularización y diferenciación son las que para mí marcan el momento dinámico de la concepción de la forma artística, el presente que estamos viviendo.
Y también quiero decirles algo más: desde un punto de vista teórico, la concepción de la forma nos remite al origen de la tradición cultural de Occidente. Nos remite en concreto al pensamiento filosófico y al pensamiento platónico, al que me voy a referir brevemente enseguida. Debo decirles que, para mí, la aparición del concepto de formalidad en el arte tiene lugar en un proceso histórico que va del siglo VIII al siglo V a. C. en las ciudades-estado de la antigua Grecia, de lo que hoy conocemos como la Grecia clásica.
Es un periodo fundamental, porque en ese lapso y en esas ciudades de Grecia lo que se produce es la alfabetización, la utilización de un alfabeto silábico para enseñar la escritura a todos los ciudadanos libres.
¿Qué quiere decir esto? Que en lugar de ser utilizada por castas de la burocracia estatal, como en Sumeria, Babilonia y el antiguo Egipto, o incluso como un registro comercial tal y como hicieron los fenicios, que por otro lado fueron los inventores del alfabeto silábico, la escritura se convierte en un patrimonio cultural compartido por todos los ciudadanos. Y ¿qué es lo que posibilita esto? Posibilita un proceso de distanciamiento respecto al lenguaje, y el distanciamiento respecto al lenguaje es lo que hace viable la abstracción.
Entonces, saquemos conclusiones. Cuando hay abstracción es cuando definitivamente se hace posible lo que hoy día llamamos filosofía. Cuando hay abstracción es cuando se hace posible lo que hoy día llamamos democracia, en tantas ocasiones un nombre muy maltratado en los hechos. Pero se permite así, con esta distanciación, la generalización de una idea de libertad y de comunidad entre los ciudadanos.
Y lo más importante para aquello de lo que estamos hablando aquí, el distanciamiento y la abstracción permiten también ver la forma representativa en su valor en sí misma. En todas las sociedades y culturas humanas conocidas, y esto lo sabemos por la antropología cultural, hay formas de representación y de experiencia estética, pero hablando con precisión lo que llamamos arte implica un proceso de abstracción de las formas, que se hace antropológicamente posible en ese periodo del siglo VIII al siglo V a. C. en las ciudades-estado de la antigua Grecia.
He tratado esta cuestión de un modo pormenorizado en mi libro Teoría del Arte*, y lo que esto implica para mí es que se produce un descubrimiento cultural del arte, igual que se produce el descubrimiento cultural de la filosofía o de la democracia o, en otro sentido, como se puede decir que en la China antigua se descubrió la pólvora.
En consecuencia, cuando hablamos de arte hablamos de dos cosas importantes: forma, entendida como abstracción, distanciamiento de la representación, y forma en un marco de comunicación, de comunicabilidad entre los seres humanos, digamos, en un plano compartido en el ámbito de la comunicación. Dos aspectos intensamente relacionados con el desarrollo del pensamiento filosófico.
Cuando Platón hablaba de idea, la traducción habitual al español ha sido siempre idea, pero idea en griego clásico implica aspecto, apariencia, forma, de tal modo que las ideas platónicas, que por lo demás están en un tópos ouranós, en un espacio celestial, en realidad son formas ejemplares, formas de las que derivan todas las formas.
Platón habla también, usando otro concepto, del termino eidos, que posteriormente en el lenguaje técnico de la filosofía se convirtió en la forma de decir sustancia. Pero eidos, etimológicamente significa aspecto, forma típica. Y Platón, que elaboró la primera teoría filosófica de la imagen, estableció una distinción plena entre «idea» e «imagen», empleando en este último caso el término eídolon, que significa imagen, pero que a la vez tiene también los sentidos de figura y de forma.
El rigorismo platónico estableció un corte entre la concepción de la forma como arquetipo, como forma ejemplar, y la imagen, que implicaba el rechazo de lo que en la Grecia antigua se llamaba téchne mimetiké, la destreza o habilidad para producir mímesis, que no se debe traducir por imitación, sino más bien por representación. Ese rigorismo implicaba de hecho el rechazo de todas las prácticas de representación, de lo que hoy llamamos arte, en todas sus manifestaciones.
Cuando se dice, por ejemplo, que en la República de Platón se plantea la expulsión de los poetas, eso es reductivo. Lo que se plantea en la República de Platón es la expulsión de la ciudad ideal de todos los productores de mímesis, lo cual quiere decir expulsar poetas, expulsar pintores, expulsar escultores. Habrá que esperar al discípulo de Platón, a Aristóteles, para que se produzca una reconciliación ente la filosofía, entonces naciente, y el arte.
Algo que nos interesa es que ya, en la Física y en la Metafísica, Aristóteles distingue entre forma y materia (forma: morfé, materia: hýle), diciendo que todo cuerpo tiene estas dos dimensiones, aunque esto todavía tiene un alcance muy general. Aún más relevante es que se plantea en la Poética, y estamos en el siglo IV a. C., donde encontramos la primera formulación filosófica estricta de lo que implica la forma artística, lo que es el proceso de abstracción al que vengo haciendo referencia, en este caso en referencia a la representación sensible.
Hablo del momento en que Aristóteles afirma que la unidad de una tragedia no remite al hecho de que la mimesis se refiera siempre a las acciones de un mismo personaje, sino que sólo se alcanza a través de su estructuración en la composición o entramado de las acciones [hé tón pragmatón sýstasis] (Poética, 1450 a), que de este modo sería el aspecto fundamental de toda tragedia, y por extensión de toda mímesis o representación sensible.
Se expresa así, nítida e intensamente, el concepto de forma como abstracción sensible, a través de una categoría filosófica, conceptual: la composición, que significa propiamente elaboración formal, estructuración en la representación sensible de las acciones.
Un largo recorrido histórico, que tiene como un paso fundamental los elementos teóricos que Cicerón aporta en el mundo latino, y después una amplia serie de lecturas y aportaciones en la retórica, en la estética, en la filosofía, acabarán confluyendo ya muchos siglos más tarde, en el despliegue de lo que hoy día conocemos como Renacimiento y la aurora de la Modernidad, en un planteamiento según el cual la sustantividad del arte tiene su raíz, su centro, su núcleo, en la existencia de una forma concebida como producción de belleza, como integración armónica de todos los elementos de la representación.
Pero una vez más, según les decía al principio, aunque la concepción de la forma siempre implica, desde el punto de vista de la teoría estética, un proceso de abstracción, cuando se entiende como forma artística va cambiando porque ésta es intensamente dinámica. Y el momento del gran cambio histórico y cultural que antecede a lo que se vivirá en la sociedad contemporánea tiene lugar con el despliegue de la sensibilidad romántica, ya en el siglo XIX. Y aquí quiero recordar al gran Octavio Paz, quien indicó que las vanguardias artísticas definidoras de lo que es el arte de nuestro tiempo son hijas directas del romanticismo.
Cuando uno lee, por ejemplo, a Friedrich Schlegel, en uno de los textos de Athenaeum, la revista que propulsaron él y su hermano August en 1798, encontramos lo siguiente: “una obra de arte lo es cuando está fuertemente limitada por todas partes, y es ilimitada e inagotable dentro de los límites cuando es completamente fiel a sí misma, igual con todas sus partes y además sublime por encima de sí misma”. Como se puede apreciar hay aquí una concepción de la forma, ilimitada e inagotable dentro de los límites, que implica un cambio en profundidad de lo que era la concepción mucho más estática, armónica, de la forma de arte clásica.
Algo que todavía se acentúa más en un texto, que me parece muy hermoso, del gran pintor romántico, también alemán, Caspar David Friedrich, cuando en 1830 hace unos comentarios después de visitar una exposición y allí escribe: “observa bien la forma, la pequeña tanto como la grande, separa, sin embargo, lo mezquino del conjunto todo”, y añade: “cierra tu ojo corporal para que veas primero con el ojo del espíritu, entonces deja salir a la luz lo que viste en la oscuridad para que pueda ejercer su efecto sobre nosotros del exterior al interior”.
¿Qué es lo que leemos en Schlegel y en Friedrich?, lo que leemos es una primera aparición de ese dinamismo cambiante de la forma, que no sólo supone mayor esteticidad, de anatomía, de simetría, sino también una dimensión muy intensa de interiorización, por un lado, y por otro de dinamismo.
Cuando André Breton, ya en el siglo XX, escribía en El surrealismo y la pintura que la gran ola de fuerza del arte de nuestro tiempo es precisamente la dimensión interior que surge del exterior, en el fondo estamos viendo un desarrollo, un despliegue, de algo que ya había empezado en la época romántica.

