miércoles, 15 de febrero de 2023

Exposición en el Museo Thyssen, Madrid

 Lucian Freud: El pulso de los cuerpos

Tras una primera presentación en Londres en la National Gallery, y en colaboración con esa institución, llega ahora al Museo Thyssen, en una versión diferente, una notable exposición de Lucian Freud (1922-2011). Se presentan aquí 55 obras, con las que se recorre toda la trayectoria de uno de los pintores contemporáneos más relevantes.

Hay un punto de unión de Lucian Freud con el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya que éste es el único museo español que alberga en su colección obras de Freud: un total de cinco pinturas, todas ellas incluidas en la muestra. Entre las cuales hay dos retratos del Barón Thyssen-Bornemisza; uno realizado en 1981-1982 y otro en 1985, que fue uno de los primeros coleccionistas privados en interesarse por su obra y mantuvo una especial relación con el pintor. Parece que las largas sesiones a las que Freud sometía a sus modelos propiciaron la amistad entre ambos, que se mantuvo a lo largo del tiempo.

El cuarto del pintor (1944). Óleo s. lienzo, 62,2 x 76,2 cm. Colección privada.

La exposición se organiza en una perspectiva cronológica a lo largo de seis secciones temáticas que repasan la evolución del pintor desde los años 1940 hasta principios del siglo XXI. Éstas son las secciones: (1) Llegar a ser Freud, (2) Primeros retratos, (3) Intimidad, (4) Poder, (5) El estudio y (6) La carne.

El itinerario arranca con los inicios de la obra pictórica de Freud, con obras de 1940 a 1950. Continúa con toda una serie de retratos datados entre 1960 y 1980, en los que el pintor pretende reflejar no lo externo sino la intimidad de los retratados. Sigue con su atención a los reflejos del poder y la muerte entre 1970 y 1990. Después se sitúa, entre 1980 y 2000, en el papel central que dio a su taller de trabajo, su estudio, concebido como un ámbito de dramatización de los personajes y situaciones representados, donde podemos ver varios retratos de desnudos monumentales. Todo culmina, llegando hasta sus últimos años de existencia, con su interés por lo que implica la carne, algo central en toda su trayectoria.

Muchacha con rosas (1947-1948). Óleo s. lienzo, 106 x 75,6 cm. 
The British Council Collection.

En 1982, Lucian Freud indicaba: “Quiero que la pintura actúe como si fuera carne”, un lema en consonancia con la carnalidad matérica de sus rostros y cuerpos y con su habilidad para pintar la textura de las carnaciones. Y sobre ello insistía, fijando nítidamente su identificación de la pintura y la carne, con lo que manifestó en su última exposición en vida, en París, en el Centro Pompidou, en 2010: “Quiero que la pintura sea carne (…) para mí, el cuadro es la persona.”

Nieto de Sigmund Freud y nacido en Berlín en 1922, Lucian Freud y su familia, siendo judíos, se establecieron en Londres en 1933, poco después de la llegada de los nazis al poder en Alemania. Su abuelo, el iniciador del psicoanálisis, se trasladó con ellos en 1938, ya en la fase terminal de su vida pues allí fallecería el 23 de septiembre de 1939. Es éste un dato relevante, porque de “Freud” a “Freud”: del abuelo al nieto, no cabe duda de que hay una filiación también en el pensamiento y en la sensibilidad, que tiene su núcleo en la interrogación acerca de quiénes y cómo somos los seres humanos.

En ambos casos, la preocupación central, a través del psicoanálisis o de la pintura, se sitúa en la interioridad: el interior es la clave. En lo que se refiere a Lucian: ver y representar la profundidad de los cuerpos, el contraste entre el interior y lo exterior, algo para lo que la pintura tiene una intensa competencia. La carne trémula, temblorosa, de los cuerpos, en ningún momento oculta, embellecida, o alisada…

Doble retrato (1985-1986). Óleo s. lienzo, 78,8 x 88,9 cm. Colección privada.

Intenso viajero, por distintos espacios y lugares en todo el mundo, y también en un plano mental, Lucian comenzó a dedicarse muy pronto: en los años cuarenta, a la pintura, que se convertirá en el eje de su vida, su manera de estar propiamente en el mundo. Su obra fue desplegándose junto a la de quien fue su gran amigo: Francis Bacon, a quien conoció en 1945 y con quien mantuvo en todo momento una intensa comunicación personal y con su línea de trabajo.

