domingo, 23 de octubre de 2016

Bienal Internacional de Arte – Bolivia, 2016

Ecos y visiones transversales

En este mundo de comunicación global, de cultura cada vez más homogénea, ¿queda aún espacio para la comunicación transversal entre distintas comunidades y tradiciones culturales, manteniendo la especificidad y la diferencia entre cada una de ellas…? Eso es lo que propone, como objetivo, esta Bienal de Arte a través de propuestas artísticas provenientes de 27 países diferentes.
Es altamente significativo que esta Bienal tenga lugar en Bolivia, una nación en la que conviven 50 comunidades indígenas diferentes, y en la que por ello el signo de la pluralidad cultural es un rasgo decisivo. Organizada por la Fundación Visión Cultural, la Fundación Cinenómada para las Artes, el Ministerio de Culturas y Turismo de Bolivia y el Gobierno Municipal de La Paz, la Bienal cuenta con el apoyo de numerosas instituciones, empresas y centros culturales, entre los que se encuentra el Centro Cultural de España en La Paz.


El planteamiento es sumamente ambicioso. Además de las distintas secciones específicas de artes visuales que tienen lugar en La Paz, en el ámbito de la Bienal se incluyen un Congreso Internacional de Arte, diversos talleres, el Festival Internacional de Cine “Alucine”, un programa de Arte y Gestión Cultural y otro Pedagógico, así como una serie de actividades con el título “Sendas de expansión”, en las ciudades de El Alto, Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba. Con esta última sección de la Bienal, que considero de sumo interés, se intenta una conexión entre zonas urbanas y zonas rurales, que el evento sea, en palabras de su Curador General, Joaquín Sánchez, “para todos los bolivianos”, una Bienal inclusiva.
Las actividades de arte que tienen lugar en La Paz comprenden nada menos que cuatro exposiciones a cargo de la Curadoría General de la Bienal, quince de curadores invitados, la exposición del Concurso Internacional convocado por la Bienal, una excelente exposición monográfica de la artista boliviana Narda Alvarado, y todo un conjunto de actividades que incluyen numerosos performances, danza, proyectos especiales e incluso una caminata concebida como acción. Entre las exposiciones a cargo de curadores invitados es oportuno mencionar la que, con el título “Lo que no vemos” está a cargo del artista español Francis Naranjo. En la misma línea, y en el Centro Cultural de España, se presenta “Cibergeografías”, en la que interviene como curador el también artista argentino, que vive en España, Gustavo Romano.


Esa proyección tan sumamente abierta y diseminada de la Bienal, constituye, en mi opinión, su aspecto menos positivo. Se echa en falta una mayor concentración y una mejor articulación, como unidad, de las propuestas artísticas. Mucho más en una nación como Bolivia, donde en la actualidad no hay estudios de Artes ni de Historia del Arte, y en la que el arte contemporáneo, sin museos ni centros específicos, tiene muy poca implantación. Sin embargo, la intensidad conceptual y estética de la Bienal permite considerar esta cita como un signo de inflexión, como un punto de partida, hacia un horizonte de despliegue de las prácticas artísticas, que en las siguientes bienales y propuestas educativas debería situar el arte en el lugar destacado que le corresponde como proceso de formación y de proyección de los seres humanos a través del espejo sensible de la representación.


