martes, 9 de enero de 2024

Recuerdo y homenaje a Eduardo Chillida

 Chillida: Las formas y el espacio


Mañana, 10 de enero de 2024, se cumple el centenario del nacimiento de Eduardo Chillida, a quien considero uno de los artistas de mayor relevancia en la historia. Nunca olvidaré mi contacto personal con él, un encuentro en el que el diálogo fluía de manera tranquila, y su pensamiento con una profunda intensidad. Como recuerdo y homenaje a este gran hombre y gran artista, he realizado una síntesis de mis análisis sobre sus obras en diversos textos, que a continuación presento aquí:

El trabajo del escultor rompe nuestra visión automática de las cosas. Abre un círculo en el que los ojos y las manos, el cuerpo y la mente, atrapan las formas de un mundo renovado. El escultor nos muestra la línea delgadísima que separa lo que es de lo que no es. Eduardo Chillida: "En una línea el mundo se une, con una línea el mundo se divide." El dibujo, "hermoso y tremendo", da paso a la materialidad del volumen.

Eduardo Chillida: "Yo no represento, pregunto." Dar nacimiento a las formas. En el espacio. Sin caer en el sueño dogmático de la mera imitación. No representar. No repetir. Buscar con el ojo limpio, abierto al gran espectáculo del mundo: "Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira." Y así, a través de la mirada creativa, dar forma, preguntar por la esencia de las cosas.

El programa de Julio González: "el dibujo en el espacio" es el punto de partida estético de Chillida, capaz de dotar a todas sus piezas de una sensación aérea, de ingravidez. Pero ese programa no hizo sino ampliarse y enriquecerse. En los años sesenta juega intensamente con el papel de la luz en la escultura. Y, además del hierro, utiliza todo tipo de soportes: madera, alabastro, hormigón, acero, granito...

Cualquier material es susceptible de la metamorfosis creativa de Chillida, quien en 1984 reivindicó para sí la "visión del rebelde". Un espíritu profundamente anti-dogmático inspira su relación con la forma. En sus propias palabras: "Cuando empieza no sé a dónde me dirijo. No veo sino cierta figura de espacio de la que, poco a poco, se destacan algunas líneas de fuerza." Es la forma misma la que acaba imponiéndose: "Indefinible al principio, se impone a medida que se va precisando."

Octavio Paz señaló que la obra de Chillida recoge la dimensión sensible y cambiante de las formas que constituyen el universo: "Sus esculturas no reflejan los cuerpos de la geometría en un espacio intemporal pero tampoco aluden a una historia o a una mitología: evocan, más bien, una suerte de física cualitativa que recuerda a la de los filósofos presocráticos."

Esa capacidad de individuación de la forma esencial, por medio de todo tipo de soportes materiales, es el motivo central de la comunicación de la obra de Chillida con poetas y filósofos: comparte la misma temática, el problema del origen de los sentidos. En su caso, claro está, a través de las formas y el espacio. Pero todo ello, y particularmente el difícil sentido de ingravidez y equilibrio que su obra transmite, no sería factible sin lo que personalmente considero el centro de gravedad del trabajo de Chillida: su increíble, ilimitado, dominio de la escala.

El punto más importante para que las formas espaciales no queden mudas, salvajes, y hablen en cambio directamente a nuestro corazón y a nuestra inteligencia. Para que se conviertan realmente en esculturas. Chillida es uno de los mejores conocedores de esa comunicación íntima entre lo corporal y la tierra. En esa vía el espacio se proyecta como forma de estar en el mundo: habitar. Y en el habitar vuelca el hombre su deseo de permanencia: surge así la forma de la casa. Pero también los elementos que hay en ella, como la mesa o la columna, réplicas humanas, espaciales, del mundo natural, de la tierra. La gran pieza escultórica, ya sea en el espacio ancestral de la tierra vasca, en el crisol dinámico de la ciudad, de las ciudades del mundo, o peinando los vientos del mar, rechaza el vacío de lo no humano. Nos muestra la riqueza y plenitud del espacio.

Pero entonces, demos un paso más: ¿en qué región del universo se sitúa ese receptáculo de las formas al que llamamos "espacio"? Quien quiera buscarlo en el mundo físico se topará con el vacío. Porque, desde luego, el espacio descansa en el número. Y de ahí la variación, el principio rítmico que articula su crecimiento o escala. El espacio del escultor, el que pone en pie las formas humanas del habitar, es a la vez número y palabra, cuenta y lenguaje. No hay escultura sin experiencia del cuerpo: y la raíz de la corporalidad humana, lo que nos hace distintos de los animales que nos acompañan en la tierra, es el ritmo incesante y fluyente del lenguaje.

No encontraremos en Chillida ningún tipo de desbordamiento gestual. Su obra es, siempre, un canto al equilibrio. Uno de los ejemplos más elevados de la pasión clásica en escultura. La gravitación de las formas no busca en ningún caso la grandilocuencia, sino la meditación, el silencio. Pero justo en esa consciencia de los límites, en ese anhelo de la serenidad que alcanzamos al comprender lo que nos une a las fuerzas naturales del cosmos, la experiencia del número y la palabra confluyen con el espacio escultórico para situar nuestro habitar en el reino del espíritu.

De ahí la convergencia con la música, la poesía y la filosofía. Chillida habla, al hacer surgir las formas en el espacio, el mismo tipo de "lenguaje" fundacional que músicos, poetas y filósofos, al dar contraste y equilibrio a las formas del habitar. Un lenguaje fundacional que actúa generando sus sentidos desde lo que es previo al número, a la palabra y al espacio. Haciendo brotar desde el silencio, los acordes, las significaciones, las formas.

 



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