El pintor de la serenidad
El Museo del Luxemburgo, en París, presenta hasta el próximo 15 de julio la que puede ser considerada la primera exposición importante en Europa del gran maestro del Renacimiento veneciano Giovanni Battista Cima da Conegliano (1459/60-1517/8). Poco conocido fuera de Italia, aunque intensamente apreciado por los especialistas, este contemporáneo de Leonardo da Vinci ocupa una posición clave en el despliegue de la pintura veneciana, junto a Giovanni Bellini y Vittore Carpaccio. Cima da Conegliano influencia a Giorgione y es considerado el maestro de la siguiente generación, la de Lorenzo Lotto, Tiziano y Sebastiano del Piombo. Comisariada por Giovanni Carlo Federico Villa, profesor de la Universidad de Bérgamo, la muestra reúne 28 obras de Cima, algunas de ellas altares de iglesia, y prácticamente todas de una calidad excepcional.
Giovanni Battista Cima da Conegliano:
Virgen con el niño entre San Miguel Arcángel y San Andrés Apóstol (ca. 1496-8).
Óleo sobre tabla, 194 x 134 cm. Galleria Nazionale, Parma.
Con un montaje sobrio, que deja respirar a las obras y permite al público un contacto íntimo con ellas, la visita a la exposición es un auténtico goce. A través de la sensualidad y la fuerza conceptual de su pintura, Cima nos transporta a otro mundo, ya perdido, en el que los gestos de las figuras humanas, plenos de espiritualidad, dialogan con una naturaleza idealizada que parece acogerlas en su seno. Lógicamente, en sus obras predomina la temática religiosa. Algunas de ellas son de una compleja composición y de una belleza deslumbrante, como el altar con la Virgen y el Niño sentados en un trono prominente y rodeados de santos (1492/3). O la soberbia Virgen con el Niño entre San Miguel Arcángel y San Andrés (1496/8), en un pórtico en ruinas y un sereno paisaje de fondo, que podría perfectamente situarse en la época romántica. O el San Sebastián (1500/02), una auténtica escultura pintada, en la que en ausencia de dolor y con tan sólo una flecha en el muslo derecho indicadora del martirio, el cuerpo del Santo se eleva como una columna de marfil hacia el cielo sobre el fondo de un paisaje de plácida quietud.
Giovanni Battista Cima da Conegliano: San Sebastián (ca. 1500-02).
Óleo sobre panel de madera, 116,5 x 47 cm. Musée des Beaux-Arts, Estrasburgo.
En la pintura de Cima las figuras de devoción son, en todo momento, intensamente humanas, la creencia religiosa sostiene la representación de una humanidad transcendida espiritualmente. Un trasfondo humanista que alienta igualmente en las cuatro obras de temática mitológica, con la mirada tendida hacia la Antigüedad Clásica, presentes en la muestra. Teseo presentándose en la corte de Minos (1495/7), Duelo entre Teseo y el Minotauro (1495/7), Baco corona a Ariadna (1511/17) y, sobre todo, El sueño de Endymión (ca. 1501), todas ellas en formatos más pequeños, son de una delicadeza plástica verdaderamente notable.
Giovanni Battista Cima da Conegliano: El sueño de Endymión (ca. 1501).
Óleo sobre tabla, 24,8 x 25,4 cm. Galleria Nazionale, Parma.
Esta última, un tondo, muestra en primer plano a un adolescente de cabellos rubios y vestido con una especie de traje de centurión romano, dormido en una pequeña loma, en un bosque, en compañía de animales que comparten su reposo, y con un cuarto de luna decreciente, figuración simbólica de Selene, y una montaña al fondo. El motivo del sueño de Endymión remite a Diálogos de los dioses, de Luciano de Samósata (125-181), donde se relata que Artemisa, seducida por la belleza del joven pastor dormido, obtiene de Zeus que lo duerma con un sueño eterno, para así poder unirse a él todas las noches. En la pintura de Cima, vemos al joven dormido, inserto en la naturaleza, en una relación de armonía y serenidad plenas. Es una auténtica obra maestra, que, más allá de la época en que fue pintada, habla a todas las épocas. Todos nosotros, turbados y frágiles seres humanos, querríamos sin duda alcanzar ese ideal de quietud serena y plácida, cada vez más lejos de nuestro alcance en el turbulento mundo de hoy.
Cima da Conegliano es un maestro del dibujo, con el que traza con precisión, la estructura y composición de sus obras. A ello se une una utilización del color con el que dota de vida a cuerpos, edificios y paisajes. Pero donde su maestría alcanza el más alto vuelo, al menos en mi opinión, es en la manera en que consigue que la pintura alcance una reverberación tridimensional, se convierta en volumen ante nuestra mirada. En ese cristal tranquilo, en ese espejo del ideal humano, nuestro espíritu se baña en las aguas de la serenidad.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1045, 12 de mayo de 2012, p. 28.
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