En la Bienal se han integrado “rutas” de las constelaciones aymara y guaraní. Y, en concreto, su lema conceptual y estético: “Ver con los oídos. Poéticas de las temporalidades”, tiene raíces étnicas profundas, proviene de un pensamiento guaraní, en el ámbito de prácticas ceremoniales y artesanales tradicionales. Pero, de ahí, se propone su aplicación en el arte de nuestro tiempo, “escuchando” las temporalidades simultáneas sumergidas en los estratos históricos, y explorando “los diferentes tiempos que existen en el tiempo”. Y todo ello a través de un despliegue de las obras y propuestas que discurre en tres líneas de atención: cuerpo, comunidades, memoria.
¿Responden a esas cuestiones las diversas propuestas que podemos ver en la Bienal…? En términos generales, sí. La presentación en el mismo ámbito de obras y acciones de artistas provenientes de esos 27 países tan diversos: Alemania, Angola, Bolivia, Brasil, Gabón, Canadá, Camerún, Colombia, Cuba, Chile, Estados Unidos, España, Francia, Grecia, Guatemala, Italia, Kenia, México, Mozambique, Noruega, Paraguay, Perú, Senegal, Sudáfrica, Turquía, Uruguay y Venezuela, permite recorrer un “mosaico” del mundo con sus ecos y temporalidades diversos. Un mosaico que va más allá de las pautas fijas de la escena artística internacional establecidas desde el “primer mundo”. Aquí vemos y oímos que el mundo, el arte, es ante todo plural, y por ello permite transitar por escenarios diferentes en la plasmación de la imagen.
Otro aspecto sumamente relevante, es el carácter multimedia de todas las propuestas: representación plástica, escritura y textualidad, performances, vídeos, instalaciones y performances, se integran en unidad expresiva, en diferentes variantes, algo que sin duda constituye un rasgo decisivo del arte de nuestro tiempo. Y otro elemento a destacar es la consistencia e intensidad artística de la mayor parte de las propuestas, algo debido sin duda a la atención que los distintos curadores han prestado a cada una de ellas en concreto.

Teresa Margolles (México): Imagen de Sobre la sangre (2016). 
Performance de T. M., junto a bordadoras paceñas. Bordados en la sábana con la que se cubrió a una mujer asesinada en La Paz. 

La dispersión de muestras y actividades hace prácticamente imposible en el marco de este artículo una consideración particular de cada una de ellas. Sí conviene destacar, en todo caso, la presencia de nombres destacados de la escena artística internacional, como Francis Alÿs (México), Alfredo Jaar (Chile), Juan Castillo (Chile/Suecia), o Teresa Margolles (México). Esta última artista ha presentado una sugestiva obra, de alta intensidad moral, una performance realizada con la colaboración de bordadoras de La Paz, en la que éstas bordan una sábana en la que fue envuelta una mujer allí asesinada.

Francis Naranjo (España): Fotograma de la instalación Mi vida es la luz (2012-2016).

Entre los artistas españoles presentes, es importante resaltar el alcance de la propuesta poética y visual de Dionisio Cañas, o la dinámica e impactante instalación lumínica de Francis Naranjo, con el título Mi vida es la luz (2012-2016), en la que nos vemos envueltos en una especie de bombardeo de haces luminosos de colores que ponen en movimiento nuestros ojos y nuestro cuerpo. La fotógrafa Isabel Muñoz, en su exposición personal Álbum de familia, reúne una serie de imágenes, magníficas, de nuestros antepasados los primates. Así mismo, es preciso destacar cómo en la muestra “Ciberfotografías”, antes aludida, podemos adentrarnos en un amplio mapa de la escena internacional del arte cibernético.

Nury González (Chile): Fotograma de Exilios, pieza del vídeo Sueño de una noche de verano (2013).

La instalación de fotografías y vídeos de la artista chilena Nury González es destacable por su forma de mostrar los inevitables desplazamientos de la humanidad. En ella, el vídeo Exilios (2013) nos habla de una constante, de evidente actualidad en estos momentos. Otros dos artistas chilenos: Coco González y Antonio Guzmán, integran textos e imágenes, en soportes abiertos a la participación de los públicos, en Los sonidos de las letras. Y la neozelandesa Fiona Clark nos sitúa en la sexualidad transgresora en su vídeo-instalación Reina blanca/Reina negra (2016). Junto a todo ello, llama poderosamente la atención el gran número de artistas jóvenes, entre ellos numerosas mujeres, lo que nos permite apreciar que el futuro del arte está de verdad abierto, y que en él el protagonismo femenino irá alcanzando sin duda la intensidad que merece.

Fiona Clark (Nueva Zelanda): Fotograma de Reina blanca/Reina negra.
Vídeo con entrevistas a dos Drag Queens en Nueva Zelanda.