La forma artística en la época actual

En mi opinión, el recorrido genealógico que hemos sintetizado es muy importante para comprender la situación en la que hoy en día nos encontramos, esa situación de imágenes envolventes donde la forma se puede naturalmente encontrar, pero el proceso para acceder a ella es extraordinariamente complejo. Y creo que la gran enseñanza que nos ha aportado Jannis Kounellis con su obra es el paso que nos lleva a poder concebir la forma artística como huella, un registro que va de la interioridad de quien hace la propuesta, el artista, al registro también interior de todos nosotros, los espectadores, el público, que intentamos acceder a sus sentidos. Por eso, De la forma a la huella.
¿Cómo mantener la vida, la fuerza poética del arte en un mundo en el que la repetición obsesiva y agobiante de signos y representaciones ha terminado por arrebatarle su potencia inmediata, su capacidad de impacto?

Jannis Kounellis: Sin título (1969).

Creo que la trayectoria entera de Jannis Kounellis es un intento persistente de dar respuesta a esa interrogante. Un intento en el que la memoria de la civilización, el recuerdo atesorado de la cultura mediterránea clásica, se proyecta en el arco de la utopía. Donde el compromiso radical, poético y político del artista se mantiene con intensidad, en una época caracterizada por conformismo y la resignación.
La incitación artística se sitúa en un marco de presencias no evidentes, no ostensibles. En el mundo de la redundancia de la representación, Kounellis activa huellas, rastros, índices, indicios de dimensiones no evidentes, pero intensamente significativas. En lugar de la representación explicita, la sugerencia del inevitable tránsito de las cosas. Cambio, metamorfosis, desaparición.
¿Cómo activar el apagado espíritu de nuestra época? La interrogación de Kounellis bucea en lo originario: los materiales del arte, en su radicalidad, que han de ir hoy más allá de los géneros artísticos tradicionales.
¿Cómo elaborar un cuadro, dar forma a una estatua, en un mundo donde el lenguaje plástico ha perdido irremisiblemente su estabilidad expresiva?

Jannis Kounellis: Sin título (1969).

