Inmateriales
Una belleza terrible
Es verdaderamente difícil encontrar hoy en día una “bienal de arte” cuya propuesta y planteamiento resulten sólidos y convincentes. La repetición de los lugares comunes, la reunión abigarrada de obras seleccionadas de modo ocasional, o en virtud de intereses extra-artísticos de todo tipo, ha hecho de este tipo de acontecimientos un síntoma de la sumisión del arte al espectáculo. Es una deriva banal que justifica plenamente la cada vez más extendida expresión, irónica, de “bienalización”, por su cercanía homofónica a banalización, del arte.
Por todo lo anterior, resulta especialmente interesante encontrar una excepción: la actual Bienal de Lyon, que hace dos semanas que se ha abierto al público y que podrá visitarse hasta el próximo 31 de diciembre, es magnífica. Si pueden, no se la pierdan. Toma el pulso de manera sugestiva a los planteamientos y líneas de cambio del arte de nuestro tiempo, en relación con las incertidumbres, quiebras y necesidades del mundo en el que vivimos. Y lo hace, además, con una gran coherencia en el desarrollo del concepto en el que se basa, y con un cuidado y atención a la presentación y montaje de las piezas verdaderamente modélicos.
El título de la Bienal: “Una terrible belleza ha nacido”, proviene de un poema del gran escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939). Es un verso que Yeats repite, como un estribillo que golpea, en su poema “Pascua, 1916”, escrito tras los acontecimientos de la rebelión contra la dominación inglesa y la posterior ejecución de los líderes republicanos irlandeses, acusados de traición. Yeats los evoca en el poema, subraya que no se trata de la caída de la noche, sino de la muerte, y concluye que de todo ello “ha nacido una belleza terrible” [“a terrible beauty is born”].
De ahí deriva el título elegido por la comisaria de la Bienal, una mujer argentina: Victoria Noorthoorn, que, como vengo diciendo, ha hecho un trabajo magnífico. Quiero destacar tres aspectos en el texto programático de la propia Noorthoorn, en los que se centraría la Bienal. Son la cuestión de la opresión y la necesidad fundamental de liberación, abordando así la posibilidad de creer en la utopía, aunque desenmascarando algunas desviaciones terribles cometidas bajo ese nombre. Intentar dar respuesta a la condición humana y a la del artista en el mundo de hoy. Y, finalmente, en la afirmación del papel primordial de la imaginación como fuerza principal de emancipación y soporte esencial del conocimiento.
Jorge Macchi: Marienbad (2011).
Producción para la Bienal de Lyon, 2011.
Sobre ese entramado conceptual está, lógicamente, lo más importante: las obras y artistas seleccionados. Al margen de los dictados del mercado, que determinan no pocas recurrencias de nombres en las citas internacionales del arte, se reúnen las propuestas de unos sesenta artistas, en cuatro espacios diferentes de Lyon: el Museo de Arte Contemporáneo, la Fundación Bullukian, la Azucarera y la Fábrica T.A.S.E. Estos dos últimos, espacios industriales abandonados que, sobre todo en el caso de la Azucarera, permiten un brillo particularmente intenso de la vitalidad de las obras de arte, en contraste con la inevitable obsolescencia de las factorías de producción mercantil.
Eduardo Basualdo: El silencio de las sirenas (2011).
Producción para la Bienal de Lyon, 2011.
La presencia de referentes clásicos, como Samuel Beckett, el gran poeta “visual” brasileño Augusto de Campos, Robert Filliou, John Cage, o Richard Buckminster, se articula con la de otros artistas plenamente consolidados, como Yona Friedman, Cildo Meireles o Marlene Dumas, y con un nutrido grupo de personalidades más jóvenes. Entre estos últimos, me han gustado especialmente las obras de dos artistas argentinos. Jorge Macchi, que con su Marienbad plantea una recreación casi al pie de la letra de un fragmento de los jardines donde se desarrolla la película aludida de Alain Resnais, en el espejo de la desolación de la ruina industrial. Y Eduardo Basualdo, con una pieza deslumbrante: El silencio de las sirenas, una instalación-estanque en la que el agua quieta se filtra hasta desaparecer por la acción de un desagüe, para luego volver a rellenarse. En fin, una última palabra como conclusión. Si en la época de impulso del Surrealismo André Breton pudo escribir que “la belleza será convulsiva, o no será”, a la luz de esta incitante Bienal podríamos ahora decir que “la belleza será desolada, o no será”.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1012, 1 de octubre de 2011, p. 26.
Por un lado, ésta "crisis del objeto" ha sido claramente registrada por el arte contemporáneo a través de experiencias que, en vez de detenerse en los valores estéticos de la obra, se han demorado en las implicaciones conceptuales y sociales del gesto artístico.
ResponderEliminarPor otro, la "epifanía", la manifestación, no viene presentada per se, sino que requiere ser buscada.