viernes, 24 de abril de 2015

La democracia insuficiente - 9

Goytisolo, Don Quijote
Leo desde hace décadas, con pasión e intenso agradecimiento por todo lo que me da, a Juan Goytisolo, a quien tuve la gran satisfacción de recibir en el Instituto Cervantes de París en 2005. Lo que siempre me ha impresionado más en él es la forma en que su lucidez e intensidad intelectual van unidas a un compromiso moral pleno, sin fisuras. No siempre coinciden en los escritores, en los artistas, en los pensadores… la preparación  intelectual y la demanda del bien y la justicia. El halago y la complacencia con las diversas instancias de poder son, por desgracia, bastante habituales.

Juan Goytisolo (foto Europa Press, 23. 4. 2015).

Por todo ello, en estos tiempos de democracia insuficiente me parece de gran importancia llamar la atención sobre el carácter ejemplar, de intenso compromiso moral con los ciudadanos de la tierra entera, de la actitud de Juan Goytisolo en el acto de recepción del Premio Cervantes. A destacar, de entrada, su rechazo a vestir la indumentaria de etiqueta, presentándose de forma digna pero como un ciudadano normal, como una persona de la calle. Es obvio que él no forma parte de los etiquetados.
Ejemplar fue, sin duda, todo lo que dijo en su breve y hermoso discurso de aceptación del Premio, disponible en su integridad en las redes digitales. Goytisolo trajo a Don Quijote a nuestro tiempo, con palabras que debieron retumbar como un grito en los oídos habitualmente sordos de no pocos de los que le escuchaban en directo: “imagino” –dijo– “al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.”
Palabras ejemplares. Ejercicio público de gran literatura. Que se condensa y eleva, de nuevo, en las que fueron sus frases finales: “Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.” Goytisolo, Don Quijote

domingo, 19 de abril de 2015

Bruce Nauman en la Fondation Cartier, París

Mi cuerpo es mi lenguaje


No resulta exagerado decir que Bruce Nauman (Fort Wayne, Indiana, 1941) es uno de los artistas más relevantes de nuestro tiempo. Su obra cristaliza de un modo particular desde las tres últimas décadas del pasado siglo hasta hoy mismo, coincidiendo con un periodo en el que las artes plásticas viven un proceso de transformación hacia un horizonte multimedia. Eso es lo que nos ha ido mostrando con su trabajo este gran maestro de la sensibilidad actual: introducirse en las artes significa, hoy, entrar en un universo confluyente de percepciones y concepto. Sonido, formas visuales, palabras y lenguaje, ideas… Por cierto, no está de más recordar que, desde el pasado 23 de febrero y hasta el próximo 28 de junio, nuestro IVAM, en Valencia, presenta también una exposición Burce Nauman, dentro de la serie “Casos de Estudio”.

Bruce Nauman en su taller. Fotografía de Jason Schmidt. 

Retirado en su taller de Galisteo (New Mexico), donde se instaló en 1989, Bruce Nauman sigue produciendo obras de una intensidad plástica y poética deslumbrante, como esta magnífica exposición permite apreciar. Se presentan en ella tres instalaciones anteriores y ya conocidas, datadas entre 1970 y 1991. Pero también otras cuatro propuestas, realizadas entre 2009 y 2015, que nos permiten así apreciar la continuidad de su pulso creativo y también la profunda intensidad de sus últimas obras.

Fotografía de la instalación Pencil Lift/Mr. Rogers (2013). 

Entrando en los espacios de la Fondation Cartier, a la izquierda, nos encontramos con Pencil Lift/Mr. Rogers [Alzado del lápiz/Mr. Rogers] (2013), una instalación con vídeos en alta definición, con una duración de casi cuatro minutos, que se proyectan unidos en bucle sobre una gran pantalla de 4 x 14 metros. En las imágenes, en su taller, vemos el ensamblaje imposible de los lápices unidos por su punta, suspendidos horizontalmente en el espacio, y junto a ellos pasa Mr. Rogers, el gato de Nauman. Jugando con el sentido del término alzado en el dibujo, que implica una representación en elevación, Nauman plasma una ilusión visual que nos permite apreciar hasta qué punto la ilusión de lo que creemos o queremos ver forma parte de la vida real misma.

Fotograma de la instalación Pencil Lift/Mr. Rogers (2013). 

