domingo, 21 de octubre de 2018

Joan Miró en el Grand Palais, París


La poesía de los sueños

Realmente, este sueño se hizo realidad. Organizada en 16 secciones, con un orden cronológico, la exposición de Joan Miró (1893-1983) en el Grand Palais de París, donde ya en 1974 se presentó otra gran exposición de sus obras, es quizás la más completa y de mayor alcance por la calidad de las piezas reunidas, entre las numerosas muestras que se han ido sucediendo en el tiempo, del trabajo de este artista verdaderamente referencial. Si les es posible, no se la pierdan.

Autorretrato [Autoportrait] (1919). Ól. s. lienzo, 73 x 60 cm. Musée National Picasso-Paris.


El comisario: Jean-Louis Prat, amigo personal de Miró y Director de la Fundación Maeght entre 1969 y 2004, consigue transmitirnos su deslumbrante fuerza creativa a lo largo de toda su trayectoria. Y lo hace a través de 147 obras o series, con las múltiples modalidades y soportes utilizados por Joan Miró: pinturas, dibujos, cerámicas, esculturas, libros ilustrados. Que se complementan, en un excelente montaje, con textos de pared de un gran interés y tres proyecciones de vídeo.
Joan Miró, nacido en Barcelona, decidió dedicarse a la pintura en 1911, y años más tarde: en 1918, presentó su primera exposición en la Galería Dalmau de su ciudad. Entre 1920 y 1924, reparte su tiempo entre París y la granja familiar de Mont-roig. Se fue adentrando en los planteamientos de las vanguardias artísticas, primero en la onda del fauvismo y del cubismo, pero a partir de 1924 en el ámbito del surrealismo.


El carnaval de Arlequín [Le Carnaval d'Arlequin] (1924-1945). Ól. s. lienzo, 66 x 93 cm. Albright-Knox Art Gallery, Buffalo. 


Fue ahí donde encontró su itinerario, como él mismo señaló, retrospectivamente, en 1968: “El surrealismo me abrió un universo que justifica y apacigua mi tormento. El fauvismo y el cubismo no me habían aportado más que disciplinas formales, severas. Había en mí una revuelta silenciosa.” Joan Miró estuvo presente en la primera exposición surrealista, que tuvo lugar en París en 1925.
Es por ello habitual caracterizar a Miró como un artista surrealista. Pero en ese aspecto es importante introducir algunos matices de importancia. En primer lugar, la dimensión plural que, a pesar de los planteamientos unitarios y jerárquicos de André Breton, se despliega en el ámbito del surrealismo. Y en segundo lugar, el hecho central de que Joan Miró no aceptó en ningún momento una disciplina de “grupo”, que se mantuvo plenamente independiente a lo largo de toda su trayectoria. En 1931, Miró indicaba: “Considero el surrealismo como una manifestación intelectual extremadamente interesante, un valor positivo; pero no tengo que someterme a sus reglas rigurosas.”


Foto: éste es el color de mis sueños [Photo: ceci est la couleur de mes rêves] (1925). The Metropolitan Museum of Art, New York.


El surrealismo abría un camino que Joan Miró fue construyendo siguiendo sus impulsos más íntimos. Los que le llevaban a proclamar en 1927 su voluntad de “asesinar la pintura”, que hay que entender en el sentido del rechazo a las fórmulas dadas, al poder de lo establecido en el arte. Y precisamente, desde la pintura y desde todas las otras fórmulas posibles de expresión plástica.
En mi opinión, el núcleo estético de la obra de Joan Miró parte de una revuelta, intelectual y moral, ante todas las variantes de ejercicio del poder que niegan la libertad humana. Aparte de nuestra terrible Guerra Incivil, en la vida de Miró estuvieron presentes dos guerras mundiales. Pero lo decisivo es que ese espíritu de revuelta se desplegó en la construcción de un lenguaje plástico de una coherencia y de una intensidad iluminadora verdaderamente deslumbrantes.



Joan Miró pintando El segador [Le Faucheur], en el Pabellón Español, Exposición Universal, París 1937.

Recorriendo sus obras, desde sus inicios hasta su última etapa, ese espíritu de revuelta y su fuerza creativa se mantienen siempre firmes. Joan Miró creó un lenguaje plástico enteramente personal, propio, construyendo un alfabeto de formas en el que alientan la naturaleza, los animales, los seres humanos, y el erotismo a través de fragmentos y superposiciones, de metamorfosis y huellas.
Miró es un poeta de las formas, que busca en todo momento la transcendencia del sueño plástico. En 1936, decía: “Yo no hago diferencia alguna entre pintura y poesía. (…) Pintura o poesía se hacen como se hace el amor; un intercambio de sangre, un abrazo total, sin ninguna prudencia, sin ninguna protección.”


Mujer y pájaro en la noche [Femme et oiseau dans la nuit] (26 de enero de 1945). Fundació Joan Miró, Barcelona.


Y en 1977, aludiendo a una de sus obras de mayor alcance, Foto: Éste es el color de mis sueños (1925), presente en esta exposición, aclaraba: “Yo no sueño nunca por la noche, pero en mi taller estoy en pleno sueño. (…) Es cuando trabajo, cuando estoy despierto, cuando yo sueño. (…) El sueño está en mi vitalidad, no en los márgenes, no provocado. Nunca.” Joan Miró: poesía y transcendencia del sueño plástico. Ir más allá, superar las barreras, saltar. Desde aquí, podemos verlo. Otra vida, más plena, es posible.



