domingo, 25 de noviembre de 2012

Exposición de Emilio Gañán


Inmateriales
Los ritmos de la línea


Ir a lo esencial, al entramado básico sobre el que se despliega la representación plástica, es uno de los aspectos más característicos y centrales del arte de nuestro tiempo. Y, a la vez, esa búsqueda de lo esencial se conjuga intensamente, ya desde Paul Cézanne, con la voluntad de expresar con pautas y figuras geométricas la estructura constitutiva de lo que vemos y las formas en las que vemos. En su nueva exposición en Madrid: Las líneas de mi mano, que puede verse hasta el próximo 8 de diciembre en la Galería Fernando Pradilla, Emilio Gañán (Plasencia, 1971) incide en esa dirección con un conjunto de pinturas y alguna expansión escultórica realmente estimulantes.
Gañán propone un alfabeto geométrico que, en lugar de resultar frío o distante, está lleno de pasión e intensidad rítmica, todo él construido a partir de su maestría en la modulación de la línea, en lo que se aprecia su habilidad como dibujante. En sus cuadros y tondos las líneas cantan y bailan, dibujando los espacios de una geometría dinámica cuya energía brota de las variaciones del color. En las líneas y en los planos. Lejos de los planteamientos estáticos que propiciaron la deriva más academicista del Cubismo, lo que vemos en estas obras es movimiento, dinamismo. Hasta hacernos ver, sentir, que si podemos identificar figuras geométricas en la estructura constitutiva de la naturaleza y de las formas de vida, éstas no hacen más que moverse, desplazarse, girar sobre sí mismas. En definitiva, vivir.


Emilio Gañán:  Pharmakos I-II. (Díptico, 2012).
Acrílico y óleo sobre madera, 70 x 50 cm.

En la propuesta plástica de Emilio Gañán encontramos el eco de lo que ya planteó Vasily Kandinsky, en Punto y línea sobre el plano (1926), donde indicaba que un complejo de líneas puede ser tratado de dos modos diferentes. O se vuelve uno con el plano básico, la superficie material que recibe el contenido de la obra, o se sitúa libremente en el espacio. En la primera opción, las líneas se funden con el plano, se integran matéricamente con la superficie que constituye el soporte. En la segunda, en cambio, las líneas, aun insertas en el plano, poseen a la vez la capacidad de librarse de él y así de flotar en el espacio. Es esa, la segunda opción, la que Gañán aplica, consiguiendo todo un juego de contrastes en los que las líneas, libres, fluyen y se desplazan, flotan.
Movimiento y dinamismo implican ritmo. Y, como ya señalé antes, si algo tienen las piezas de esta sugestiva exposición es ritmo, canción y danza de las líneas. Ahora bien, hablar de ritmo supone hablar de tiempo. En su "Confesión creadora" (1920), Paul Klee escribió: "Cuando un punto se hace movimiento y línea, ello requiere tiempo. Lo mismo ocurre cuando una línea se desplaza para convertirse en superficie." Quizás el elemento de mayor intensidad resida precisamente ahí: al desbordar la representación estática, el dinamismo espacial de las líneas y figuras geométricas de Emilio Gañán introduce en nuestra mirada el flujo del devenir, la temporalidad.

Emilio Gañán: Bolero IV (2012).
Óleo y esmalte mate sobre lienzo, 178,5 x 178,5 cm.

No cabe duda de que este aspecto constituye el reto mayor de las distintas versiones del constructivismo. La madurez plástica de Gañán permite apreciar el diálogo que en sus obras se mantiene, de un modo especial, con Piet Mondrian. Sobre todo, con el último Mondrian, y por ejemplo con esa estructura plástica y llena de ritmo vibrante que es su Broadway Boogie-Woogie (1942-1943). O también con pintores nuestros tan admirables como Pablo Palazuelo o Jordi Teixidor.

Emilio Gañán: Implosión (2012).
Acrílico sobre lienzo, 177 x 146 cm.

Eso sí, sin perder su individualidad específica, su vertiente propia, que en Gañán conlleva sobre todo un intenso aliento vital, una afirmación de optimismo, en contraste con las incertidumbres y el derrotismo ambiental en que hoy nos debatimos. Gañán pinta, hace cantar y bailar a sus líneas sobre el plano, para mostrarnos la fuerza de la vida, para abrir nuestra mirada hacia el flujo imparable de la existencia. Nada está quieto, y desde luego tampoco las líneas y las figuras geométricas. Así que podemos ir más allá de lo que hay. El impulso de las líneas abre no sólo la utopía de otro espacio, sino también de otro tiempo. Y, en definitiva, dibuja la utopía de otro mundo, alternativo, diferente a éste tan cerrado en sí mismo, tan destructivo, en el que hoy vivimos.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1068, 24 de noviembre de 2012, p. 24.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Sobre "El jardín de las delicias", ópera multimedia de Wolf Vostell