Unas palabras, por último, sobre el “escenario” de la Bienal. En un ámbito como La Paz, ciudad caótica y a la vez llena de dinamismo, de fuerza vital, donde por su ubicación en una gran hondonada, entre cerros, todo es subir y bajar, el arte acentúa su registro como expresión de la condición humana. Esta Bienal abre nuestra sensibilidad a la comprensión de que ese proceso contínuo de subidas y bajadas, en las que vamos recorriendo las obras, expresa –más allá del inevitable “mal de altura”– quiénes somos, dónde estamos y a dónde podríamos ir. En definitiva, ecos y visiones transversales de temporalidades diversas, que, desde abajo, a través del buceo en la memoria, nos permiten fijar las líneas expresivas de nuestro cuerpo y nuestros ámbitos de vida en común.


* Ver con los oídos. Poéticas de las temporalidades. Bienal Internacional de Arte SIART 9, Bolivia. Curadoría General: Joaquín Sánchez, Directora: Norma Campos. 10 de octubre – 11 de noviembre de 2016.
  

jueves, 6 de octubre de 2016

Manuel Ruiz Amezcua:

Escritura de la resistencia

Nacido en Jaén en 1952, profesor de Lengua y Literatura Española en diversos institutos de enseñanza secundaria, Manuel Ruiz Amezcua es hoy una de las voces líricas de mayor intensidad en nuestra literatura.

Manuel Ruiz Amezcua

Su poesía fluye desde una raíz profunda y permanente: una actitud de resistencia, en el lenguaje y con ello en la vida, frente a todas las formas de negatividad. La injusticia, política y social, los distintos sistemas de opresión y represión, el empobrecimiento del sistema educativo como vía para hacer más intensa e incontestable la dominación, el silencio cómplice de quienes tienen voz y no dicen nada y, en definitiva, el rechazo cósmico de la oscuridad para buscar la luz. Ahí están los referentes de su universo literario.


En su último y hermoso libro de poesía, que lleva un título bastante expresivo: Palabras clandestinas (Huerga & Fierro editores, Madrid, 2015), en el poema “El bosque impenetrable” un verso indica: “Llamando en medio de la nada.” Y el poema culmina así: “A oscuras, a rastras, a ciegas. / Intentándolo todo / partiendo de la nada. / Viendo fuego en lo oscuro. / Viendo la única luz / del único camino. / La negra boca de la sombra. / La terrible belleza del misterio.”
Además de poeta, Ruiz Amezcua cultiva una prosa crítica en la que alientan los mismos referentes que en su poesía, aunque centrada en el análisis de figuras y obras literarias, de la cultura popular, de las diversas formas de poder y opresión, y de los silencios cómplices. En 1996, con el título El lenguaje tachado, reunió ya un conjunto de textos en prosa.


Ahora, con una pequeña variante en el título: Lenguaje tachado (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016), Ruiz Amezcua amplía considerablemente el número de textos reunidos, en lo que viene a ser el trazado de toda una línea de pensamiento y de escritura a lo largo de su vida. En ella, podemos seguir como hilo de continuidad el rechazo de todos los procedimientos y variantes de exclusión de los seres humanos.
El libro, con prólogo de José María Balcells, está dedicado “A los vencidos. A su clamor indomable.” Y en el texto de presentación, a modo de síntesis, que explícitamente se titula “Alas de aviso”, leemos: “Tachar, silenciar u ocultar han sido algunos de los muchos mecanismos de exclusión utilizados siempre. La amenaza, la cárcel o la muerte son algunas de las muchas y variadas ofertas para la anulación presentadas por el mandamasas de guardia. Pero las hay más sutiles y escurridizas.”
En definitiva, una voz literaria contra todo ello. Contra la exclusión. Contra la violencia destructiva. Contra el silencio. No se pierdan la escritura indómita de Manuel Ruiz Amezcua. Lenguaje tachado es un signo brillante de libertad. La irradiación de un lenguaje que impugna y rechaza el conformismo con la oscuridad en todas sus variantes. 

domingo, 2 de octubre de 2016

Bruce Davidson en la Fundación MAPFRE, Madrid

Así era la vida

Habituados como estamos a que las cámaras registren hasta la saciedad los mínimos gestos y situaciones de la gente “famosa”, de los depositarios del “glamour” y del dinero, o de los profesionales de la política, esta exposición del gran fotógrafo estadounidense Bruce Davidson (Oak Park, Illinois, 1933) es un auténtico soplo de aire fresco. La muestra llega a Madrid después de su presentación en Barcelona. Tras ello, iniciará una itinerancia internacional que la llevará a Italia y Holanda. Y podrá verse en la Sala Rekalde, de Bilbao, en 2018.

