martes, 25 de junio de 2013

"DYNAMO", exposición en el Grand Palais de París


Arte, vida en movimiento

 

Julio Le Parc: Superficie Color - Serie 14-E (1971).
Acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm.
 
 
En una propuesta tan sugestiva como ambiciosa, una magna exposición en París presenta un siglo de luz y movimiento, de 1913 a 2013. Obviamente, la representación y la utilización de la luz, y en buena medida también del movimiento, son componentes centrales de las artes visuales a lo largo de su historia. De modo que para comprender mejor los objetivos y límites de esta muestra es preciso especificar que lo que se aborda en ella es lo que plantean movimientos como el op-art y el arte cinético, así como otras propuestas que actúan como antecedentes o como derivaciones de los mismos. Aunque podríamos igualmente decir que la exposición se centra en la utilización artística de nuevos soportes propiciados por la expansión de la tecnología: la luz artificial en todas sus manifestaciones, los espejos, las máquinas, los motores…
Lo primero que llama la atención es el tamaño de la muestra: se ocupa la totalidad de las galerías del Grand Palais (¡en torno a 3.700m2!), con obras de cerca de 150 artistas, divididas en dos partes principales: «visión» y «espacio», que a su vez se subdividen en dieciséis secciones. Particularmente extraño resulta que las salas dedicadas a "los precursores", con obras de Balla, Delaunay, Kupka, Duchamp, Richter, Calder, Rodchenko y Moholy-Nagy, se sitúen al final del itinerario, y no al comienzo. Creo que estos datos son relevantes para entender por qué resulta fallida una muestra como ésta, en principio tan interesante: está demasiado descompensada y es sumamente repetitiva. La sorpresa y la sugestión acaban dando paso, en ocasiones, al cansancio y a una sensación de estar volviendo a ver lo ya visto.
 
François Morellet: Neones en el espacio (1969).
Tubos de neón, conmutador, 240 x 80 x 80 cm.
 
Y, sin embargo, hay un conjunto de obras, de una calidad excepcional, que justifican de sobra la visita y la atención del espectador. Destacaría, entre ellas, las de Dan Flavin, Jean Tinguely, Jesús Rafael Soto, François Morellet, Julio Le Parc, Carlos Cruz-Díez, James Turrell, o las más recientes de Anish Kapoor y Ann Veronica Janssens. Confrontado con un mundo en cambio, ante las intensas y aceleradas transformaciones de la vida moderna que propicia la expansión tecnológica, el arte se apropia a su vez de los resortes tecnológicos, con la intención de reflejar y, al mismo tiempo, cuestionar esa nueva experiencia de la vida. La frase de Jean Tinguely: "La única cosa estable es el movimiento, por todas partes y siempre", expresa bastante bien ese nuevo estado de ánimo.
 
Ann Veronica Janssens: Bluette (2006).
Niebla artificial, filtros coloreados, 140 x 140 cm.
 
El movimiento incesante, continuo, se convierte en el impulso nuevo de un arte que, en su pluralidad de manifestaciones, quiere ir más allá de las representaciones estáticas. Y, desde luego, nada más dinámico que la luz, en sus innumerables reverberaciones, ondas y reflejos. Las propuestas lumínicas introducen al espectador en la obra misma, subvierten sus esquemas perceptivos, y abren la sensibilidad a un contacto poroso, intersticial, con el mundo. La obra pierde su carácter objetual, la barrera entre su materialidad y la experiencia individual del espectador se diluye. La obra se percibe como vida. Como vida en movimiento, a través del dinamismo de la visión.

 
 
* Dynamo. Un siglo de luz y de movimiento en el arte, 1913-2013. Comisario general: Serge Lemoine; Gran Palais, París, hasta el 22 de julio de 2013.


PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1098, 22 de junio de 2013, pg. 20.

 

 

lunes, 10 de junio de 2013

Exposición en el Museo Picasso de Barcelona


En torno a los autorretratos de Picasso

Yo es otro
 
Rendir homenaje a Picasso, celebrar los cincuenta años del Museo que lleva su nombre en Barcelona. Las dos motivaciones se unen en una exposición de gran interés: Yo Picasso. Autorretrato, que presenta 90 obras, comisariada por Eduard Vallès e Isabel Cendoya. Lo considero un gran acierto, pues a pesar de que la representación de sí mismo, el autorretrato, recorre como un hilo rojo toda la trayectoria de Picasso: de 1895 a 1972, esta es la primera muestra organizada en torno a esa temática. Hay que señalar, además, que de los aproximadamente noventa autorretratos de Picasso que se conocen una cuarta parte de los mismos forman parte de la colección del Museo Picasso de Barcelona.
Picasso comenzó muy pronto, siendo un adolescente, a representarse a sí mismo. En ese momento de fijación de la identidad, la exaltación del «Yo», que solía anteponer a las diversas variantes de firmas que entonces ensayaba en sus obras, se modula también plásticamente en una gama cambiante de modelos, gestos y actitudes. Reconocible en sus rasgos, Picasso ya mostraba en sus autorretratos juveniles su capacidad de metamorfosis, de cambio: podía ser, encarnar, cualquier personaje.
 