Inmateriales
La selva del jardín musical


"En el principio era la acción", escribió Goethe en Fausto, corrigiendo el Prólogo del Evangelio de San Juan. Corrección que puede entenderse como la primera y lúcida expresión del espíritu de la modernidad: dinamismo y movimiento continuos, el mundo sometido a un proceso de cambio y modificación incesantes. La primacía de la acción, en definitiva. Entre los movimientos y tendencias del arte de nuestro tiempo que mejor supieron comprender esa dimensión se encuentra Fluxus, cuyo nombre ya indica el carácter abierto, procesual, fluido en suma, de sus propuestas.

Wolf Vostell

El pasado 27 de octubre, en el marco de forosur_cáceres_12, tuvo lugar en el Museo Vostell de Malpartida, un acontecimiento fluxus excepcional. Se trataba de la primera representación completa de El jardín de las delicias, ópera multimedia de Wolf Vostell (1932-1998). Creada en 1982 para responder al encargo del "Festival Pro Musica Nova" de Bremen la pieza se desarrolla, en palabras del propio Vostell, de manera "similar a una autopista de 20 carriles (de naturaleza acústica), por cuyo flujo de tráfico circulan simultáneamente 20 fenómenos acústico-visuales". Frente al carácter narrativo-argumental y circunscrito a un escenario cerrado de la ópera tradicional, Vostell propone una escenificación abierta, procesual, y en la que la visualización y el sonido actuarían como espejos.


Estructurada en cuatro actos: Juana la Loca, Depresión Endógena, Los Vientos (subtitulado Los Medios, en referencia a los medios de comunicación) y El Rocío, El jardín de las delicias requiere la participación de cinco sopranos, un cantaor flamenco y un coro. Las cinco sopranos llevan mochilas de sonido que amplifican sus voces y producen otros efectos electrónicos, como los sonidos de tráfico en una autopista o aullidos de lobos. Las voces se mezclan con los ruidos electrónicos, lo mismo que los cantantes se mezclan con el público. La acción se desarrolló primero en los jardines y después en distintas salas del Museo, donde todo culmina ante una instalación realizada exclusivamente para la representación: una larga mesa vestida con manteles blancos, sobre la que se han dispuesto lechugas limpias, aceite y sal. Esa culminación: acción compartida entre intérpretes y público, ceremonia de encuentro de la humanidad común, remite como es obvio al trasfondo de los rituales religiosos de donde brota el arte. Un aspecto que en la ópera se subraya aún más al utilizar como "libreto", de forma fragmentaria, algunos pasajes de El cantar de los cantares, que se superponen a las expresiones guturales, los lamentos, o los gritos. La humanidad, amante y sufriente, ante nuestros ojos: retorno del arte a la vida.


La representación en Malpartida, además de intensa y emocionante, fue de una gran calidad artístico-vital. La dirección musical y los arreglos fueron de José Iges, quien una vez más dio muestras de su buen hacer y de la relevancia de su concepción multimedia que durante años inspiró su trabajo en Ars Sonora. La escenografía estuvo a cargo de Mercedes Guardado, la esposa de Vostell, que en su calidad de compañera y testigo de la trayectoria del artista, supo recordar al comienzo lo que esta representación tenía de homenaje y situar los momentos de la puesta en escena en los ámbitos artísticos y naturales del Museo más adecuados. Sopranos, cantaor y coro, excelentes. Y el público que asistió y participó, no menos excelente.


Los que tuvimos la suerte de estar allí vivimos esa experiencia de la acción, a la que aludía al principio, muy distinta de la idea de "contemplación" pasiva con la que tantas veces se confunde la experiencia del arte, al menos en los tiempos modernos. El arte de nuestro tiempo demanda la intervención activa de los públicos, su participación. Las obras artísticas son hoy obras abiertas, flujos que buscan el encuentro de los individuos que se apropian de sus sentidos, y conocen, disfrutan y se emocionan con ellos. A eso conduce esta ópera que, de manera tan intensa, nos lleva a la experiencia primordial de lo humano. Vostell escribió que con El jardín de las delicias quería complementar el concepto de "pensamiento salvaje" (Claude Lévi-Strauss), con el de "escucha salvaje". Abrir "una vivencia sensorial libre", una fantasía desencadenada que debería "ir transformándose en sueños musicales". Se abre así un ámbito de experiencia primordial: "la selva del jardín musical para los ojos y los oídos".

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1066, 10 de noviembre de 2012, p. 26.