Birmingham, Alabama, 1963. 

Davidson es uno de los fotógrafos más reconocidos de la Agencia Magnum, en la que ingresó en 1958, con sólo 25 años, tras su encuentro con Henri Cartier-Bresson. En la exposición se presentan 190 impresiones fotográficas, todas ellas en blanco y negro, copias vintage y modernas, en 18 secciones ordenadas cronológicamente, además de un conjunto de publicaciones y documentos. Las secciones coinciden con series, siguiendo el criterio de ordenamiento de su trabajo del propio Davidson.
Está claro que la imagen fotográfica es el resultado de una construcción visual, que integra elección temática, ocasión, enfoque, encuadre, y no pocos aspectos técnicos en el proceso de revelado e impresión. Y lo que uno advierte de modo inmediato recorriendo la muestra, empezando por un magnífico y explícito autorretrato de un jovencísimo Davidson con su cámara ante un espejo (París, 1956), es que en su caso la imagen fotográfica se concibe como una vía para introducirse y dialogar con aquello que se registra.

Gales, 1965. 

Claro, lo habitual es que esa presencia del fotógrafo no sea manifiesta. Pero está siempre en sus imágenes de modo latente. De forma retrospectiva, el propio Bruce Davidson indicó lo siguiente: “Encontré mi camino en la vida a través de la lente de la cámara. La usé para plasmar mis sentimientos sobre el mundo. Todavía lo hago.” Eso es, sentimientos sobre el mundo a través de la imagen.
Con esa clave: nada de distancia, sino integración con lo que pasa, y de un modo particular con la gente, con las personas, Davidson nos da un impresionante y profundo registro de cómo era la vida de distintos grupos y sectores humanos ubicados en los planos más bajos o excluidos de la sociedad. Por las fechas de su trabajo, podemos así recorrer, como si estuviéramos ante un espejo, las formas de vida y experiencia de distintos grupos humanos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, de los que normalmente se transmiten imágenes sólo de manera bastante marginal.

Calle 100 Este, Harlem, Nueva York, 1966-1968. 

Desde los años cincuenta hasta los ochenta: una pareja de ancianos en Arizona; una viuda en París; un enano en el circo; bandas juveniles de Brooklyn; los viajes: Inglaterra, Escocia, Sicilia, México, Chicago, Los Ángeles, España, Gales; la segregación racial en Estados Unidos: las luchas y movilizaciones, o el escenario de Harlem; los emigrantes judíos en Nueva York, supervivientes del holocausto y vecinos de una comunidad integrada; las personas que viajan en el metro de Nueva York. En todos los casos, imágenes de la exclusión. Así era la vida.
En palabras de Bruce Davidson: “En mi búsqueda quería experimentar, destapar y exponer las bases de la segregación y el clima de pobreza que atravesaba el país. Necesitaba ver por mí mismo lo que la gente estaba soportando y lo que ya no se iba a tolerar más.” Esa es la clave: la construcción visual del fotógrafo, determinada por el compromiso de sus sentimientos con el mundo, se convierte en impulso moral para hacernos ver lo que habitualmente no se ve, lo que los poderes difusos ocultan.

Central Park, Nueva York, 1992-1995.

En sus últimas series, desde los pasados años noventa hasta 2013, Davidson centra su atención en la naturaleza, también excluida, deteriorada, o encerrada, por nosotros mismos. En esta línea: Central Park de Nueva York, naturaleza de París y naturaleza de Los Ángeles. Lo natural como refugio y aislamiento en el vértigo absorbente de las grandes ciudades, en las que edificios y monumentos dialogan con el aliento ensimismado de los árboles y plantas, el agua, y la luz en la atmósfera.
En definitiva, imágenes de la exclusión, tanto de lo humano como de lo natural. Así era la vida. ¿Hemos conseguido avanzar de forma decisiva en la superación de la exclusión…?


* Bruce Davidson. Comisario: Carlos Gollonet. Fundación MAPFRE, Madrid. Del 13 de septiembre al 15 de enero de 2017.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.250, 1 de octubre de 2016, pp. 22-23.