Ingres: la imagen que fluye
Napoleón I en el trono imperial (1806).
Óleo sobre lienzo, 259 x 162 cm. Musée du Louvre, en depósito en el Musée de l'Armée, París.
Es ésta una exposición de
esas “para no perdérsela”… La primera muestra monográfica en España de
Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867), uno de los nombres más ilustres de
la tradición pictórica europea, y de quien no hay obras en las colecciones
públicas españolas. Un gran pintor del siglo diecinueve, durante mucho tiempo caracterizado
con términos erráticos, y contradictorios entre sí: de “clásico romántico” a
“romántico del clasicismo”, pasando por la fórmula propagandística de “la
reacción antirromántica”. Pero que en los últimos tiempos ha ido recibiendo la
atención que se merece, como uno de los vínculos centrales entre tradición y
modernidad, entre clasicismo y apertura a los nuevos tiempos. Un indicio de su
importancia y actualidad es la estima y atención hacia su obra que tuvieron
tanto Pablo Picasso como Marcel Duchamp. E igualmente muchos otros nombres de
gran relieve de la vanguardia artística.
Gran Odalisca (1814).
Óleo sobre lienzo, 91 x 162 cm. Musée du Louvre, París.
El Museo del Prado ha
conseguido reunir para la ocasión un conjunto excepcional de 70 obras, 42
pinturas y 28 dibujos, todas ellas de primerísima calidad. La mayoría de las
mismas permanecerán a lo largo de todo el tiempo de presentación de la muestra,
aunque algunos dibujos, provenientes del Museo del Louvre, que aporta el mayor
número de préstamos y con piezas destacadísimas, habrán de ser sustituidos
pasado un tiempo a causa de los criterios de ese Museo sobre el cuidado y
conservación de los mismos. Las colecciones del Louvre proporcionan la base de
la propuesta, pero la exposición se completa con préstamos, también de gran
importancia, de otros museos e instituciones de Francia, Bélgica, Italia,
Inglaterra y Estados Unidos, todos ellos de primer rango.
El esfuerzo realizado ha
merecido la pena, porque permite tener una visión completa y coherente de este
artista diferente, que en sus inicios comenzó rebelándose contra las
prescripciones academicistas para, sin olvidarse de la tradición, abrirse a los
nuevos espacios de la mirada y la representación, prestando atención a la
fotografía y al nuevo ámbito público que la imagen fue adquiriendo a lo largo
del siglo diecinueve.
Ruggiero liberando a Angélica (1819).
Óleo sobre lienzo, 147 x 190 cm. Musée du Louvre, París.
La muestra se presenta con un
itinerario cronológico, organizado en once salas en las que se entrelazan
dibujos y pinturas. Este punto es central para comprender bien el proceso
artístico de Ingres. En él, la pintura fluye a partir del dibujo, que ejecuta
siempre con una gran maestría, dibujando por ejemplo cuerpos desnudos para
pintarlos después vestidos, no sólo con la mayor corrección anatómica, sino
sobre todo acentuando su fuerza expresiva. Algo que remite a Rafael, y también,
aunque más lejanamente, a Leonardo da Vinci. Las referencias al mundo y a los
mitos de la Antigüedad: Grecia, Roma, así como a la literatura (Dante, Ariosto)
y al arte de Italia, una de sus grandes pasiones, son una constante. Lo que
impresiona en esa temática es la forma en que Ingres consigue dar nueva vida a
las imágenes y relatos del pasado, que en sus dibujos y pinturas dialogan
vivos, como desde el presente, con
nuestra mirada.
La condesa de Haussonville (1845).
Óleo sobre lienzo, 131.8 x 92.1 cm. The Frick Collection, Nueva York.
Despierta también asombro y
admiración la intensidad de sus retratos. De la pompa y artificio del poder,
con la exaltación de Napoleón adornado con atributos mayestáticos imaginarios
para así legitimar su identificación con “la gran Francia”, a la penetración en
la interioridad y el carácter de un conjunto de personajes burgueses, dándoles
así elevación y rango. Consumado violinista, el ritmo musical, el dinamismo, se
desliza en todo momento en sus dibujos y pinturas: formas y figuras parecen
estar en movimiento. De un modo destacado, en los retratos de mujeres, en
muchos de los cuales juega con espejos, estableciendo un contraste entre fondo
y forma por medio de la gradación lumínica y cromática. Formas y figuras se
atenúan en el reflejo y se intensifican en el primer plano de la
representación.
El baño turco (1859-1863).
Óleo sobre lienzo, 108 cm diám. Musée du Louvre, París.
Y otro aspecto que deslumbra
por su intensidad es la forma en que trata el desnudo femenino, dándole a los
cuerpos y la carnalidad una fuerza vital que nos convierte casi de manera
inmediata en “mirones” (“voyeurs”), abriendo así una línea profusamente
recorrida después por el arte. Las imágenes femeninas en el baño turco, en la
liberación de Angélica por Ruggiero y, de un modo especialmente intenso, en la
gran Odalisca son ya, sin duda, eslabones decisivos en la representación y en
la mirada, artística y pública, del presente y del tiempo que vendrá. Ingres,
la imagen que fluye: dibujo, pintura, visualización, mirada.
* Ingres; Museo
del Prado, Madrid. Comisario: Vicent Pomarède, Comisario institucional: Carlos G. Navarro. Hasta el 27 de marzo de 2016.
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