[Eugenio Trías: La imaginación sonora. Argumentos musicales; Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, Barcelona, 2010. 677 pgs]
José Jiménez
Prosigue Eugenio Trías el admirable despliegue de su obra filosófica. Tras la publicación en 2007 de El canto de las sirenas, vuelve a centrar su atención en la música, en lo que de momento constituye un díptico sobre el arte sonoro, aun dejando abierta la posibilidad de un tercer episodio, que todos sus lectores esperamos ya desde ahora mismo que se convierta en realidad. En cualquier caso, la atención a la música es una constante de toda la trayectoria filosófica de Trías, algo que no es demasiado habitual entre nuestros pensadores, quizás con la notable excepción de la hermosa e intensa Filosofía de la música (1990), de Juan David García Bacca.
En la página final de El canto de las sirenas se planteaba la posibilidad de sustituir la frase inicial del Evangelio según San Juan: “En el comienzo era la palabra”, no ya por la propuesta de Goethe en el Fausto: “En el comienzo era la acción”, sino por la expresión: “En el comienzo era el sonido”. Y allí podíamos leer también: “la música alumbra un orden de sentido y lógos anterior, o a priori, en relación al que se concreta en formas lógico-lingüísticas, incluso respecto al que se materializa en iconos o en imágenes”.
Con una intensa voluntad de estilo, habitual en Trías, con una escritura llena de cadencias, ecos y reverberaciones, La imaginación sonora explicita esa dimensión inicial de la música en lo que sería la pre-existencia del “homúnculo”, del ser humano en el ámbito matricial antes del nacimiento. En ese ámbito prenatal, se iría gestando el oído musical en sus más arcaicos orígenes, que habituado a la transmisión del sonido por vía acuática, ha de adaptarse a partir del nacimiento a un medio enteramente diferente, el aéreo, en el que a partir de entonces se produce la audición, la escucha y la transmisión del sonido.
La imaginación sonora despliega una teoría de la música que tiene como soporte, dando continuidad al pensamiento de Trías, una ontología del límite. En ese marco filosófico, que subraya el carácter fronterizo del ser humano, el origen: antes de la vida, y el final: la muerte, se unen en el símbolo sonoro de la música, que se proyectaría incluso más allá de la muerte, en lo que se formula como la metáfora del Gran Viaje, en el pensamiento o creencia razonable de la muerte como tránsito hacia otra dimensión.
Este denso planteamiento ontológico no se formula de forma meramente especulativa, sino a través del contraste que proporciona un prolijo recorrido por una serie de episodios electivos de la historia de la música occidental. Desde este punto de vista, como aclara el propio Trías, mientras que El canto de las sirenas se desplegaba en el marco de una “escenografía griega” (Orfeo, pitagorismo, Platón, Xenakis), La imaginación sonora se nutre preferentemente de una “escenografía judeo-cristiana”. El recorrido histórico-electivo tiene su inicio en ese acontecimiento “fundador de historia y de memoria” que es el nacimiento a partir de los siglos IX y X de la escritura musical, con su posterior perfeccionamiento y el surgimiento de la polifonía contrapuntística.
A partir de ese inicio, Trías elige para su análisis pormenorizado determinados aspectos de las obras de Josquin des Prés, Orlando di Lasso, Palestrina, Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Liszt, Wagner, Bruckner, Verdi, Mahler, Schönberg, Lygeti, y Scelsi, en cuya obra termina encontrando a la imaginación sonora como “responsable de la formación de imágenes y de iconos al compás del discurrir del más matérico, matricial y material de las formas sonoras”. Más que de historia, hay que hablar aquí de genealogía: de la persecución de un hilo de sentido que permite definir la música como una mutación formal en el continuo sonoro, y caracterizar el arte musical como aquel que consigue dar determinación y límite a lo indeterminado o indefinido en ese medio material del sonido.
La imaginación sonora permitiría, en último término, establecer el nexo entre sensibilidad (y emoción) con el intelecto, y en esa dimensión de nexo, de gozne o bisagra, se situaría “todo el misterio de la música y de su valor como arte”. Explícitamente se abre entonces, a través de la música, la posibilidad de percibir, o diciéndolo con más propiedad de escuchar, lo que Eugenio Trías denomina “el Mysterium Magnum”. Una categoría ontológica abierta a la transcendencia, y que se concreta, por medio de una caracterización del símbolo sonoro, en una importante nota a pie de página (578): “Lo simbolizado en ese símbolo sonoro, todo él impregnado de materia fónica, es siempre algo relativo al misterio que nos rodea (de nosotros mismos, del mundo, de Dios; o del nacer y del morir; o de la transformación y el éxtasis; o de la vida y la muerte).”
El impacto y la primacía de la música radicaría entonces en su fuerza de expresión y evocación del misterio, que resonaría en las tres “etapas” de la vida de ese ser fronterizo, o del límite, que es el hombre: la fase prenatal, la aventura o “novela” de la vida que se desarrolla tras el nacimiento, y la muerte concebida como tránsito. Frente a otras filosofías, con las que dialoga y a las que somete a crítica, la ontología de la música de Trías quedaría así definida como una ontología de la escucha de todo aquello que reverbera en el símbolo sonoro.
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