A la derecha, siempre en la planta baja, se presentan dos obras: For Children/For Beginners [Para niños/Para principiantes] (2009), una serie de dibujos sobre papel y For Children/Pour les enfants [Para niños/Para los niños] (2015), una instalación sonora en la que se repiten esas palabras en inglés y en francés, y concebida especialmente para esta exposición. Ambas se complementan con otra instalación, también sonora, situada en el jardín:  For Beginners (Instructed Piano) [Para principiantes (Piano con instrucciones)] (2010), en la que oímos al músico y compositor Terry Allen al piano, interpretando una obra que sigue las instrucciones de Bruce Nauman, plasmadas en esbozo en los dibujos sobre papel. Estas tres obras tienen su punto de partida en una partitura de Béla Bartók titulada precisamente Para niños, una serie de piezas concebidas como iniciación a la interpretación pianística, y ajustadas al tamaño de las manos de los niños. Bruce Nauman establece así un paralelo entre la mano que toca y la mano que dibuja, entre la producción de los sonidos y la de las formas visuales, subrayando el papel de la mano, y con ello del cuerpo, en la génesis de todo tipo de expresión, una de las preocupaciones centrales de todo su itinerario artístico.

Fotografía de la instalación Untitled (1970-2009). 

En la planta sótano encontramos, finalmente, otras tres grandes instalaciones. Untitled [Sin título] (1970, pero reelaborada en 2009 para su presentación ese año en la Bienal de Venecia, y por la que Nauman recibió el reconocimiento del León de Oro), nos muestra dos vídeo-proyecciones, una sobre una pantalla en la pared y otra sobre una alfombra en el suelo, con las mismas imágenes, en las que vemos los cuerpos entrelazados por sus manos de dos bailarinas girando en el suelo en el sentido de las agujas del reloj. Carousel [Carrusel] (1988) es un tiovivo en el que giran cuerpos de animales: gamos, linces y coyotes, para los que Nauman utilizó moldes de taxidermia, convertidos en esculturas, suspendidos por el cuello. Anthro/Socio (Rinde Facing Camera) [Antro/Socio (Rinde de cara a la cámara)] (1991) es una vídeo-instalación en la que vemos en seis monitores frontalmente el rostro del artista performer Rinde Eckert, cabeza arriba y cabeza abajo, mientras grita: “Aliméntame, Cómeme, Antropología”. “Ayúdame, Hiéreme, Sociología” y “Aliméntame, Ayúdame, Cómeme, Hiéreme”.
En definitiva, esta exposición ejemplar es toda una síntesis de la obra de Bruce Nauman: del cuerpo y el lenguaje a la construcción de los sentidos que hacen viable la vida social, la formación de las comunidades. Somos cuerpo, y por ello somos lenguaje, nos expresamos, y a causa de ello podemos llegar a los grados más intensos de violencia, o de comprensión del valor de la humanidad compartida.

  

* Bruce Nauman, comisario: Hervé Chandès; Fondation Cartier, París, hasta el 21 de junio de 2015. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.183, 18 de abril de 2015, p. 25.

jueves, 9 de abril de 2015

Exposición en el Grand Palais, París

Velázquez: pintura en el tiempo

La exposición Velázquez que acaba de presentarse en París es una de esas grandes citas del arte internacional que, si es posible, uno no debe perderse. Llama la atención que se trate de la primera exposición monográfica dedicada a Velázquez en Francia, lo que expresa la dificultad en la recepción de su obra en el país vecino, a pesar de que tras su visita al Museo del Prado en septiembre de 1865 Édouard Manet lo calificara como “el pintor de los pintores”, situándolo así como el pintor más elevado entre todos, y de que esa fórmula se haya repetido después, en Francia, hasta la saciedad.

La Mulata (1617-1618).   
Óleo sobre lienzo, 55,9 x 104,2 cm. The Art Institute of Chicago.

