La obligación de escribir*
Este pequeño libro,
primorosamente editado y con una excelente traducción, tiene un gran interés.
Pocas dudas caben ya hoy acerca de la talla intelectual de Michel Foucault
(1926-1984), uno de los pensadores más destacados del siglo XX. Pues bien, Un peligro que seduce es un
"inédito", un texto desconocido hasta noviembre de 2011 cuando fue
publicado en Francia, y que ahora podemos ya leer también en español. Su
interés reside no sólo en que hasta ahora no fuera conocido sino, sobre todo,
en lo que plantea: la relación íntima, interior, de Foucault con la escritura,
acerca de la cual éste se explaya fluidamente en conversación con Claude
Bonnefoy.
Es importante señalar que esa
conversación tuvo lugar entre el verano y el otoño de 1968. El contexto, por tanto,
es el inmediatamente posterior a la revuelta de mayo de 1968, un momento en el
que Foucault habla e interviene públicamente, en particular acerca de la
situación en las cárceles. En que se compromete, en definitiva. A la vez, la
figura de Foucault tenía ya entonces una importante proyección en los ambientes
intelectuales franceses. En 1966, había aparecido uno de sus libros más
importantes: Las palabras y las cosas,
al que seguiría, en 1969, su Arqueología
del saber. Y ya en 1970 se produciría su nombramiento como Profesor de
Historia de los sistemas del pensamiento en el Collège de France, cuyo discurso
inaugural, titulado precisamente El orden
del discurso reformula no pocas ideas que tienen su origen en
manifestaciones recogidas en Un peligro
que seduce.
En el punto de partida del
mismo se advierte una cierta incomodidad de Foucault al tener que hablar desde
un punto de vista personal de cuestiones que, según se irá aclarando, podrían
así perturbar la pretensión de objetividad de alguien, dice, "cuyos
trabajos son, en general y pese a todo, trabajos de historia" (p. 59).
Pero las resistencias se vencen, y con ello podemos reconstruir cómo el acceso
de Foucault a la escritura, tras muchas desconfianzas iniciales, se abre cuando
vive en el extranjero, cuando advierte, con palabras que recuerdan a Fernando
Pessoa, que "la única patria real, el único suelo sobre el que se puede
andar, (…) es la lengua, aquella que se ha aprendido desde la infancia"
(p. 35).
Es también importante saber
que Foucault pone en relación esas desconfianzas iniciales hacia el habla y la
escritura, con su ambiente familiar, con el racionalismo volcado en curar, y no
en hablar, con el que actuaba su padre, un cirujano de provincia. De ahí, y del
hecho de que sus textos se centren en la interrogación del pasado, brota una
identificación con la figura de su padre y, a la vez, la expresión de lo que
constituye el eje de gravedad de su relación con la escritura: "soy
médico, digamos que soy diagnosticador. Quiero hacer un diagnóstico, y mi
trabajo consiste en sacar a la luz, mediante la incisión misma de la escritura,
algo que sea la verdad de lo que está muerto" (p. 49). Con ello tiene que
ver, igualmente, la afirmación, que se repite con distintos matices, de que
para él la escritura se relaciona con la
muerte.
Como referente teórico
central, es obvio, está Nietzsche, para quien, dice Foucault, "la
filosofía era ante todo un diagnóstico" (p. 51). A partir de todo ello, el
despliegue de un método genealógico conduce a centrar en el análisis del
discurso lo que se excluye y lo que se incluye en la expresión literaria de una
cultura. Son, dice Foucault, "las reglas del discurso" las que
permiten el funcionamiento de la lengua de un escritor, incluso aunque éste sea
psicológicamente considerado un loco o un perturbado, como sucede en los casos
de Raymond Roussel o Antonin Artaud.
Michel Foucault
A lo largo de toda la
conversación resulta evidente que Foucault concibe la relación con la escritura
como algo conflictivo. En lugar del "placer de escribir", él sitúa el
arranque de la escritura en una "obligación", de la cual no se puede
escapar. El placer de la escritura brotaría así de no infringir, de cumplir con
esa obligación, que nos exige "llegar al extremo de la lengua",
llegar "al extremo de cualquier lenguaje posible, para cerrar al fin con
la plenitud del discurso la infinitud vacía de la lengua" (p. 72). Se trata, en definitiva, de introducir,
mediante la escritura, un "alejamiento de lo que resulta demasiado
próximo" (p. 78), de introducir "esa distancia que nos separa de la
muerte y de lo que está muerto" (p. 81).
Muchas más aclaraciones van
surgiendo en el curso de la conversación, como el papel desencadenante de Las Meninas, de Velázquez, en la
escritura de Las palabras y las cosas,
o el reconocimiento de una relación, hasta ahora no explícita, de la temática
de "la muerte del hombre", tan central en ese libro, y todo lo que
aquí se manifiesta en torno a la escritura. Aunque, en último término, lo que
me parece central es esa vinculación que Foucault establece entre la escritura
y la voluntad o deseo, imposible, de vencer el tiempo.
*Michel Foucault: Un peligro que seduce. Entrevista con
Claude Bonnefoy, texto establecido y presentado por Philippe Artières. Tr. esp.
de Rosario Ibañes y Julián Mateo; cuatro. ediciones, Valladolid, 2012. 103 pgs.
José, muchísimas gracias por esta entrada, para muchos, entre los que me incluyo, el pensamiento de Foucault es una referencia ineludible, que se hace día a día más patente.
ResponderEliminarSalud