viernes, 4 de abril de 2014

Exposición en la Fundación MAPFRE, Madrid

Una vida de artista


Picasso no se acaba nunca. Su potencia expresiva, la variedad e intensidad de su obra, es tan amplia que siempre podemos descubrir en ella registros y modulaciones llenos de vida, con la más alta calidad estética. Picasso trazó su existencia como un proceso continuo de auto-cuestionamiento, de interrogación sobre qué es el arte y cómo es la vida de quien pretende vivir en el arte.
Picasso en el taller es una exposición, de verdad, excepcional por la gran cantidad de obras que en ella se presentan: cerca de 80 pinturas, 60 dibujos y grabados y 20 fotografías, provenientes de los más diversos museos y colecciones artísticas, tanto de España como de fuera de España. La exposición es magnífica, pero no sólo por "la cantidad" de obras reunidas, sino sobre todo por la altísima calidad de casi todas, por el excelente montaje, y por el acierto de la comisaria al encontrar una temática: el taller del artista, que permite apreciar un hilo de continuidad en la gran diversidad de estilos y maneras que Picasso desarrolló y de los que esta muestra es un buen ejemplo.

Pablo Picasso: Autorretrato con paleta (1906). 
Óleo sobre lienzo, 91,9 x 73,3 cm. The Philadelphia Museum of Art, Filadelfia.

El recorrido se abre con el conocido Autorretrato con paleta, de 1906, proveniente del Museo de Arte de Filadelfia, en el que Picasso se representa con su mirada fija y abierta y con la paleta sobre su brazo izquierdo que constituye su emblema de pintor, de artista. A partir de ahí se despliega una serie de giros y variaciones estilísticas que permite, en todos los casos, apreciar cómo para Picasso el taller, sus diferentes estudios, se constituían en ámbitos de la visión y de la construcción plástica.
Si tenemos en cuenta que, en una entrevista de 1932, Picasso afirmó: "Nada puede hacerse sin soledad. Me he creado una soledad que nadie imagina.", podemos entonces entender hasta qué punto ese ámbito del taller, aun poblado de figuras y presencias: las más importantes las de las modelos que se contrastan con las del pintor, el escultor, o el artista en general, permite esa concentración imprescindible para poder llegar a la obra y poder encontrarse a sí mismo. Aun sin estar representado, a través de su ausencia, el taller es así también, como la paleta en el caso del pintor, un emblema de la condición de artista.

Pablo Picasso: El pintor y su modelo (1963). 
Óleo sobre lienzo, 89 x 115,9 cm. Bridgestone Museum of Art, Ishibashi Foundation, Tokio.

Y en él no sólo juegan la soledad, las presencias y las ausencias, sino también la irradiación de la luz, el proceso de construcción del espacio plástico y la comunicación entre el interior: la mente del artista y el espacio-refugio de su búsqueda, y el exterior: de la naturaleza al mundo, todo aquello que la obra debe registrar, representar y transmitir.

Pablo Picasso: Hombre en un taburete (1969). 
Óleo sobre lienzo, 162 x 130 cm. Colección G. L. L.

La exposición culmina, tiene su punto final, en otro autorretrato de una fuerza hipnótica, mucho menos conocido: Hombre en un taburete, fechado el 4 de septiembre de 1969 en Mougins, proveniente de una colección particular. Es una pintura, pero podríamos decir que en realidad actúa como un espejo: el hombre sentado, con sus manos apoyadas sobre las rodillas, nos mira fijamente mirarle. Ser artista significa abrir una esfera de visión que sólo culmina con el retorno de la mirada del otro a través de la obra.
Es bastante habitual dar una imagen de Picasso como encarnación máxima de un tópico de energía viril, que inevitablemente tendría todo tipo de derivaciones destructivas. En mi opinión, esa imagen construida es demasiado superficial. Pienso, más bien, que la personalidad de Picasso tiene un carácter intensamente dual, que le hizo debatirse a lo largo de toda su vida entre el deseo de alcanzar el grado más alto en el cielo imaginario de los artistas, ser un dios artista, y las dudas, incertidumbres y miedos sobre no ser capaz de poder llegar a ello.
Con esa visión tópica a la que antes me refería tiene que ver aquello que se supone que Picasso le dijo a Marius de Zayas en 1923: "Yo no busco, encuentro." En realidad, la transcripción de esas declaraciones que realizó de Zayas es mucho más matizada: "No puedo comprender la importancia que se da a la palabra investigación en relación con la pintura moderna. A mi modo de ver, buscar no quiere decir nada en pintura. Lo importante es encontrar." Es decir, Picasso no plantea, de manera prepotente, que él no tenga ningún problema en "encontrar", y por tanto que no necesite "buscar", sino algo diferente: el peso de la obra, de la pintura, no se puede situar en el proceso de búsqueda, sino en la culminación del encuentro. Lo que, naturalmente, es algo completamente abierto y, claro, también para Picasso.
Muchos años después de las declaraciones a de Zayas, en 1966, cuando Hélène Parmelin le preguntó por esa fórmula: "Yo no busco, encuentro", que se había convertido en un tópico una vez y otra repetido, Picasso le respondió que "nunca supo si realmente la había dicho o no". Y afirmó también, de un modo directo: "Jamás se termina de buscar porque jamás se encuentra." Este hombre, que se debate en la soledad del taller, lleno de dudas sobre lo que llegará a encontrar, es el que vuelve a nosotros a través de las obras, excelentes, de la exposición. Más allá de la leyenda, lo que se desvela es una vida de artista siempre en lucha consigo mismo, intentando llegar al encuentro de la obra.



* Picasso en el taller, comisaria: Maite Ocaña; Fundación MAPFRE, Madrid, hasta el once de mayo. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.133, 29 de marzo de 2014, p. 22.

No hay comentarios:

Publicar un comentario