No cabe duda de que esa dificultad tiene que ver con el escaso número de obras de Velázquez que se conservan en Francia. Un aspecto que a la vez se relaciona también con el escaso número de pinturas que, según los expertos, constituyen su catálogo, tan sólo entre 110 y 120. De ellas, 49 se encuentran en el Museo del Prado, que tiene una gran parte de sus obras maestras.
Por todo ello, hay que subrayar especialmente el logro importantísimo de esta muestra, coproducida por el Museo del Louvre y el Kunsthistorisches Museum de Viena, que reúne en total 119 obras, de las cuales 51 son de Velázquez. Un primer aspecto que llama la atención es que en la exposición, y en todas las publicaciones e iniciativas que la complementan, Velázquez ha conquistado en la escritura de su nombre el desplazamiento del acento y la z, en lugar de la habitual grafía francesa: Vélasquez, que incluso los medios de comunicación de allí siguen utilizando para hablar de la misma.

Retrato de Pablo de Valladolid (hacia 1630). 
Óleo sobre lienzo, 209 x 125 cm. Museo del Prado, Madrid.

Articulada en cuatro grandes secciones: “Los años de formación”, “Velázquez pintor del rey”, “Retratista” y “Velázquez después de Velázquez”, subdivididas a su vez en 12 apartados, más un epílogo que cierra el recorrido, con dos autorretratos y el Caballo blanco (1634-1638), préstamo de Patrimonio Nacional, la gran calidad de las obras reunidas y la coherencia de su planteamiento hacen de esta exposición un nuevo gran paso en la lectura e interpretación contemporáneas de Velázquez, equiparable en su importancia a lo que supusieron las que le dedicaron el Metropolitan Museum de Nueva York y el Museo del Prado en 1989/1990, y a la más reciente de la National Gallery de Londres, en 2006.
Guillaume Kientz, conservador en el Museo del Louvre y comisario de la muestra, indica en el catálogo que el objetivo era hacer un balance del estado de la investigación sobre Velázquez y de las nuevas atribuciones, pero a la vez  proponiendo un panorama completo y coherente de su evolución artística. El resultado es extraordinariamente positivo: recorriendo las salas uno puede, en efecto, percibir en su conjunto la trayectoria de un pintor excepcional que, desde sus años de formación en la Sevilla donde nació, amplió después sus horizontes estableciéndose en Madrid y viajando en dos ocasiones a Italia.

Retrato del Papa Inocencio X (1650).
Óleo sobre lienzo, 140 x 120 cm. Galería Doria Pamphilj, Roma.

Y no sólo encontramos a Velázquez, sino que podemos ver también las obras: pinturas y esculturas, de otros artistas de relieve que nos dan su contexto, e igualmente las de sus continuadores, denominados “los velazqueños”. Con una atención particular a Juan de Pareja, Juan Carreño de Miranda, y de modo especial a Juan Bautista Martínez del Mazo (1612-1667), quien fuera su ayudante y su yerno desde 1633, año en el que se casó con Francisca, la única hija del maestro. Con ello se tiene, en un privilegiado escenario internacional, un buen panorama de la importancia y calidad de la “escuela española” de pintura en ese siglo XVII que marca un momento de esplendor de nuestra tradición artística.

Venus del espejo (1647-1651).
Óleo sobre lienzo, 122,5 x 177 cm. The National Gallery, Londres.

Es inevitable echar en falta algunas obras maestras concretas de Velázquez: en ninguna exposición de este tipo se puede reunir “todo”. Pero, insisto, la muestra permite entrar a fondo, en profundidad, en su pintura. Y, desde luego, las grandes obras tampoco faltan aquí. Entre ellas, mencionaré, por ejemplo, La fragua de Vulcano (hacia 1630), la Venus del espejo (1647-1651), el Retrato del Papa Inocencio X (1650), o el Retrato de Pablo de Valladolid (hacia 1635), quien era un bufón de corte. Una pintura, esta última, que fascinó a Manet, que sobre ella escribió: “El fondo desaparece. Lo que rodea al personaje, vestido de negro y lleno de vida, es el aire.”
Velázquez deslumbra. Intensamente. El modo como articula las figuras humanas, la representación de los objetos, nos lleva siempre a una modulación en profundidad, hacia el interior de las cosas y de los seres humanos. Con esa amplitud de la mirada que imprime en todo lo que representa. Con esa articulación del espacio, de la atmósfera de la representación, en la que gravita la experiencia de la vida. La síntesis, en la pintura, del tiempo que pasa. Y que, sin embargo, en ella, en la pintura de Velázquez, permanece.



* Velázquez, comisario: Guillaume Kientz; Grand Palais, París, hasta el 13 de julio de 2015. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.181, 3 de abril de 2015, pp. 20-21.