Vivir, hoy, en la ciudad
La mayoría de los seres
humanos viven hoy, o mejor: vivimos,
en ciudades. Esas grandes aglomeraciones urbanas, construidas como complejos
mecanismos destinados a facilitar la organización del trabajo y los procesos de
producción de mercancías, el transporte y el intercambio comercial, así como la
prestación de servicios y la organización del tiempo de ocio, constituyen hoy
el escenario casi único y homogéneo de nuestras vidas. Bastante atrás en el
tiempo, y relegadas a un muy segundo plano las que aún quedan, se sitúan las
comunidades rurales, con sus ritmos de vida articulados por el paso de las
estaciones, el cultivo de la tierra y la ganadería de pequeña escala, y la
duración natural de las jornadas de trabajo.
Es en Charles Baudalaire
donde podemos encontrar la consciencia más temprana y profunda de lo que
suponía ese nuevo escenario de la vida en el plano de la experiencia estética y
las artes. La vida en la ciudad suponía el agotamiento de las temáticas tradicionales
basadas en la exaltación mítica, religiosa, heroica o histórica. Lo feo y lo
abyecto, pero también lo maravilloso, como nos hizo comprender Baudelaire,
salen al encuentro de nuestra mirada, del paseante que transita sin un objetivo
práctico concreto por las calles de la ciudad y que, si es poeta o artista,
sabrá transformar en materiales de obras artísticas específicamente modernas.
Hoy, a algo más de un siglo y
medio de distancia de esas consideraciones seminales de Baudelaire, el paseante
desocupado en la ciudad es prácticamente una reliquia del pasado. Las ciudades
han crecido hasta la desmesura, y el tejido urbano muestra todas las
cicatrices, subterráneas y en superficie, que
el monstruoso tráfico de vehículos y las rutas de transporte imponen sobre
las vidas de los ciudadanos. A cuestionar la imagen de estas ciudades, de
complejo perfil, de inaprehensible entramado, dedica su intensa y hermosa
exposición Esther Pizarro (Madrid, 1967), quien desde los inicios de su
trayectoria artística ha venido prestando una atención continua a lo que
significa, hoy, vivir en las ciudades.
Nudo
vial, 01-04.
Fieltro,
hilo, 60 x 70 cm. c. / u.
El
hilo conductor de su trabajo ha sido siempre la relación entre vida y
experiencia y el trazado de los mapas urbanos. Y este acento en lo humano, en
lo antropológico, se ilustra con el recorrido retrospectivo de sus obras que se
presenta ahora en Fuenlabrada, en la muestra Derivas de ciudad, cartografías imposibles. Esther Pizarro
convierte los mapas, las cartografías, de las ciudades donde ha vivido: Los
Ángeles, Roma, París, en relieves escultóricos, en esculturas que en su trazado
ascienden y descienden, desvelando así ante nuestra mirada la superposición de
niveles que articula la ciudad y su consiguiente reverberación en nuestra
sensibilidad y en nuestra mente. Las estanterías de nuestras casas se
convierten en huellas de los asentamientos que agrietan la ciudad. Un polígono
abierto, construido en hierro y con el trazado urbano inscrito en el fieltro
que recubre su interior, se transforma en la celda dual de la que entramos y salimos cada día. Fieltro, material
que intensifica la energía, y que actúa como soporte y vehículo de los relieves psicogeográficos: proyecciones
psíquicas de trazados urbanos, o de los hermosos, geométricos, no figurativos, nudos viales. La ciudad es nuestro
espejo.
Mapas de movilidad.
Patronando Madrid.
Aluminio, goma elástica, varilla roscada, 600 x 400 x 150 cm.
Mapas de movilidad.
Patronando Madrid.
Vista desde arriba.
Todo
ese proceso escultórico conduce a Patronando
Madrid, la gran pieza realizada
expresamente para esta exposición. En lugar de partir de un mapa
"objetivo", Esther Pizarro ha tomado como referencias las geografías
cotidianas de una serie anónima de ciudadanos en el área metropolitana de
Madrid que, en un desdoblamiento de su imagen: frente y perfil, muestran en su
interior, como mapas, el flujo de sus desplazamientos. La suma y síntesis de
todos ellos permite la construcción de un gran mapa irreal, una imponente
escultura de gran formato, suspendida en altura sobre la sala, y que nos
permite así ver desde abajo una cartografía que habitualmente vemos en
superficie o desde arriba. Las raíces, los rizomas, de los flujos urbanos, con
su carácter a la vez orgánico y caótico, se ofrecen así en una nueva dimensión
a nuestra mirada. En la obra, de una hermosísima resolución plástica: un
entramado laberíntico de líneas metálicas, resuena la concepción situacionista de la deriva urbana como
técnica de paso a través de ambientes variados y como ejercicio continuado de
dicha experiencia. Del deambular urbano a la deriva, vamos y venimos por esas
líneas laberínticas que las ciudades inscriben, marcan y modulan, en nuestras
vidas.
* Esther Pizarro: Derivas de ciudad, cartografías imposibles. Comisaria, Tania Pardo.
CEART, Fuenlabrada, Madrid, del 31 de enero al 14 de abril de 2013.
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