lunes, 13 de diciembre de 2010

Acerca del eros surrealista [sobre un libro de Alyce Mahon]

Acerca del eros surrealista
[Alyce Mahon: Surrealismo, Eros y política, 1938-1968, traducción de Alejandro Pradera; Alianza Editorial, Madrid, 2009. 256 pgs.]

José Jiménez

Las aproximaciones al estudio del Surrealismo casi nunca son “neutras”: suelen estar determinadas por una posición, a favor o en contra, que condiciona tanto las líneas de interpretación como los resultados. Alyce Mahon es profesora en la Universidad de Cambridge y su libro, originalmente su tesis doctoral, plantea explícitamente la vigencia del Surrealismo hasta 1968, frente a quienes sitúan su declive en torno a la Segunda Guerra Mundial: “Yo defiendo el Surrealismo en contra de la interpretación dominante que habla de una obsolescencia en esos años, y defiendo que su praxis artística siguió siendo de vanguardia”. En su trabajo, Mahon reconstruye, con abundante información, las características y planteamientos de las exposiciones internacionales organizadas por los surrealistas en París en 1938, 1947, 1959 y 1965, y argumenta que el Surrealismo alcanzaría “su apoteosis” en las calles de esa misma ciudad en la revuelta de mayo de 1968.
Desde un punto de vista teórico, el hilo conductor del libro es la consideración surrealista del erotismo como propuesta política, lo que Mahon llama “política de Eros”, “para expresar la conjunción de erotismo y política en el Surrealismo”, “la adopción por los surrealistas de un concepto freudiano de Eros para un fin revolucionario”. Si este aspecto, que se apoya no sólo en la recepción surrealista de las teorías de Freud, sino también en su apropiación de Sade y Fourier tiene, indudablemente, una importancia central en los planteamientos del Surrealismo, más discutible resulta el matiz que introduce Mahon: “Yo asocio el erotismo y lo siniestro en mi valoración del papel de lo femenino en la práctica surrealista del montaje de sus exposiciones”.
Su punto de apoyo principal es una cita de André Breton en Arcano 17 (1944), que se reproduce en dos ocasiones en el libro: “depende del artista hacer visible todo aquello que forma parte del sistema femenino del mundo, frente al sistema masculino”. A partir de este planteamiento, Mahon interpreta las exposiciones surrealistas, todas ellas articuladas bajo el signo de Eros y buscando la expresión de una libertad sin censuras, como manifestaciones de exaltación de lo femenino, llegando a decir, por ejemplo, que la primera de ellas, la de 1938, “se recreaba en lo siniestro y en todo su poder histérico, abyecto y femenino”. Esa afirmación del “poder histérico, abyecto y femenino” de lo siniestro me parece reductiva respecto a la forma en que Freud concibe esta categoría: algo familiar que, repentinamente, vuelve a nosotros como extraño, y desde luego resulta poco aceptable en su identificación de lo femenino con los calificativos histérico y abyecto. Sorprende, además, que Mahon considere de forma enteramente positiva la aproximación del Surrealismo a la mujer, cuando la misma es intensamente dual. En ella, la mujer rara vez aparece como sujeto o protagonista, sí en cambio como objeto erótico, alcanzándose el grado más genérico de objetualización con la exaltación surrealista de “lo eterno femenino”.
Lo más interesante del libro son los datos, e ilustraciones visuales, que Mahon aporta sobre las exposiciones surrealistas. Considero también un acierto el nexo que establece entre la exposición nazi sobre “el arte degenerado” y la internacional de París, ambas de 1937, y la exposición surrealista de 1938, en buena medida una respuesta o toma de posición crítica ante las mismas. Pero, lamentablemente, desde un punto de vista teórico su argumentación resulta demasiado plana y esquemática. Frases como “yo defiendo”, “yo argumento” o “yo demuestro”, permiten ver que su enfoque parte de unas posiciones previas ya tomadas y bastante rígidas. Empeñada en establecer una lectura histórica que parte de una ecuación entre el eros, la política y lo femenino que conduciría directamente al espíritu del mayo del 68 francés, Mahon llega a afirmar que el surrealismo actuó como hilo conductor de los grupos vanguardistas más jóvenes, entre ellos la Internacional Situacionista, el Nuevo Realismo, la Nueva Figuración o Fluxus, entre otros, lo que en más de un caso resulta bastante discutible. Se pierde, en cambio, la posibilidad de haber profundizado en la importancia de las exposiciones surrealistas, y sus concepciones innovadoras del montaje y la articulación de los espacios expositivos, para el desarrollo del concepto y la práctica de la instalación como forma de expresión artística. Por otra parte, y es una pena, el libro presenta un número considerable de erratas, que en bastantes casos afectan a nombres propios o conceptos, algo poco habitual en Alianza Editorial.
Independientemente de lo ya señalado, el trabajo de Mahon presenta, desde mi punto de vista, una carencia fundamental: el olvido, en sus análisis, de la noción de imagen, que es precisamente la categoría que permite a los surrealistas concebir el erotismo como una praxis de liberación. Ya en el Primer Manifiesto, Breton afirmaba: “las imágenes que aparecen constituyen la única guía del espíritu”.  Lo que se ve en la imagen, sería realizable por la propia dinámica erótica del deseo, lo que marca una fuerte impronta idealista y utópica en el Surrealismo, que fue concebido en todo momento por sus propios protagonistas como una actitud ante la vida, y en ningún caso como un movimiento artístico o literario más. Ahí reside su vigencia y su fuerza de impregnación vital.
PUBLICADO, CON CORTES, EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 975, 11 de diciembre de 2010, p. 20.

No hay comentarios:

Publicar un comentario