martes, 11 de diciembre de 2012

Exposición de Heimo Zobernig en Madrid

Inmateriales
Poética de lo efímero

Desde que en 1913 Marcel Duchamp abrió la senda de lo que dos años más tarde, ya en Nueva York, llamaría ready-made (ya hecho, disponible) los límites del objeto artístico, de lo que consideramos una obra de arte, se situaban en un margen de indeterminación sumamente abierto. Ya en aquel tiempo, Duchamp había tomado consciencia de que en la época de la expansión de la tecnología, en un mundo caracterizado por la producción en serie y sin límites de imágenes y objetos, el trabajo de los artistas, sus "obras", estaba experimentando un desplazamiento radical. Aunque Duchamp fuera durante casi toda su vida una figura a la vez respetada pero marginal, finalmente a partir de la década de los sesenta poco a poco esa toma de consciencia de la nueva situación del arte fue haciéndose cada vez más general.
Sitúo las líneas anteriores como contexto, o telón, de la incitante exposición del artista austriaco Heimo Zobernig (Mauthen, 1958), que el Museo Reina Sofía presenta en el Palacio de Velázquez hasta el 15 de abril de 2013. En lugar de "pinturas" o "esculturas" en el sentido tradicional, lo que el espectador encuentra es una intervención radical en los espacios expositivos. Todas las piezas que se presentan se denominan sin título. Un conjunto de grandes cuadros: juegos con letras difuminadas por capas monocromas de pintura, o con letras en gran formato que giran y se desplazan con colores diversos, se presentan sobre lonas o construcciones tubulares de tipo industrial. En un caso, la superficie pictórica adquiere un relieve refulgente al estar recubierta con polvo de cristal de Swarovski.

Fotografía Joaquín Cortés/Román Lores.

Otras piezas, juegan con el desplazamiento estético de la escultura: modulaciones constructivas que interrogan acerca de dónde comienza la escultura y dónde termina el pedestal. La gran jaula construida con acero, inicialmente destinada a servir para almacenar cuadros de gran formato, pero aquí vacía y por ello con un nuevo sentido ante nuestra mirada. O el cubículo geométrico, de yute y madera, un contenedor igualmente vacío que abre y desplaza nuestra interrogación acerca de dónde está la obra. O también, en un gesto de repliegue, la escultura tubular realizada con los cilindros de cartón, que uno encuentra al finalizar los rollos de papel higiénico de uso común, aquí enlazados y formando una masa de curvas y espirales abiertas.

Fotografía Joaquín Cortés/Román Lores.


De una intensidad extrema es el recubrimiento de los muros con espejos con un pulido especial, haciendo así que el espectador se integre en la obra y pueda ver en profundidad, en el reflejo y diseminación de la mirada, los ángulos más pequeños, la modulación de lo que hay arriba y de lo que hay debajo. O el suelo pintado con una pintura industrial, pieza concebida, a la vez, para ver y para pisar. En ese juego con la arquitectura, en esa oscilación entre ver y no ver, desempeña un papel central la cortina, el telón, al que aludía más arriba. Zobernig propone una gran instalación, construida con estructuras tubulares y cerrada con cortinas oscuras, dentro de la cual encontramos un conjunto de pinturas monocromas de gran formato. En otra sala, a la que se accede desplazando una gran cortina rojiza, una proyección de vídeo sobre una gran pared muestra una cortina oscilante de características similares a las de la que el público mueve para entrar o salir.

Fotografía Joaquín Cortés/Román Lores.

Subraya Heimo Zobernig que para él el proceso expositivo y sus contextos constituyen el núcleo de esta muestra. Y, ciertamente, en ello encontramos una de las claves centrales de su propuesta: nos hace ver la distancia cada vez más pequeña entre lo que podríamos llamar "obras" y los contenedores, los materiales, los soportes y los espacios arquitectónicos que las vehiculan. El abrir y cerrar de las cortinas supone la idea de escenificación, de puesta en escena: no hay exposición, ni obras, sin la decisión del público de correr la cortina y entrar. Pero, más allá de todo esto, lo que Zobernig lleva a cabo es una tarea de despojamiento, de desmontaje, que nos permite apreciar que vivimos en un mundo superpoblado de propuestas plásticas, habitualmente inadvertidas. Saber identificarlas, establecer límites, y no tanto crear, en el sentido tradicional del término, sería hoy la tarea del arte.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1070, 8 de diciembre de 2012, p. 28.

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