domingo, 26 de febrero de 2012

Exposición de Liliana Porter en Madrid

Inmateriales
Muñequitos animados


¿Qué despierta en nosotros un pequeño pingüino de cristal con su cabeza cubierta con un sombrero negro, como de mosquetero? Hay algo que no encaja, que resulta discordante. Y, sin embargo, la imagen nos remite a otro plano de la experiencia: el de la imaginación y la fantasía. Y, simultáneamente, a otro plano del tiempo: el de nuestra infancia, cuando nada resultaba discordante una vez establecidas las reglas del juego. Liliana Porter (Buenos Aires, 1941), que vive y trabaja en Nueva York desde 1964, ha construido una admirable obra artística con muñequitos y figuras encontrados en rastros y tiendas de antigüedades, a los que dota de una vida propia.
Hasta el 10 de marzo puede verse en Madrid, en la Galería La Caja Negra, su exposición Disguise (Disfraz) en la que se presenta una serie de doce fotograbados con ese mismo título, realizados en 2009, junto a otra de cuatro fotografías de pequeño formato: Traveler (Viajero), de 2011, y algunas piezas anteriores de obra gráfica. La Galería ha editado un libro en el que, además de la reproducción de las imágenes de Disguise, se recoge una conversación entre la artista y Ana Tiscornia. En ella,  Liliana Porter señala que los cambios, las superposiciones de elementos diversos, que ella hace con los muñequitos tienden a subrayar que todos llevamos "un traje", unos atributos externos de identificación del papel social que jugamos en la vida.

Liliana Porter: Traveler [Viajero] (2011).
Serie de 4 fotografías, 38 x 25 cm. c/u.


La figura del viajero solitario, con o sin maleta, es un elemento recurrente en la obra de Liliana Porter. La nueva variante que nos muestra en Traveler, es de una gran intensidad poética. En ella, la figura se torna borrosa, lo que viene a subrayar que el viaje es movimiento, que en un sentido estricto no puede representarse con una imagen detenida. Viajando, nos desdibujamos, no somos, sino que estamos en tránsito hacia otro estado. Y, claro está, el viaje es en sí mismo una imagen en síntesis de la vida, tránsito a través de un movimiento incesante desde el nacimiento a la muerte.
Los muñequitos de Liliana Porter tocan directamente nuestra fibra sentimental. Pero lo hacen sin caer en el sentimentalismo, gracias a su fuerza de interpelación, a la ironía que cuestiona nuestra pretensión de ser grandes, serios, y característicamente adultos. Todos llevamos un niño dentro. Por eso, los muñequitos son un acorde visual de la nostalgia por aquello que fuimos y que, de un modo irreversible, ya no volveremos a ser nunca. Un reencuentro con nuestra infancia perdida, a través de los flujos de la memoria. Pero son también fetiches, dispositivos de evocación. Si los surrealistas nos hicieron comprender cómo nuestra mirada encuentra en los objetos las huellas del deseo, las figuritas de Liliana Porter nos hablan de lo frágil y quebradizo que resulta el ser humano, traído y llevado por los vaivenes del deseo.

Liliana Porter: Man/Mickey, serie Disguise [Disfraz] (2009).
Fotograbado, 57,5 x 78 cm.

Del juego al arte. Ya Friedrich Schiller llamó la atención sobre la existencia en todos los seres humanos de un impulso formal, que se manifiesta cuando somos niños en el juego: todos jugamos de niños. Y que se prolonga, en la edad adulta, en el arte. Frente a la idea de omnipotencia a la que nos han acostumbrado las películas de dibujos animados, en las que todo es posible, los muñequitos de Liliana Porter esbozan ante nosotros un signo de interrogación modulado con una sonrisa. ¿Sabemos, podemos, seguir jugando? ¿Qué nos dice la figurita de una niñita que, de forma discordante, tiene una cabeza de león? Es un emblema de todo aquello que vemos sin ver y, a la vez, de lo que querríamos ver y no vemos.

Liliana Porter: Niña/León, serie Disguise [Disfraz] (2009).
Fotograbado, 30 x 22 cm.

El procedimiento es el mismo que emplearon los surrealistas, y que llamaron dépaysement (desnaturalización). Se trata de producir encuentros aparentemente fortuitos de planos discordantes de lo real, para hacer brotar a través de ellos una visión, una imagen, más profunda de las cosas: lo desconocido, lo maravilloso, lo surreal. A través de un juego de aparentes discordancias, los muñequitos animados de Liliana Porter impiden una identificación con ellos sentimentaloide o banal. Son como espejos, imágenes de nosotros mismos, vagando entre la pretensión de afirmación y el desconcierto o la pérdida, en el viaje de la vida.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1032, 18 de febrero de 2012, p. 30.

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