El artista se convierte en un rastreador, en un arqueólogo de la experiencia vital de una civilización que hoy aparece abandonada en las premisas del olvido, sepultada por la influencia de la imagen mediática. En ese rastreo, el primer registro de Kounellis es el de los materiales. Ahí se sitúa todo un campo de resonancias del eje estético primordial de su obra, en el contraste naturaleza/cultura.
El mundo que habitamos no sólo ha hecho inviable, no operativo, el lenguaje tradicional del arte, sino que además ha colonizado de forma tan exhaustiva lo natural que lo ha hecho desaparecer casi por completo. O, a lo sumo, lo guarda y lo tiene en zonas confinadas.
Se trata del proceso que se remonta a los inicios de la modernidad, y que fue ya tomado en consideración en clave estética por Friedrich Schiller en el paso de la Ilustración al Romanticismo.
En el hermosísimo ensayo de Schiller Sobre la poesía ingenua y sentimental, escrito entre 1794 y 1795, leemos: “hoy la naturaleza ha desaparecido de nuestra humanidad, y sólo fuera de ella, en el reino de lo inerte, volvemos a encontrarla en su pureza”. Una vez perdida, para volver a la naturaleza no hay vía directa, es necesario el rodeo a través de la cultura. Y es eso lo que marca la diferencia entre la época antigua (griega) y la moderna. En una frase de una gran belleza por su capacidad de síntesis, Schiller dice: “ellos, los griegos, sentían naturalmente, nosotros sentimos lo natural”.
Es verdad que hay un aspecto discutible en esa afirmación, en la medida en que implicaría concebir el mundo griego, como si en él no hubiera también un trasfondo cultural, algo que sin duda existía, como en toda sociedad humana. Pero lo que me interesa destacar del planteamiento de Schiller es que esa pérdida de una relación más próxima a la naturaleza provoca, siempre que se produce, una intensa melancolía. Y el desarrollo de la modernidad, con la intensa expansión de la tecnología que lo caracteriza, supone un alejamiento creciente de la relación humana con la naturaleza.

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

El gran artista del land art, Robert Smithson, habla de la naturaleza confinada, y de la nostalgia por lo que sería la pérdida de una relación directa de los seres humanos con la naturaleza. Y por eso, para entender plenamente las resonancias de lo natural en la obra de Jannis Kounellis, creo que también es preciso unir a la teoría romántica el proyecto de emancipación política revolucionaria que tiene su inicio con Karl Marx. Creo que este aspecto es muy importante en el despliegue de la obra de Kounellis.
Al mencionar ahora a Marx me refiero en particular a sus Manuscritos económicos-filosóficos de 1844, en los que destaca cómo a través de la técnica moderna, de la industria, la naturaleza se ha introducido de manera práctica en la vida humana, transformándola en profundidad y preparando el camino de la emancipación.
En consecuencia, según Marx, “la industria es la relación histórica real entre la naturaleza (y por ello de la ciencia natural) con el hombre”. Es eso lo que permite la perspectiva de una futura unificación de la ciencia natural con la ciencia del hombre, porque, en último término, la historia misma es una parte real de la historia natural de la conversión de la naturaleza en hombre. Estas palabras de Marx aquí en Aguascalientes, tierra de ferrocarriles, resuenan con una intensidad especial.
Pues bien, en Kounellis lo natural aparece siempre no como un registro ideal, sino como algo sometido a la manipulación del hombre. Las piezas de carne dejan la huella de sangre sobre los paneles de hierro: la naturaleza destinada a servir de alimento al hombre, industrialmente “digerida” por la cultura.
Kounellis contrapone los materiales “naturales”, orgánicos o inorgánicos, a los artificiales. Y así, en lugar del dibujo o el color, el mármol o el bronce, actúa con elementos dados, naturales, y otros ya hechos, artificiales.
El cuerpo de una mujer, caballos, ratas, cuervos, escarabajos, un loro, todo un conjunto de seres vivos. Pero también la carne animal, las maderas, hojas de árboles, piedras, humo. Y junto a ello, hierro, cera, plomo, yeso, alquitrán, carbón, velas, bombonas de gas, lámparas, antorchas, flechas, máquinas de coser, lana, sacos, repisas, zapatos, abrigos, armarios, arcos, paneles, ventanas, puertas. Y aquí, en la muestra en Aguascalientes, los armarios de los trabajadores son depositados sobre roca volcánica.
Esta somera enumeración de elementos recurrentes nos permite iluminar todo un juego de sentidos: la referencia continua, envolvente, en una larga serie de obras y propuestas de Kounellis es lo que podemos llamar la presencia ausente del ser humano.
El rastro del hombre, las huellas de su vida en la tierra, el signo que imprime sobre todo lo que manipula, fabrica o utiliza. Elementos para vivir, comer, resguardarse, habitar, comunicar, viajar. Pero la disposición de elementos no es, sin embargo, un mero registro taxonómico. La tarea simultáneamente arqueológica y artística de Kounellis presenta, a la vez, un fuerte giro dramático, escénico. Y no es extraño entonces encontrar en 1968, un año tan importante en Occidente para la aparición de un nuevo horizonte de lo político, un texto de Kounellis que es una auténtica poética del teatro, me refiero a su escrito Pensamientos y observaciones.   

