domingo, 24 de enero de 2016

Juan Muñoz en la Galería Elvira González, Madrid

Escenografías del vacío

       Ha vuelto. A pesar de su trágica muerte prematura, en el momento más alto de su trayectoria. Aunque, en realidad, nunca se fue: su mirada y su palabra incisivas, desplegándose en las formas abiertas de sus piezas: conversaciones en el vacío, han seguido muy presentes. Mostrándonos así hasta qué grado la interrogación artística, cuando está plena de sentido y de fuerza, permanece en el tiempo.

 Two Figures one laughing at one hanging [Dos figuras, una riéndose de una que cuelga] (2000). 
Resina de poliéster, pigmento natural, lienzo, cable de acero. 
El que ríe, 115 x 50 x 55 cm.; el que cuelga, 60 x 140 x 65 cm. 

         Juan Muñoz, que falleció en agosto de 2001 apenas cumplidos los 48 años, poco más de dos meses después de la presentación en la Tate Modern de Londres de su extraordinaria Doble atadura (Double Bind), que causó auténtica sensación en la escena internacional del arte. Se trataba de una gran instalación con 37 figuras humanas, de un metro de altura, fabricadas con resina, distribuidas en dos pisos, concebida como expresión plástica y escenográfica de la esquizofrenia característica del mundo en el que vivimos. Sobre ella, poco antes de su inauguración, decía Juan Muñoz: "Dos niveles geológicos, dos estratos de significación."
         Juan se marchó demasiado pronto, pero nos dejó sus obras. En ellas depositó esa capacidad de interrogación que tan brillantemente sabía poner en juego personalmente con su palabra imaginativa y veloz. Juan es una de las personas de mente más rápida que he conocido en toda mi vida. Y ese rasgo impregna su trabajo. Poner en juego es la expresión más justa para lo que quiero decir: el trabajo artístico de Juan Muñoz es el de un prestidigitador, aquel que con sus manos, sus gestos y sus palabras nos hace mirar en una dirección que nos permitirá percibir lo insólito. Aunque sea una ilusión.

Walking with a Glove [Caminando con un guante] (2001). 
Bronce con pátina  gris, 145 x 80 x 35 cm. Base, 55 x 55 cm.

      Ahora, Juan ha vuelto a Madrid, donde nació, con una hermosa exposición de síntesis que nos permite adentrarnos en su universo plástico, frágil y sutil, espejo de las sombras y extravíos que nos habitan. Con un montaje limpio, que permite un diálogo íntimo y directo con las piezas, se han reunido para la ocasión cinco obras escultóricas, dos pinturas y un grabado, en todos los casos de gran calidad.
        Las figuras escultóricas se desdoblan, juegan entre sí, conversan, ríen, se cuelgan del techo desde la boca o se deslizan por el suelo riéndose, se sitúan en dualidad frente al espejo, en el que inevitablemente también nos introducimos nosotros. Sobre un denso fondo negro, las pinturas y el grabado representan escenas interiores en las que habita la ausencia, con muebles, sin nadie, espacios vacíos que destilan el murmullo de la soledad.  

Raincoat Drawing IV [Dibujo chubasquero IV] (1988-1989). 
Óleo en barra sobre lino montado sobre cartón, 180 x 120 cm.

        Sentimos como si estuviéramos hablando en el silencio, riéndonos sin saber por qué, suspendidos como acróbatas sin serlo, reflejados en un espejo sin fin, con la única compañía de los muebles solitarios y desolados. Juan Muñoz nos introduce en “su” escena, en la que gravita una extraña y profunda melancolía. Por eso, hablar de él simplemente como escultor es limitar el sentido y alcance de su trabajo. Juan construía escenografías, piezas de conversación, itinerarios hipnóticos, que crean en el espectador el vértigo de la caída.
     De ahí brota lo insólito, lo insospechado, con la utilización de figuras supuestamente distantes, fuera de lugar, encaramadas en los muros, en balcones. O también con rasgos diferentes: los chinos, tan presentes en su obra, que aunque parecen distintos sin embargo no son otra cosa que el reverso de nosotros mismos, el otro lado de la mirada. Esos desplazamientos, la dualidad de niveles y de sentidos, subrayan que la mirada es, ante todo, coreografía, una especie de danza silenciosa en la que intentamos superar la habitual imposibilidad del diálogo entre seres humanos.