Pablo Picasso: Autorretrato (1907). Óleo sobre lienzo, 50 x 46 cm.
Narodni Gallery, Praga.
 
Naturalmente, la intención principal apuntaba a que se le viera como "gran pintor", acentuando en sus rasgos la dimensión legendaria de la figura del artista que, desde la Antigüedad Clásica hasta estos días de famas y prestigios mediáticos, subraya el supuesto carácter diferencial de la personalidad del artista frente a los demás seres humanos. Como género artístico, el autorretrato tiene sus orígenes en el Renacimiento, cuando se establece una nueva tipología del artista como un ser dotado de una nueva dignidad y rango social. Y tiene un punto de apoyo fundamental en el uso de espejos, que se hicieron ampliamente disponibles en el siglo XV, gracias a la evolución de la tecnología del vidrio.
El autorretrato supone una búsqueda y cuestionamiento de la identidad: «¿Quién soy yo?», y a la vez un desdoblamiento, tanto erótico como artístico, en la imagen. En realidad, el autorretrato actúa como un espejo simbólico: la imagen del artista se repite no una única vez, sino hasta el infinito, en los ojos de quien mira, estableciéndose así una asociación con el carácter de "mago" o "taumaturgo" del artista. El autorretrato implica el rebote, la devolución de la mirada. Los ojos que contemplan el retrato son, a su vez, mirados por los ojos de quien lo pintó. De este modo, el eje de atención se sitúa en lo que constituye el centro de gravedad de la pintura y las artes visuales en su conjunto: la visión, la mirada.
Picasso se introduce sin límites en esa trama de la representación, jugando en dos planos, que a la vez articulan toda su obra: unidad en la construcción de lo visible y metamorfosis en los cambios de estilo, lenguaje, temáticas y soportes. Pretendía la omnipotencia, equipararse con Dios, como se pone de manifiesto en una frase suya, recogida en diversas ocasiones: "En realidad, Dios es un artista… igual que yo". Pero, claro, una cosa es el fulgor del deseo que modula y hace brillar la exaltación del «yo-gran artista», y otra la consciencia de la inevitable distancia entre lo que se desea y lo que se alcanza.
 
 
Pablo Picasso: Arlequín (1915). Óleo sobre lienzo, 183 x 105 cm.
The MoMA, NY.

Si los autorretratos, en sentido preciso, son bastante abundantes en los años juveniles, muy pronto empiezan a conjugarse en Picasso con lo que, en mi opinión, constituye su gran aportación a la representación de la figura del artista: los disfraces y las metamorfosis. La omnipotencia: puedo ser, en el espejo plástico de la pintura cualquier ser, cualquier personaje, el artista se equipara con Zeus o con el cambiante dios Proteo. Y, a la vez, el reconocimiento del límite: la auto-negación e ironía que se deslizan en los disfraces y metamorfosis irrisorios. Picasso «es» Picasso, pero también arlequín, acróbata, sombra, toro, minotauro, mosquetero… hasta llegar a esa mirada, intensa y desnuda, ante el espejo de la muerte, muy poco antes de que ésta llegara, en el último autorretrato, un impresionante dibujo a lápiz y ceras de color de 1972. Una de las piezas de mayor fuerza y tensión hipnótica de toda la obra de Picasso.
 
 
Pablo Picasso: Autorretrato (1972). Lápiz y ceras de color sobre papel, 65,7 x 50,5 cm.
Fuji Television Gallery, Tokyo.
 
En último término, los autorretratos, disfraces y metamorfosis de Picasso expresan en profundidad el gran conflicto interior, el dualismo, tanto de su personalidad como de su trayectoria artística. Picasso se sentía dotado de una intensísima fuerza creativa que se proyectaba en el deseo de controlar la realidad, de dominar a las mujeres y a los hombres. Pero, a la vez, se sentía acuciado por la experiencia dramática de lo no controlable, de lo que no podía dominar, de lo que se situaba más allá de su poder. Sobre todo: del paso del tiempo, el envejecimiento, la muerte. Ahí ya no valen metamorfosis, ni disfraces.
 
 
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1096, 8 de junio de 2013, pg. 20.