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

Es un escrito que gira en torno a las categorías de lo vivo y lo verdadero, y que con ecos que hacen pensar en Antonin Artaud, nos habla de lo natural y de lo vivo como autenticidad teatral. Allí escribe Kounellis que “se puede y se debe recomenzar a partir del propio cuerpo, tanto en lo que se refiere al actor como al espectador (lo mismo en el escenario que en la vida)”. Adviértase la resonancia de la interioridad del creador en la interioridad del espectador de la que antes les hablaba.
En las obras de Kounellis la disposición de los elementos es siempre escénica: sobre ella gravita el rastro del cuerpo ausente. Y así se desencadena la implicación del espectador, a partir de su inmersión corporal y perceptiva, en la que no sólo opera lo visual, sino los cinco sentidos básicos. Los sonidos, el olor y el tacto desempeñan también sus trabajos en un papel tan importante como las formas de representación que los vinculan.
En un segundo escenario, los sentidos despiertan asociaciones y recuerdos. Y se abre entonces el salto del sentido poético, en el que la biografía del espectador, del que mira, actúa, se funde con la del artista, y a través de ello, con la historia de la cultura compartida.
En cualquier caso, el dispositivo escénico no supone el escamoteo del cuerpo del propio Kounellis, ya que el artista se hace presente, a la vez como actor y como acompañante, en un juego estético que alude e indica el trasfondo virtual del arte. Es algo que puede advertirse en toda una serie de obras fundamentalmente de carácter fotográfico en las que habitualmente su cuerpo aparece de manera fragmentaria, por lo tanto introduciendo una metonimia de la corporalidad.

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

Lo ostensible del mostrarse concluye así con una presentación metonímica: la parte por el todo. Se presenta o destaca una parte del cuerpo, y no creo que se trate de algo accidental. Al contrario, lo considero también muy significativo para poder entender el tipo de construcción estética que intenta Kounellis.
Sabemos que el psicoanálisis ha insistido en que nuestra visión de los cuerpos de otros, sobre la que se articula el impulso del deseo, es siempre parcial, fragmentaria. La pulsión escópica, la pasión de la mirada, no se centra en la totalidad de un cuerpo, sino que aísla planos del cuerpo del otro, que en su dimensión parcial, fragmentaria, constituyen el punto de anclaje del deseo.
Y sabemos, también, que la disolución del clasicismo implica el estallido de la obra de arte orgánica y su explosión en fragmentos. El artista se muestra a sí mismo como signo de su entrega, de su ofrenda corporal, en el proceso de la obra. Pero el signo de esa presencia no puede ser ya, en la época postclásica, el de la presencia rotunda y completa de las figuras clásicas, sino el signo de la fragmentación.
Nos situamos así, una vez más, en el rastro, en la huella, aunque aquí a través de la intensificación expresiva de la metonimia: una parte vale por el todo. Un todo ya, eso sí, hoy inexistente o inaccesible en nuestro universo de representaciones estéticas.
Podemos también apreciar también así la importancia metodológica y expresiva del collage en las propuestas estéticas de Kounellis. En realidad, el contraste naturaleza/cultura que aparece recurrente entre sus piezas no se presenta nunca como “totalidad” expresiva, sino como collage.

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

En ese sentido me alegra haber sabido que una de las intervenciones que vamos a poder escuchar aquí, precisamente de Martín Olmedo, se centra en la problemática del collage, creo que en relación con la obra de Kounellis.
En definitiva, lo que Kounellis evita en sus obras es la recaída en el idealismo, la fabulación de una unidad de la naturaleza y la cultura construida sobre el espíritu o la idea. Por el contrario, lo que aparece en sus piezas son partes materiales del mundo, fragmentos de la tierra habitada por el hombre.
Los materiales orgánicos e inorgánicos, lo caliente y lo frío, lo luminoso y lo oscuro, los objetos y las huellas, se articulan y confrontan no como piezas de un engranaje, sino como fragmentos “pegados” en la visión. Una visión que, lo mismo que la memoria, rescata partes y motivos selectiva y accidentalmente, y los mezcla en un registro abierto, expansivo.
 Lo que a primera vista podría parecer accidental, está en realidad revestido de una fuerte determinación expresiva. El fragmento de madera es, a la vez, la parte vertical de una cruz, con lo que se alude, en un intenso registro polisémico, de pluralidad de sentidos, tanto a los materiales de la naturaleza como a la truncada historia espiritual de nuestra civilización.
El fragmento de la cruz, el cristianismo roto, es también un índice de la ausencia de espiritualidad en nuestro mundo. Una constatación omnipresente en todo el trabajo de Kounellis, en el que continuamente percibimos la decidida voluntad de hacer patente que una cosa es lo laico y otra la ausencia de espiritualidad.