One Laughing at the Other [Uno riéndose del otro] (2000). 
Bronce, resina de poliéster y acero. Izqda., 118 x 62,5 x 52,5 cm.; drcha., 145 x 130 x 60 cm.

       Lo que así experimentamos, en último término, es una intensa experiencia de dualidad, de simulación y fingimiento, tan característica de la condición humana. La densidad estética, la profunda belleza de las piezas de Juan Muñoz, brota de esa sensación difusa de pérdida, de derrota y soledad, que todos llevamos en lo más profundo del corazón. En la cercanía y distancia que nos transmiten a la vez sus piezas, en su carácter insólito, encontramos una propuesta plástica que va más allá de la escultura, produciendo una auténtica expansión de la misma: el valor expresivo del rostro, la voz no formulada, la mímica, la expresión de las figuras, la danza de los cuerpos. La escenografía, en fin. Estas figuras, que son las nuestras, y que nos hacen percibirnos como extraños.

Sin título (2001). 
Resina de poliéster, espejo y madera, c. / u. 150 x 60 x 80 cm.

      De esa forma, nuestra manera de ver el mundo se renueva, se abre a espacios inadvertidos. Lo más próximo se torna lejano. Y lo lejano, o exótico, se envuelve en el halo de lo cotidiano. Este artista de la ilusión, este explorador de los mundos ocultos, era ante todo un habitante de los territorios de la poesía. No creo que el sentido de su obra pueda reconstruirse buscando referencias o contrastes iconográficos. Juan era un investigador del lenguaje: de las derivas vacías de la palabra, de la incomunicación. Y también un gran estudioso de la arquitectura, de la más vanguardista a las variantes de arquitectura popular, en las que buscaba los ámbitos del vivir, los espacios que dan la medida de los seres humanos.


* Juan Muñoz. Galería Elvira González, General Castaños, 3, Madrid. Del 20 de enero al 30 de marzo. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.218, 23 de enero de 2016, pp. 18-19. 

domingo, 10 de enero de 2016

Reapertura del Museo del Hombre en París

Tú y yo somos uno

Un importante acontecimiento cultural tuvo lugar en París el pasado 17 de octubre, unas semanas antes de los terribles sucesos criminales del 13 de noviembre que expandieron el dolor sobre la ciudad y el mundo, y del comienzo el 30 de noviembre de la conferencia sobre el clima. El acontecimiento cultural fue la reapertura del Museo del Hombre, tras seis años de obras de reforma. Pero la cuestión central que ese museo plantea: ¿qué es el hombre?, resuena con fuerza tanto en la negación de la humanidad y la vida que implica el terrorismo, como en el avance hacia el futuro de la humanidad que implica el control del cambio climático.

La Galería del Hombre: ¿De dónde venimos?

El Museo del Hombre, ubicado en la emblemática plaza del Trocadero, tiene una larga y relevante historia. El recinto es una síntesis de dos edificios construidos para las exposiciones universales de 1878 y 1937, que acogieron sucesivamente a dos museos: el Museo de Etnografía de Trocadero, en 1882, y el Museo del Hombre, en 1938. Es importante señalar que una visita al primero de esos museos supuso uno de los impulsos decisivos para la realización en 1907 de Las señoritas de Aviñón, como el propio Pablo Picasso le contó a André Malraux en 1937. Entre la suciedad y el mal olor que encontró entonces en las salas del Museo de Etnografía, Picasso ve las obras del entonces llamado “arte negro” allí reunidas como “armas para ayudar a la gente a no obedecer más a los espíritus, a ser independientes”. Entonces, concluye Picasso: “Comprendí por qué yo era pintor.”
Concebido desde el comienzo de los años treinta por el antropólogo, médico y militante socialista y antifascista Paul Rivet (1876-1958), el Museo del Hombre inicia sus actividades en junio de 1938. Mientras que las colecciones etnográficas se trasladan a otro nuevo Museo de las Artes y Tradiciones populares, el Museo del Hombre se organiza articulando las colecciones de antropología, paleontología y prehistoria, convirtiéndose en un centro de referencia de esas disciplinas para los investigadores y para los públicos en general, tanto en Francia como en el exterior.

La Galería del Hombre: 1001 maneras de pensar el mundo.

