Tenemos
ante nuestros ojos una innovadora y sugestiva exposición, en la que podemos
apreciar una síntesis de la trayectoria del artista Guillermo Mora (Alcalá de
Henares, 1980), con una forma de presentación bastante distinta de las
habituales. En la sala se presentan 39 0bras, que se complementan con un
catálogo de la muestra, un objeto-libro que también hay que considerar como
obra.
La
presentación de las piezas, que van desde 2007 hasta la actualidad, no es
cronológica, sino que se articula en un proceso de despliegue en comunicación
con los espacios de la estancia, intensamente intervenidos por el artista. Con
ello se busca propiciar una forma diferente de mirar las piezas, que permite
alcanzar los matices que hay en ellas y un flujo de concentración.
Los
espacios de la sala, tras la intervención de Guillermo Mora, son completamente
diferentes. En primer lugar, se ha eliminado el muro anteriormente situado de
forma frontal ante su entrada. Con ello, al entrar en el edificio podemos ver
desde fuera el conjunto de la sala en una perspectiva abierta. Y ya dentro de
la sala también podemos ver fragmentariamente desde allí, a través de la puerta
de cristal del edificio, la luz y el movimiento de personas y automóviles en la
calle Alcalá. Dentro y fuera...
Pero
además de esa intervención hay otra que determina aún más profundamente nuestra
mirada, lo que vemos a través de ella, y cómo lo vemos. Se trata de la
introducción de doce estructuras de gran formato, doce marcos rectangulares
todos ellos pintados con una gama de colores diversos, que se desplazan desde
el inicio hasta el fondo y de abajo a arriba de la sala expositiva de grandes
dimensiones en la que se presenta la muestra.
Y
así, todo cambia: nuestra manera de mirar y de desplazarnos por la sala se
transforma en un flujo abierto, en el que las sorpresas se estructuran a través
de un marco de visión activamente innovador. Esto último es como poner un marco
pictórico y escultórico en una estructura arquitectónica de carácter
“palaciego”: el edificio, diseñado por el arquitecto Antonio Palacios Ramilo,
se construyó entre 1930 y 1945, y fue sede de un banco antes de su utilización
actual como sala de exposiciones.
Aquí
llegamos a una cuestión clave: esa intervención, concebida como instalación
artística, y como una de las 39 piezas que hay en la sala, tiene como título Un puente para quedarse, el
mismo que se le ha dado a la muestra. Pienso que es importante destacarlo,
porque esa instalación es en sí misma, con su gran formato, no solamente el
marco de nuestra visión de todas las demás piezas sino también una síntesis de
las características del trabajo artístico de Guillermo Mora a lo largo de los
quince años en los que hasta ahora se despliega su trayectoria.
Lo que Mora busca y plantea es una concepción
intercomunicativa de prácticas artísticas consideradas diferentes: pintura,
escultura y arquitectura, algo que a través de la instalación podemos ver en
todas las demás piezas, que llaman nuestra atención desde el suelo, en las
paredes, en rincones de paso. Y así, al mirar de forma distinta, podemos llegar
a ver y a comprender el pensamiento que se nos quiere transmitir.
Encontramos piezas de pequeño formato de carácter
escultórico elaboradas con más de 50 kilos de pintura acrílica sujetadas con
gomas elásticas, fragmentos y restos de materiales de su estudio de trabajo,
una serie de diminutas “estanterías” que son paquetes de libros y papeles,
objetos escultóricos construidos con cintas de embalar, y un conjunto de tres
collages elaborados con planos de papel monocromo fijados en la pared con
grapas y que después se han ido desgarrando. Toda una reunión de piezas y
materiales no figurativos que habitualmente no miramos, y sobre los cuales al
recorrer este puente de la visión despiertan nuestra mirada.
Los colores, los materiales y la articulación de
las formas constituyen el núcleo plástico de las obras de Guillermo Mora. Pero
junto a ello hay que señalar también la importancia del despliegue
autobiográfico implícito en todas ellas. Un despliegue que puede apreciarse en sus
títulos, que contienen algo así como “relatos interiores”, construcciones
narrativas a partir de los materiales plásticos.
Podemos encontrar una plasmación central de esta
cuestión en Siete veces yo (2022), una obra producida especialmente para
esta exposición. Germán Mora nos da en ella la síntesis de un relato de siete
días en los que fue dando forma a un conjunto de siete cilindros de papel
grapado, con los colores con que se vistió durante una semana: columnas de
papel tendidas y unidas en el suelo que con sus ecos de colores nos hablan del
paso del tiempo.
Por eso, este “puente” es para quedarse: el trabajo
artístico de Guillermo Mora nos incita a recorrerlo, para así pasar de simplemente
mirar a ver y pensar.
* Un
puente para quedarse. Comisaria: Pia Ogea. Sala
Alcalá, 31, Madrid. Del 28 de
abril al 24 de julio de 2022.
* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa: 6-12 de mayo de 2022, pgs. 40-41. - Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20220515/guillermo-mora-arte-ver-pensar/669183078_0.html
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