En Algunos pensamientos sobre la pintura, un breve texto escrito para una conferencia en la televisión en 1952 y publicado después en 1954, Lucian Freud señalaba que el objeto de sus pinturas “es poner a prueba y excitar los sentidos dando una intensificación de la realidad”. Viendo sus obras, podría hablarse, en efecto, de un realismo exacerbado, de una intensificación en el proceso de representación, que más que producir una ilusión de realidad pone ante nuestros ojos una construcción mental, o un fantasma, en el sentido etimológico de esa palabra en su origen griego: aparición.

Sus viajes, por dentro y por fuera, fueron decisivos en su avance en la pintura. Visitó asiduamente los grandes museos y pinacotecas, estableciendo así un diálogo con los clásicos del pasado. Aunque con un planteamiento plenamente personal, en su obra se pueden apreciar toda una serie de alusiones a los grandes maestros, a quienes estudió con intensidad.

Leigh con falda de tafetán (1993). Óleo s. lienzo, 81,3 x 82,5 cm. Colección privada.

Lucian Freud fue desplegando en sus obras una concepción dinámica de la pintura. Le importaba hacer ver la cercanía entre los seres humanos y los animales, con los cuales sentía una gran afinidad, en principio sobre todo con los caballos y las aves de presa, después también con los perros que aparecen junto a los humanos en sus pinturas. Los animales eran para él como un reflejo de los seres humanos.

Ese dinamismo se plantea así mismo en sus pinturas de estos, tanto en los retratos como en los desnudos. En los retratos buscaba siempre la modulación de los movimientos y la gesticulación, para aludir así y dejar ver en ellos la interioridad de los cuerpos. Buscaba la singularidad real, y por ello no trabajaba con modelos sino con personas a las que situaba en posiciones de actuación, como actores.

En un texto escrito en 2008 para la revista Wonderland, ya muy cerca del final de su vida, en el que traza una densa mirada acerca de sí mismo y del papel central de la pintura en su vida, Lucian Freud escribió: “No utilizo modelos profesionales porque se les ha mirado tanto que les ha crecido otra piel. Cuando se quitan la ropa, no están desnudos; su piel se ha convertido en otra forma de vestir. Y quiero algo que generalmente no se muestra, algo privado y de un tipo más innato. Estoy realmente interesado en ellos como animales. Parte de que te guste trabajar con ellos desnudos es por esa razón... Una de las cosas más emocionantes es ver a través de la piel, la sangre, las venas y las marcas.”

Retrato del lebrel (2011). Óleo s. lienzo, 158 x 138 cm. Colección privada.

Sus desnudos marcan una línea bastante diferencial, en ellos no introduce ningún tipo de embellecimiento y los órganos sexuales aparecen representados explícitamente. También hace ver en la desnudez las granulaciones, las arrugas, o las deformaciones de las pieles en los cuerpos. Y todos esos rasgos están igualmente presentes en sus autorretratos, tanto en los que aparece desnudo como vestido. En un sentido profundo, Lucian Freud concebía que la pintura es la piel de los cuerpos pintados.

Su vida personal fue muy turbulenta y agitada: llegó a tener catorce hijos en relaciones con seis mujeres diferentes. Y esa turbulencia está también presente en su pintura, en las carnes trémulas de todos sus cuerpos. Como también señaló, en el texto de 2008 al que antes me referí, Lucian Freud consideraba que su trabajo era puramente autobiográfico, una representación dispersa, variada, de sí mismo: “Los pintores que usan la vida misma eventualmente revelarán cada faceta de sus vidas. Mi trabajo es puramente autobiográfico. Se trata de mí y de mi entorno.” En ese contexto se sitúa también su identificación de la pintura con la persona: “En lo que a mí respecta, la pintura es la persona. Quiero que funcione para mí tal como lo hace la carne.”

Ahí está, en definitiva, la clave última de lo que nos transmite este pintor verdaderamente especial, distinto, situado plenamente al margen de las distintas corrientes pictóricas. Su pintura buscaba representar al ser humano de nuestro tiempo, poniendo de manifiesto su carnalidad, su dimensión corporal interna y externa. De eso se trata, de hacernos ver el pulso de los cuerpos.

 

LUCIAN FREUD. Nuevas perspectivas. Comisaria: Paloma Alarcó. Museo Thyssen, Madrid. Del 14 de febrero al 18 de junio.

* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa, 10 – 16 de febrero, pgs. 30-33. -Edición online: https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20230213/lucian-freud-pulso-cuerpos-museo-thyssen/739676045_0.html