Tras una etapa de un cierto abandono, 68 años después de su fundación la inauguración de otro museo, el del Quai Branly en junio de 2006, al final de la Presidencia de Jacques Chirac, produce una gran crisis y una intensa polémica en los medios intelectuales y museísticos franceses, al transferirse a ese nuevo museo toda una serie de piezas centrales de las colecciones del Museo del Hombre y del Museo Nacional de las Artes de África y de Oceanía. Así que ahora, nueve años después de aquella crisis, y con el por otra parte admirable Museo del Quai Branly plenamente asentado, la reapertura del Museo del Hombre, con una nueva estructura y un impulso renovado, puede considerarse un auténtico renacimiento.

La Galería del Hombre: El vuelo de los bustos.

La “misión”, u objetivo central del Museo del Hombre, se sitúa en la evolución humana. En el estudio y actualización, conservación de piezas y materiales, y presentación pública de todos los aspectos de la misma, tanto biológicos como culturales. Las colecciones han sido organizadas en tres secciones: Antropología biológica, Antropología cultural y Prehistoria. Los departamentos de investigación, archivos y biblioteca cuentan con un importante impulso. Y en relación con ello resulta de interés señalar que las reservas de piezas, objetos y conjuntos, acumulados a lo largo de siglos, se estiman en más de 736.000. Todos los museos conservan y transmiten en el curso del tiempo, no sólo exponen de forma temporal.

Cráneo de Cromañón, Paleolítico Superior, Francia.

Cráneo de René Descartes (1596-1650).

La renovación del Museo del Hombre ha supuesto también un gran esfuerzo en la reestructuración arquitectónica y el diseño de los espacios abiertos al público, concebidos como un itinerario abierto, que facilita la relación y la interacción con todo lo que se expone. Se trata de una institución cultural concebida para el “gran público”, que busca hacer mirar, leer y pensar a todo tipo de sensibilidades configuradas a través de los canales mediáticos actuales. En el recorrido, uno encuentra numerosos registros fósiles, entre ellos cráneos del Hombre de Cromañón, pero también el del filósofo René Descartes: desde los inicios, todos los seres humanos piensan, pensamos. Circulamos ante vitrinas de gran formato, pantallas con imágenes y textos de síntesis, soportes digitales interactivos, podemos tocar, oír, oler… Se trata de generar un hábito de familiaridad con todo lo que vamos viendo, por muy complejo, extraño o exótico que sea. Ese es el mensaje: siéntase como en casa, como si estuviera mirando la pantalla de su ordenador personal o de su teléfono interactivo.
De lo que se habla es de la evolución humana. Y ese registro se concreta en las tres preguntas que Paul Gauguin formuló, y puso como título de un cuadro de 1897 que hoy se conserva en el Museo de Bellas Artes de Boston: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Las tres preguntas, sin mencionar a Gauguin, nos llevan, nos conducen, en un itinerario que nos habla de lo que somos: “una única humanidad compuesta de seres plurales”.

La Galería del Hombre: La Venus de Lespugue, Paleolítico, hacia 20.000 a. C.
Marfil, 14,7 cm. alt.

Se nos dice: y podemos ver y oír, que todas las lenguas son igualmente complejas. Que las diferentes sociedades humanas, los distintos grupos étnicos, son en sus rasgos más profundos, homogéneos, y que sus procesos de vida y cultura se despliegan en un marco natural, en el que también viven las otras especies animales. Y eso sí, se nos advierte que vamos hacia un mundo cada vez más artificial, en el que la mundialización conlleva un peligro creciente para la biodiversidad.
El mensaje es nítido, y de gran importancia ética y cognoscitiva, en estos tiempos de incertidumbre, de nuevos racismos y de exaltación de la violencia destructiva contra el ser humano diferente. Aunque diversos, aunque distintos, todos los  humanos somos uno, individuos todos de la misma especie: homo sapiens. Que, a su vez, se genera en un proceso evolutivo y en el ámbito de las distintas especies animales, más o menos próximas a la nuestra. En ecosistemas o ámbitos naturales, que forman parte de nosotros mismos. Y con un futuro abierto, cuya construcción en una buena medida está precisamente en nuestras manos.
En definitiva, recorriendo los espacios públicos del Museo del Hombre realizamos un viaje en el tiempo de la vida de la humanidad. Tú y yo, todos semejantes, la misma humanidad, diversificándose y proyectándose hacia el horizonte de lo que vendrá. Frágiles, quebradizos, seres humanos.    


* Musée de l’Homme, Place du Trocadéro, París.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.216, 9 de enero de 2016, pp. 18-19.