Toda una reconstrucción genealógica que nos permite apreciar quién es Gordillo, su papel protagonista en la escena artística durante décadas, y su posición central en el arte de nuestro tiempo.
Para mí ha sido una experiencia particularmente emotiva, porque he podido reencontrarme con algunas obras de los años setenta que pude ver en el momento de su primera presentación pública y que contribuyeron de modo decisivo a abrir mis ojos y mi sensibilidad hacia el arte contemporáneo. Para todos los que vivimos aquellos años y seguimos fatigando (como escribía Virgilio) el itinerario de la existencia, Luis Gordillo es un auténtico maestro de la mirada.
¿Vemos lo que creemos ver? Gordillo nos conduce con sus obras a esas imágenes mediáticas que nos envuelven y con frecuencia agobian, sin dejarnos apenas resquicio para mirar y ver limpiamente. Pero ese es tan sólo el punto de partida. A partir de ahí, Gordillo tira del hilo interior y nos lleva a las metamorfosis ilimitadas que las imágenes experimentan en su impacto con nuestros cuerpos y hasta los estratos más profundos de nuestro psiquismo. Allí donde acecha el deseo. Filamentos y meandros, aguas deslizantes como espejos, agujeros abiertos: acechantes o no, colores desatados o melancólicos, fragmentos, dualidades, tríos, multiplicación serial. Con Gordillo, comprendemos: ver es bucear.
Para qué ponerse serios, solemnes, graves. El trabajo de Gordillo con la imagen muestra nuestras limitaciones, nuestra fragilidad. Somos nada más, y nada menos, que pequeños hilos desenvolviéndose en el bosque de los signos y que en un momento, inevitablemente, se quiebran. Lo mejor es tomarlo con humor y aprender a saber ver que en esos flujos abiertos e impredecibles está realmente lo decisivo: la experiencia de vivir. La vida, y nada más.
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