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

Las flores de hierro, las balanzas con polvo de café, las ánforas con agua de mar o sangre, las bombonas de gas que se prolongan en los tubos extendidos como reptiles, en el suelo o en el aire, no son meras paradojas expresivas: articulan lo plástico y lo alimenticio.
Muestran que en los más simples elementos materiales el hombre deposita un signo de elevación, una marca espiritual. Es decir, Kounellis realiza de forma recurrente una reivindicación del carácter espiritual del trabajo humano que, más allá de toda mixtificación idealista, abre el camino para la comprensión de la espiritualidad latente en el mundo material, en la tierra que habitamos, y habitualmente destruimos.
El fuego y el hierro establecen un nexo, una conjunción de lo primordial, de la que brota la luz, probablemente el material plástico decisivo, aunque con frecuencia inadvertido, en todo el trabajo de Kounellis. En todas sus piezas, la luz articula el sentido dramático de los materiales y fragmentos. La luz, que brota de lo más profundo de la tierra, que nos acompaña e ilumina, en lo que si no sería un mundo de penumbras. La luz, que desde el material más humilde y diminuto del mundo, gravitando en nuestra retina, nos permite volar hacia lo alto, aspirar a la espiritualidad.
En virtud de todo ello, las obras de Kounellis rompen los límites expresivos tradicionales. No pertenecen ni a la “pintura”, ni a la “escultura”, pero se nutren de ambas, de su memoria, y se funden en un proceso plástico de organización dramática, teatral, espacial.
El resultado es un registro “envolvente”, en el que, a través de los fragmentos y las piezas, signos de la humanidad, somos capaces de sentir y experimentar las grandes cuestiones de nuestra civilización: la vida, el cambio, la decadencia, la muerte, la desaparición.
El artista no engaña. En ese bucear arqueológico de Kounellis no hay lugar para el ornamento o el esteticismo. En esta época de olvido y abandono, lo que sea “bonito”, lo que es aparente y superficialmente “bello”, es una iniquidad. Una impostura moral.
El registro estético de Kounellis es expresión de una rabia contenida, de una actitud rebelde e inconformista, que no acepta que la contienda por la configuración humana de la vida, del mundo, haya terminado irremisiblemente en la derrota.
En ese punto se sitúa el carácter intensamente melancólico de toda su obra, lo que me ha permitido hablar respecto a su trabajo de melancolía revolucionaria. Algo que, por lo demás, el propio Kounellis ha hecho explícito al hablar, en 1985, de la “melancolía como propuesta”.
Es importante insistir en que la plenitud estética no puede presentarse en nuestros días como algo banalmente al alcance, si no es a costa de caer en el encubrimiento de la opresión. La Arcadia soñada está fuera de nuestro alcance, y el arte ha de hacerlo explícito en sus propuestas. En otro texto, en este caso de 1988, al que volveré para finalizar esta intervención, un texto que se llama Si la casa es cuadrada…, Kounellis escribió: “Mis lanas, que reflejan la Arcadia perdida de vista y fuera del tiempo, se pueden adquirir, según me informan, con 150.000 latas de cerveza”.
Sin embargo, aun a riesgo de que esa invocación de lo arcádico pueda ser traducida en una cantidad, comprarse, su búsqueda, el rastreo de su destello, sigue siendo necesaria como compromiso del arte con la búsqueda humana de felicidad, de plenitud.
La memoria y la melancolía actúan entonces como desencadenantes de la utopía, como revulsivos para la no aceptación del estado de cosas existente. El pasado y las imágenes entrevistas de un tiempo de plenitud nos dicen que el mundo no está aún terminado.
La reivindicación de Ítaca, también del mismo texto de 1988: “Ítaca, visionaria Ítaca”, como todos sabemos la patria del retorno de Ulises, pero también la imagen de lo que siempre está más allá, yo la percibo como una afirmación del espíritu de la utopía en Kounellis, con lo que ya me acerco a una comunicación que voy a establecer enseguida, entre el gran filósofo de la utopía, Ernst Bloch, cuya primera obra se llamaba precisamente así, Espíritu de la Utopía y lo que alienta en Kounellis. En Si la casa es cuadrada… escribe: “Así pues, contra el viento, hacia el puerto donde se refugian las armonías y los paraísos, aun sabiendo que ese destino justo y deseado está muy lejos”.
El mar y la navegación, espacios de vida y símbolos primordiales de la cultura clásica, de las antiguas civilizaciones mediterráneas, descubren así su papel esencial en todo el universo estético de Kounellis. La vida como navegación incierta, zozobrante a veces, pero llena de determinación, ¿hacia dónde? hacia las islas de la felicidad.
Obviamente, como ya anticipaba, pocos pensadores pueden estar más cercanos de estas propuestas estéticas que Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía. Pero además de la coincidencia con los principios y formulaciones centrales de la filosofía de Bloch, lo que ha llamado mi atención, y quiero compartir con ustedes, es su cercanía en la utilización de algunas imágenes y procedimientos expresivos, centrales para ambos, tanto para Kounellis como para Bloch.
En 1930 Ernst Bloch publicó Spuren (Huellas), un libro inclasificable, de prosa no argumentativa ni lineal, en el que a través de relatos y fábulas, articulados en una especie de collage narrativo, se presenta una filosofía no ostensible, no declarativa. Sería también traducir la forma del collage en la propia filosofía.
Lo que Bloch muestra en Huellas es el despliegue literario de un interrogante filosófico: ¿se agota el mundo de la apariencia en sí mismo, o encontramos en sus pliegues “algo” que desde dentro mismo lo desborda? Las historias del libro, que conservan un sabor oral, ancestral, como provenientes de la memoria más profunda, presentan a través de un juego de presencias y ausencias, el rastro, las huellas de ese “algo” que desborda el mundo de las apariencias y que constituye el núcleo de la auto-trascendencia humana, la imagen de la utopía.

Jannis Kounellis: Instalación en Aguascalientes (2016).

