Signos y marcas del tiempo
La propuesta "oficial" de la 54 Bienal de Venecia es tan inconsistente, que lo mejor es buscar en los márgenes. Curiosamente, con lo anacrónicos que en principio pueden resultar, en los pabellones nacionales se encuentran este año propuestas de gran interés. Entre ellas, destacaré por su calidad las de Christoph Schligensief (Alemania), Adrián Villar Rojas (Argentina), Artur Barrios (Brasil), Fernando Prats (Chile), Lee Yongbaek (Corea), Andrei Monastyrski y Acciones Colectivas (Rusia), y Thomas Hirschhorn (Suiza). En todos estos casos, se utiliza con inteligencia y empleando un tipo de expresión adecuado la formidable plataforma de presentación y comunicación que la Bienal facilita. Son propuestas rotundas, intensas, capaces de sobrepasar la banalidad espectacular que propicia el "género" bienal, y de permanecer en la memoria. Además de ellas, quiero llamar la atención de un modo especial sobre las muestras de Christian Boltanski y Anselm Kiefer.
Christian Boltanski: Detalle de Suerte [Chance] (2011).
Boltanski presenta en el pabellón de Francia Chance (Suerte), una exposición que integra cuatro instalaciones, todas ellas articuladas entre sí. Una construcción con tubos metálicos se despliega por todo el pabellón y sirve, también, como nexo plástico de unión. En el primer espacio, una larga cinta de fotografías de recién nacidos corre entre los tubos hasta que suena un timbre y, de forma aleatoria, por la acción de un ordenador la cinta se detiene en la fotografía de un bebé concreto. En el espacio 3, los rostros de 60 recién nacidos polacos y 52 suizos muertos, cortados en tres partes, fluyen a gran velocidad en una pantalla, formando cerca de un millón y medio de seres híbridos. El visitante puede formar nuevos seres apretando un botón. Si, por azar, se unen las tres partes correspondientes al mismo rostro, suena una música y el visitante gana una obra que le será enviada por el propio Boltanski. En los espacios 2 y 4 encontramos dos contadores electrónicos de gran formato en los que aparecen, en rojo, el número de las personas que mueren en el mundo, y en verde, el de las que nacen. Como media, cada día hay unos 200.000 más niños que nacen que seres humanos que mueren.
Christian Boltanski: Detalle de Suerte [Chance] (2011).
Hermosa obra, llena de sugestión y de poesía, y muy bien construida plásticamente, con materiales y soportes que hablan tanto de la condición mecánica como digital del mundo de hoy, Chance es una interrogación sobre el azar y su dominio sobre la vida y la muerte humanas. Si Mallarmé había ya establecido el carácter incontrolable del azar, de la suerte: "Una tirada de dados nunca abolirá el azar", Boltanski prolonga su estela, la estela del azar, en una ensimismada interrogación metafísica: ¿por qué nacemos?, ¿por qué morimos? Para plantear, como respuesta, que lo que somos, nuestra vida, es el resultado del azar. El propio Boltanski nos dice: "si mis padres hubieran hecho el amor un segundo antes, yo habría sido diferente". Otra forma, plástica y conceptual a la vez, de cuestionar las pretensiones sustancialistas de la identidad, del yo, y de llamar la atención sobre la fragilidad de la existencia y el tenue hilo de la memoria que tejemos en el curso de la vida.
Anselm Kiefer: Arca [Arche] (2011).
En el Magazzino del Sale, el hermoso espacio de la Fundación Vedova, y entre las muestras programadas de forma independiente respecto a la Bienal, Anselm Kiefer presenta Sal de la tierra, una instalación específicamente concebida para dicho espacio. La instalación consta de tres componentes: Athanor, que contiene un conjunto de elementos diversos en una vitrina, Arca, una obra que sobre una superficie de plomo integra en volumen unos pequeños raíles y un barco, y La sal de la tierra, una serie de fotografías de paisajes sobre láminas de plomo sometidas a un proceso de electrolisis que las ha cubierto con una pátina verde. Todo el sentido de la propuesta remite a la alquimia, a la transmutación de los minerales y al papel de transformación que juega también la sal, aludiendo a la vez al uso histórico de los espacios que acogen la exposición.
Anselm Kiefer: Una de las fotografías de La sal de la tierra (2011).
Sal de la tierra es un registro alegórico de la voluntad de acelerar el tiempo que, en palabras del propio Kiefer, constituía el núcleo de la ideología alquímica: "la aceleración del tiempo, como en el ciclo plomo-plata-oro, que necesita sólo tiempo para transformar el plomo en oro". De ahí el papel central que Kiefer otorga al plomo, que considera "un material para las ideas". El color verdoso y el carácter fluido que adquieren las imágenes nos hablan del carácter fluido del arte y de la vida. Igual que en la alquimia, la obra no sería tanto un fin en sí mismo, sino un catalizador de nuestra propia transformación. También aquí, en el arte como signo del proceso de transformación interior, encontramos las huellas del paso del tiempo, la coloración verdosa de la memoria.
- Publicado, en español y en inglés, en art.es, nº 45, julio 2011, pp. 89-90.
- Publicado, en español y en inglés, en art.es, nº 45, julio 2011, pp. 89-90.
Siempre son cosas que como empresa de andamios de aluminio viene bien contar, muchas gracias por la ayuda
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