Inmateriales
Ser mujer, ser artista
Ser mujer y ser artista, a la vez. Durante siglos, compleja tarea. Que incluso hoy sigue entrañando no pocas dificultades. Llama por eso la atención el caso de la gran pintora italiana Artemisia Gentileschi (1593-1654), a quien el Museo Maillol de París dedica una estimulante exposición monográfica que, con el título "Poder, gloria y pasiones de una mujer pintora", puede verse hasta el próximo 15 de julio. La muestra reúne 57 pinturas y está organizada en cuatro grandes secciones, desde los inicios de la pintora en Roma junto a su padre Orazio Gentileschi (1563-1639), hasta su periodo napolitano que marca su apoteosis dirigiendo su importante taller durante veinticinco años, y pasando por las etapas intermedias en las que vive y trabaja en Florencia y en Roma.
Artemisia Gentileschi: Autorretrato con laúd (h. 1617-1618).
Óleo sobre lienzo, 65,5 x 50,2 cm.
Curtis Galleries, Minneapolis.
Huérfana de madre desde los doce años, el destino personal de Artemisia se vería marcado por su violación en mayo de 1611, cuando ni siquiera había cumplido los dieciocho años, a manos del también pintor Agostino Tassi, colega y colaborador de su padre. Tras la violación, Tassi promete a Artemisia casarse con ella y la convence de continuar su relación durante nueve meses más. Pero entre marzo y abril de 1612, Orazio decide denunciar la violación de su hija. Tassi es procesado, y tras siete meses, durante los cuales Artemisia ha de soportar la publicidad de los hechos y el consiguiente escándalo, es condenado a cinco años de exilio de Roma. Condena que, sin embargo, nunca cumplirá al revisarse casi de inmediato la pena y ser considerada "injusta". En noviembre de ese mismo año, Artemisia se casa con un florentino amigo de su padre, y con quien se establecerá en la ciudad toscana en los primeros meses de 1613.
A partir de ese momento, a la vez que se convierte en madre de cuatro hijos, va desarrollando su carrera como artista de forma plenamente autónoma. Su vida se verá sometida, sin embargo, a todo tipo de situaciones turbulentas: establece una relación sentimental con un noble florentino, se ve forzada a desplazarse de Florencia por las deudas de su marido, y dos de sus hijos mueren. Será a partir de 1620, en Roma, y después en Nápoles, a partir de 1630, cuando Artemisia alcance una plena autonomía tanto en un plano personal como en su trabajo artístico.
Artemisia Gentileschi: Judith y Holofernes (h. 1612-1614).
Óleo sobre lienzo, 159 x 126 cm.
Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles.
No cabe duda de que esta vida "novelesca" se ve intensamente determinada por el hecho de ser mujer, y es un ejemplo de lo que tantas mujeres han vivido y viven aún sólo por el hecho de serlo. Si los datos de las experiencias de Artemisia han llegado hasta nosotros, se debe como es obvio a la calidad de su pintura, que se sitúa entre las más relevantes del barroco italiano. Un primer rasgo a destacar en ella es el papel central de la figura de la mujer. En sus cuadros vemos mujeres fuertes, dueñas de sí mismas, protagonistas. Su Autorretrato con laúd (hacia 1617-1618), una pintura magnífica en su dominio del claroscuro, nos muestra a una mujer madura, plenamente segura de sí misma, cuya mirada inquisitiva parece cuestionar precisamente a quienes miramos el cuadro.
Artemisia Gentileschi: Susana y los viejos (1652).
Óleo sobre lienzo, 200,3 x 225,6 cm.
Pinacoteca Nacional, Bolonia.
Hay que resaltar también, en esa misma línea, las numerosas veces que Artemisia trata los episodios bíblicos de Judith y Holofornes, u otros similares: Yael y Sisera (1620), o Sansón y Dalila (hacia 1635), todos ellos cargados de violencia. Es así mismo importante la figura de la mujer-madre, asociada con la Virgen María. O la de la mujer "sufriente", si bien dueña de su destino: María Magdalena, Cleopatra, o Lucrecia. Y los desnudos, plenos de sensualidad y vigor carnal, como la Dánae (hacia 1612), o los que despiertan el deseo morboso de los varones, como en las versiones de los episodios también bíblicos de Betsabé en el baño, o de Susana y los viejos. O sus magníficas alegorías, en las que la figura de la mujer se identifica con las artes y el conocimiento. Deslumbra en Artemisia su técnica pictórica, su sabiduría en la composición y en la soberbia articulación de la luz en el cuadro. Y produce admiración la universalidad de su intención estética, más allá de los recursos temáticos que utiliza, característicos de la época en que vivió.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1042, 28 de abril de 2012, p. 32.
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