Como en Kounellis, en los relatos de Bloch hay dos imágenes que revisten gran importancia: la ventana (particularmente, la ventana roja) y la puerta. Kounellis en Si la casa es cuadrada… escribió: “Si la ventana enmarca un paisaje, el visionario acentúa su significado mientras dura la visión”.
La ventana roja, uno de los textos de Bloch en Huellas, tiene el valor de un signo que se fija en la adolescencia, en ese periodo en que se consolida el yo del sujeto. Es una impronta que, sin brotar de un plano concreto de la experiencia: la casa, la naturaleza, o el yo, remite sin embargo al todo. Escribe Bloch: “Cada uno guarda de esta época un signo, que no tiene absolutamente nada que ver con la casa, ni con la naturaleza, ni con el yo conocido, pero que, si así se quiere, lo cubre todo”. Y concluye: “Con la ventana como una máscara, salimos hacia la libertad”. Es decir, la ventana marca un dentro y un afuera de nosotros mismos, pero marca así ante todo el paso hacia afuera, la experiencia de la libertad. A través de ella, a través de la visión de la ventana, el mundo se presenta como un territorio de disponibilidad abierta para el hombre.
Otra de las imágenes de gran densidad en Huellas es la puerta, lo que Bloch llama el símbolo originario letal de la puerta. Desde que alguien franquea una puerta, se le deja de ver. Desaparece de golpe, como si muriera, lo mismo que el tren desaparece tras la curva. Este intenso motivo muestra su conexión con la actividad artística en los relatos chinos, recordados por Bloch en el libro, que entremezclan la puerta que conduce a la obra y la que conduce a la muerte.
En uno de esos relatos, a los que Bloch se refiere, un viejo pintor muestra su último cuadro a sus amigos. Pero cuando estos, al ver un rojo extraño en la pintura, se vuelven hacia el pintor, no le encuentran ya junto a ellos, sino en la imagen, avanzando por el también extraño sendero que aparece en el cuadro hacia la puerta maravillosa, ante la que se detiene, se vuelve, sonríe, la abre y desaparece. La puerta, el signo no sólo de lo que cierra, sino de lo que abre el límite de lo que nuestros ojos no ven, pero nuestro corazón anhela, presiente. ¿Por qué desde aquí, desde el mundo de las apariencias, desde las dificultades, el sufrimiento y el dolor, nos encaminamos hacia ella? En las palabras conclusivas de Ernst Bloch: “la tierra inhabitable, con algunos símbolos de la felicidad, es una buena escuela preparatoria para los sueños reales detrás de la puerta”.
Ventanas y puertas. Signos, imágenes de la presencia humana, rastros del paso del hombre en la tierra. Y, por ello, símbolos de la posibilidad humana de ver a través y de traspasar los límites. Imágenes de la utopía. Ventanas y puertas son omnipresentes, las vemos en todas partes en la obra de Jannis Kounellis, quien en Si la casa es cuadrada… escribió: “Si la puerta tiene una dimensión humana es porque el hombre la atraviesa”.



* José Jiménez: Teoría del arte; Tecnos (Colección neoMETRÓPOLIS), Madrid, 2002.

domingo, 12 de febrero de 2017

La vanguardia artística rusa

Hoy es mañana

El arte brota siempre en el tiempo, en el ámbito de situaciones sociales y culturales específicas, concretas. El extraordinario despliegue de propuestas artísticas en todos los ámbitos del arte: literatura, teatro, música, artes visuales…, en los treinta primeros años del siglo XX en Rusia tiene como trasfondo el terrible impacto de las tres revoluciones políticas que allí se fueron sucediendo en ese periodo. Rusia estaba cambiando, y el inmovilismo del tiránico y anquilosado régimen zarista fue dando paso a esas fuertes sacudidas revolucionarias: en 1905, en febrero de 1917 y en octubre  de ese mismo año.
El anhelo de una nueva sociedad despuntaba también en la búsqueda de la innovación y de nuevos horizontes en los campos específicos de la cultura y las artes. Treinta años en los que podría hablarse de una gran aurora, de un florecimiento intensísimo en todos los espacios de creación, que acabaría terminando trágicamente con la implantación del régimen concentracionario estalinista: detenciones, deportaciones, muertes, exilios… En definitiva, silencio forzado.
Coincidiendo con los años de la Primera Guerra Mundial, tanto en Moscú como en San Petersburgo, se despliega el movimiento que hoy conocemos como Formalismo Ruso que impulsaría la consideración de la teoría y la crítica literaria como disciplinas autónomas. La voz poética de Vladimir Maiakovski (1893-1930) se agita con fuerza entre las masas que anhelan libertad. Vsévolod Meyerhold (1874-1940) introdujo en el teatro las propuestas creativas de la convención consciente y la biomecánica. En el cine, Sergéi Eisenstein (1898-1948) revolucionó en plenitud el montaje de las imágenes fílmicas. Y la música, con una riqueza que sigue resonando con la máxima intensidad en nuestros oídos y en nuestros corazones: Scriabin, Stravinski, Prokofiev, Shostakovich.
No menos luminoso fue el despliegue de creatividad en las artes visuales, un auténtico arco iris. Imposible, en el espacio disponible en este artículo, mencionar a todos los protagonistas. Pero importante y necesario, eso sí, recordar a los imprescindibles, para así ir haciéndose un pequeño “mapa” de esa auténtica explosión de las nuevas formas. Fíjense: Kazimir Malévich, Vladimir Tatlin, Vasili Kandinski, Marc Chagall, El Lissitzky, Alexander Rodchenko, Gustav Klucis. Y algo especialmente significativo, el importante número de mujeres artistas, y el gran relieve e importancia de sus obras. Entre ellas, Natalia Goncharova, Alexandra Éxter, Liubov Popova, Varvara Stepánova.

Lyubov Popova: Aire + Hombre +Espacio (1912).
Óleo sobre lienzo, 125 x 107 cm.

Durante décadas, ese impresionante florecimiento artístico ruso en las tres primeras décadas del siglo XX permaneció casi olvidado en Occidente. Fue en los años setenta del siglo ya pasado cuando comenzó un intenso proceso de recuperación y estudio que últimamente, y coincidiendo con la rememoración centenaria de los sucesos de 1917, ha dado lugar en el terreno específico de las artes plásticas, en un ámbito internacional, a un conjunto de importantes exposiciones temporales sobre la vanguardia artística rusa coincidentes en el tiempo.
¿Cuál fue el comienzo de ese despertar vanguardista…? Hay algunos aspectos especialmente relevantes. Por ejemplo, la formación de las grandes colecciones de Sergéi Shchukin e Ivan Morozov, que llevaron a Rusia un número impresionante de obras artísticas de grandísima calidad de la escena artística internacional de aquel tiempo, y especialmente de las grandes figuras tanto de los antecedentes como de la vanguardia artística francesa. Todas ellas, hoy, en los museos estatales rusos. Junto a ello, hay también que mencionar los viajes y desplazamientos de los artistas rusos a las ciudades-foco de la cultura europea en aquellos años: París, Berlín, Múnich, Roma…

Vasily Kandinsky: Amarillo-rojo-azul (1925).  
Óleo sobre lienzo, 128 x 201,5 cm.