* Miró; Grand Palais, París. Comisario: Jean-Louis Prat. Hasta el 4 de febrero de 2019.

* Publicado, en versión reducida, en ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.348, 2o de octubre de 2018, pp. 20-21.

martes, 2 de octubre de 2018

Humberto Rivas en la Fundación MAPFRE, Madrid


Mirando hacia dentro

Llega a Madrid una completa muestra, de gran interés, del fotógrafo Humberto Rivas (Buenos Aires, 1937-Barcelona, 2009). Se presentan, en un orden cronológico, 184 fotografías, todas ellas copias de época, de 1966 a 2002. Y también un cortometraje, de 11 minutos de duración: «Unos y otros» (1973), verdaderamente impresionante.
En él vemos cómo un hombre, bien trajeado y elegante, se desplaza por un campo abierto, hasta llegar a un lugar en el que la cabeza, sólo la cabeza, de otro hombre emerge desde la tierra, con todo el resto de su cuerpo enterrado. El primero toca, golpea, y juega con la cabeza, que responde con gestos y movimientos limitados, desde su impotencia. Hasta que, finalmente, el caminante trajeado se marcha.


Norte (1975). Fotografía a las sales de plata, 17 x 12,5 cm.

Nacido en Argentina, Rivas se instaló en Barcelona en 1976. En Buenos Aires, a los quince años siguió un curso de dibujo por correspondencia, y después trabajó como diseñador gráfico, en pintura, y en cine. Según manifestación propia, su interés fanático por el cine de Ingmar Bergman le llevó a iniciar en 1957 su trayectoria en el ámbito de la fotografía, presentando su primera exposición en 1959.
Rivas había abandonado la pintura en 1968, y el cortometraje de 1973 fue uno de sus últimos trabajos cinematográficos, cuya fecha coincide con el comienzo de una etapa sumamente dura en Argentina, que conduciría finalmente a una terrible dictadura. Obviamente, hoy podemos ver ese cortometraje como una clara premonición de aquella violencia sin límite, que ocasionó la desaparición y la muerte de miles de seres humanos.

Violeta la Burra (1978). Fotografía a las sales de plata, 30 x 30 cm.

Ante esa difícil situación, Humberto Rivas viajó en 1976, con su esposa y su hija de sólo tres meses, a Barcelona, donde seguiría trabajando como fotógrafo, tanto en ámbitos comerciales, en la fotografía “de encargo”, como en un plano creativo, en la fotografía “de autor”. Su trabajo en esa línea fue muy intenso y productivo, lo que le llevaría a ser reconocido como uno de los nombres referenciales de la fotografía en España. En 1996 se le concedió  el Premio de Artes Plásticas de la Ciudad de Barcelona, y en 1997 el Premio Nacional de Fotografía.

Granollers (1983). Fotografía a las sales de plata, 26 x 33 cm.

Casi todos los materiales que se presentan en la muestra proceden del Archivo Humberto Rivas, con sede en Barcelona. Quizás por ello no se presenta ninguna fotografía de una de sus series para mí más importante: «huellas», de la Guerra Civil española, con imágenes de retratos y de paisajes en ruinas. La serie se presentó entre 2006 y 2008 en una exposición itinerante organizada por el Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya, y fue adquirida en 2010 por el Arxiu Fotogràfic de Barcelona.
Con una amplia variedad expresiva, las fotografías creativas de Humberto Rivas presentan una clara unidad temática dual, cifrada en retratos y en lo que yo llamaría rincones de la vida. En todas ellas, mirando hacia fuera, encontramos una especie de obsesión por reflejar la individualidad y la soledad.

Vic (1984). Fotografía a las sales de plata, 36,1 x 49,9 cm.

Los retratos de seres humanos, vestidos en los comienzos pero muchas más veces desnudos a partir de su instalación en Barcelona, y en su mayoría con una mirada frontal de los retratados que subraya su dignidad en la imagen. “Me interesa mucho ese algo profundo que tenemos todos y que generalmente no mostramos”, según le dijo el propio Rivas, en 1988, al también fotógrafo Manolo Laguillo, que mantuvo con él una importante relación profesional. 

Valencia (1987). Cibachrome, 27,5 x 35,5 cm.

Los rincones de la vida. En los ambientes urbanos, en interiores domésticos. Edificios abandonados, espacios a oscuras, casi sin luz. En la noche, con una única y leve fuente de luz artificial. En todos los casos, sin gente. Pero estamos allí, aunque no estemos. Y también, otros “rincones” de la existencia: juguetes, flores, perros, animales, maniquíes sin cabeza o con cabezas de muñecos, botines.
Retratos y rincones de la vida, huellas de la existencia. En definitiva, un hondo núcleo poético vibra en toda su trayectoria fotográfica. Humberto Rivas: mirando hacia dentro. Desde fuera. Con el ojo interior, desde la cámara.



* Humberto Rivas; Fundación MAPFRE, Madrid. Comisario: Pep Benlloch. Hasta el 5 de enero de 2019.

* Publicado, en versión reducida, en ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.345, 29 de septiembre de 2018, pg. 24.