Gradualmente, los artistas rusos fueron recibiendo los nuevos impulsos de la vanguardia europea: fauvismo, expresionismo, cubismo, futurismo… en un registro cosmopolita, hasta entonces nunca tan intenso en Rusia. Esos nuevos impulsos que venían “de fuera” se integraron, a la vez, con la voluntad de recuperar y renovar las tradiciones culturales propias y con el descubrimiento de lo nuevo en la misma Rusia: la vida en las ciudades y la expansión de las máquinas.
Todo eso se fue concretando en la aparición y despliegue de una serie de tendencias artísticas plurales. Los nombres históricos de las más destacadas son: neoprimitivismo, rayonismo, cubofuturismo, suprematismo, constructivismo y productivismo. Un rasgo común a todas ellas, que puede apreciarse incluso en sus denominaciones, es la síntesis de lo exterior con lo interior, de lo que llegaba desde Europa con lo específicamente ruso.
Antes de la Revolución del 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre en nuestro calendario), el arte ruso buscaba algo específico, a partir del contraste con el arte europeo. En un texto de gran profundidad teórica: “Del cubismo y el futurismo al suprematismo” (1915), Kazimir Malévich decía: “Me he transformado en el cero de la forma y emerjo de la nada a la creación, esto es, al suprematismo, al nuevo realismo de la pintura: la creación no-objetiva”. Hay que entender aquí “no-objetiva” como “no figurativa”, lo que permite comprender la impropiedad de la aplicación del rótulo “arte abstracto” al arte no figurativo de las vanguardias. El arte siempre ha sido abstracto, desde su descubrimiento cultural en la Grecia clásica conlleva en todo momento un proceso de abstracción de las formas.

Kasimir Malevich: Autorretrato en dos dimensiones (1915). 
Óleo sobre lienzo, 83,5 x 65 cm. Stedelijk Museum, Ámsterdam.


En términos generales, la Revolución fue vivida por los artistas rusos como un acontecimiento que abría una vía de convergencia de la vida y el arte. Y así, el nuevo arte debía ser reflejo de la nueva sociedad en construcción. La línea que abrió quien fuera Comisario del Pueblo para la Educación entre 1917 y 1929: Anatoli Lunacharski, apuntaba en la misma dirección, manifestando en todo momento la necesidad de la no injerencia política en las actividades artísticas. En una de sus manifestaciones, que debería ser referencial para los políticos actuales, Lunacharski afirmaba: “en cuestión de forma no debe tenerse en cuenta el gusto del Comisario del Pueblo, ni de ningún representante del Gobierno”. Y a ello se unía la puesta en marcha de instituciones y museos para presentar “el nuevo arte” al pueblo.
¿En dónde se situaba entonces la convergencia entre arte y sociedad? Los propios artistas nos dan la clave: la aportación de los artistas a la construcción de la nueva sociedad se sitúa, principalmente, en una concepción del arte centrada en la acción, en el arte como acción. En su “Manifiesto realista” (1920), Naum Gabo y el alemán Nikolaus Pevsner decían: “La acción es la verdad más alta y más firme.” Y Malévich, en “El suprematismo” (1920), señalaba con rotundidad “la posibilidad de acabar con el mundo libresco al reemplazarlo por la experiencia, la acción, a través de las cuales todos comunicarán con la creación total.”

Tatlin con un asistente ante la maqueta del 'Monumento a la III Internacional' (Petrogrado, 1920)

Es decir, se buscaba un arte a pie de calle, capaz de introducirse de forma directa en la vida de la gente. En su declaración de 1920: “El trabajo por realizar”, cuando concibe y realiza la maqueta del Monumento a la III Internacional (que como tal monumento nunca llegaría a realizarse), Vladimir Tatlin pedía a los artistas “tomar el control de las formas encontradas en la vida cotidiana”. La utopía de la nueva sociedad actuaba como eco y reflejo, articulado con registros recíprocos, de la utopía de un arte nuevo. 

Marc Chagall: La caída del ángel (1923-1933-1947). 
Óleo sobre lienzo, 147,5 x 188,5 cm. Kunstmuseum Basel.

Ese “sueño” crítico y abierto se vino abajo, en paralelo también con la frustración de la utopía social, en los años treinta, bajo el dominio de Stalin. Su consuegro Andréi Zhdanov, nombrado en 1934 Secretario del Comité Central del Partido Comunista, acuñó el rótulo “realismo socialista” como expresión de la única línea permitida en el conjunto de las artes. Y eso conllevó la condena de la vanguardia, el retorno al tradicionalismo, la censura. Y aún peor: detenciones, internamientos en campos de trabajo, fusilamientos, exilios. La nueva aurora de la cultura y las artes quedó ahogada en la penumbra del crimen. Pero el arte resiste en el tiempo. Aquellos artistas nos siguen transmitiendo su hoy en el mañana actual, y en el que habrá de venir.      

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.269, 11 de febrero de 2017, pp. 12-13.

domingo, 5 de febrero de 2017

Christian Boltanski en El Instante Fundación, Madrid

Memoria de las vidas

En estos tiempos oscuros, de profunda incertidumbre, una sugestiva iniciativa cultural abre sus puertas en Madrid. Se trata del comienzo de las actividades de una nueva fundación: El Instante Fundación. No está promovida por instituciones públicas, empresariales o financieras, como suele ser habitual, sino por particulares, profesionales en distintos ámbitos de las actividades culturales. Entre ellos, por ejemplo, el pintor José María Sicilia, el gestor cultural José Guirao, o el hombre del teatro José Luis Gómez.

Espacio de El Instante Fundación, Madrid. 

La idea central de su configuración es que tenga un carácter transversal, con programas y actividades abiertos a los distintos ámbitos de la cultura y el conocimiento: artes plásticas, literatura, música, teatro, cine, filosofía… Su nombre: El Instante, es “un guiño”, una llamada a atrapar el instante, a vivir el tiempo en el presente que transitamos.
Un guiño que se remonta, como alusión precisamente en el tiempo y la memoria, al carpe diem, del poeta latino Horacio: agarra, aprovecha el día. Y, claro, lo que se nos plantea es que la manera más intensa de atrapar el tiempo es a través de la cultura, de la educación. A través del conocimiento, el itinerario que nos lleva más lejos en el proceso de realización como seres humanos. En el tiempo de nuestras vidas.

Christian Boltanski: Los registros del Grand-Hornu. Instalación en Madrid. Fotografía de  J. Elechiguerra. 

Así que resulta especialmente coherente que El Instante Fundación comience sus actividades con la presentación en su amplio y magnífico espacio de una gran instalación del artista francés Christian Boltanski (1944), cuya obra tiene como uno de sus hilos conductores más relevantes la interrogación acerca del paso del tiempo. Acerca del fluir fugaz de la vida y del latido, también pasajero y fugaz, del recuerdo, de la memoria de los que se fueron. En 2010, con motivo de dos importantes exposiciones en París, Boltanski manifestaba: “La gran cuestión es la unicidad, la desaparición y el olvido de todos después de tres generaciones. A veces, incluso bastante antes.”
Desde su primera exposición en España, en el Museo Reina Sofía en 1988, hasta la más reciente en el IVAM en 2016, la obra de Christian Boltanski han tenido numerosas presentaciones en España, por lo que puede pensarse que es bastante conocida entre nosotros. Pero sus propuestas, sus instalaciones, tienen siempre un rasgo específico: se abren de forma interactiva a los públicos, propiciando así un diálogo diferenciado, diverso, en cada ocasión. Podríamos decir que sus obras plantean registros abiertos para que cada espectador desarrolle con ellos, a través de ellos, una performance propia.

Christian Boltanski: Los registros del Grand-Hornu. Instalación en Madrid. Fotografía de  J. Elechiguerra. 

En este caso: Los registros del Grand-Hornu, estamos ante un desplazamiento, en el tiempo y en el espacio, de una gran instalación que Christian Boltanski realizó en 1997 en la zona de Valonia, en Bélgica, en un lugar muy especial. Grand-Hornu es el nombre de un antiguo complejo minero configurado entre 1810 y 1830, en esos primeros años del despliegue de la revolución industrial en Europa, y configurado como una ciudad obrera, con viviendas y espacios de servicios y mantenimiento. El complejo se mantuvo activo hasta 1954, año en el que se interrumpió la explotación minera y fue abandonado.
A través de un largo y difícil proceso de recuperación del mismo como patrimonio cultural, el recinto del Grand-Hornu acabó convirtiéndose, desde los pasados años noventa en adelante, en un espacio de actividades artísticas contemporáneas, integrando las diversas artes, junto al diseño, la arquitectura y las artes aplicadas. El comisario de la instalación de Boltanski en Madrid: Laurent Busine, ha sido Director del Museo de las Artes Contemporáneas en el Grand-Hornu de 2002 a 2016.
Todos estos datos son relevantes para llegar al fondo, para comprender, ante qué nos encontramos al entrar en el espacio, de grandes dimensiones, donde se presenta la instalación de Boltanski en Madrid. Entramos en la penumbra, en una amplísima sala, con una alta y larguísima construcción, dispuesta en la pared del fondo y que vemos frontalmente. Esa construcción es un muro de más de cuarenta metros de largo por casi cinco de altura, que ha viajado en el espacio: desde el Grand-Hornu, en Valonia, hasta Madrid.

Christian Boltanski: Los registros del Grand-Hornu. Instalación en Madrid. Detalle. Fotografía de  J. Elechiguerra.  

Pero la instalación ha viajado también en el tiempo, y no sólo desde su primera presentación en 1997, ya que está construida con cajas de hojalata oxidadas, en cuya superficie frontal Boltanski fue colocando nombres y fotografías. Extraídas éstas de los carnés de los mineros que trabajaban en la explotación de carbón. Y parece que dentro de cada una de las latas hay algo, sin que sepamos de qué se trata, relacionado con ellos. Así que a través de esos registros: trazos o huellas, esas vidas que fueron, completamente desconocidas para nosotros, vuelven a nuestros ojos en el tiempo que fluye. En la memoria. Un gran monumento funerario que ilumina la humanidad del recuerdo.


* Christian Boltanski: Les Registres du Grand-Hornu [Los registros del Grand-Hornu]; comisario: Laurent Busine; El Instante Fundación, c/ Palos de la Frontera, 20. Madrid. Del 23 de enero al 23 de marzo. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.268, 4 de febrero de 2017, pp. 18-19.