domingo, 14 de abril de 2013

Exposición en el Musée d'Orsay, París


El lado oscuro de la vida
 

En París, el Museo d’Orsay presenta una sugestiva exposición que rastrea el reverso del racionalismo dominante en la cultura europea desde los inicios de la modernidad. Con una amplia selección de 200 obras que incluye pinturas, grabados, esculturas y cine, los comisarios Felix Krämer y Côme Fabre han puesto en pie un incitante itinerario plástico por lo que podríamos llamar el lado oscuro de la vida. El título de la muestra: “El ángel de lo extraño”, remite a un relato de 1850 de Edgar Allan Poe, traducido al francés por Charles Baudelaire. Una referencia que se completa, en el subtítulo, con la noción de “romanticismo negro”, acuñada por el gran erudito italiano Mario Praz (1896-1982), en su libro seminal La muerte, la carne y el diablo en la literatura romántica (1930).
 
Carlos Schwabe: La muerte y el sepulturero (1900).
Acuarela, gouache y mina de plomo, 75 x 56 cm. Musée d'Orsay, París.
 
La exposición, que antes de en París ha podido verse en el Museo Städel, de Frankfurt, que la ha co-producido con el d’Orsay, se articula en tres grandes apartados, que corresponden a su vez a diversos periodos históricos: Los cuatro focos del romanticismo negro (1770-1850), Mutaciones simbolistas (1860-1900) y Redescubrimiento surrealista (1920-1940). Periodos que remiten, respectivamente, a la gran convulsión que ocasiona en Europa la revolución francesa de 1789, al despliegue de una sensualidad morbosa fin-de-siglo entre el XIX y el XX y a la crítica de las limitaciones de la razón y de la moral tradicional que los surrealistas realizan en la época de entreguerras, reivindicando la fuerza de lo inconsciente, los sueños y la imaginación.
Un mundo de vampiros, espectros, brujos, castillos encantados o ciudades muertas, que hoy día apenas produce sorpresa en su presencia recurrente en el cine, el cómic y la literatura de masas, que actúa incluso como referente en indumentarias y actitudes juveniles bajo el término “gótico”, impregnó el arte y la literatura europeos a la vez que los grandes pensadores de la Ilustración, de las Luces, afirmaban su fe en la razón, la libertad y el progreso de la humanidad. La gran diferencia entre ayer y hoy es que lo que entonces resultaba subversivo: el rechazo a ocultar o silenciar el lado oscuro de la vida, ahora se convierte habitualmente en decorado banal, en gesticulación cargada de retórica, destinada a adormecer la capacidad crítica. Una cosa es desvelar las limitaciones de “las luces”, y otra muy diferente buscar su anulación.
 
Johann Heinrich Füssli: La pesadilla (1781).
Óleo sobre lienzol, 101,6 x 126,7 cm. Detroit Institute of Arts.
 
Lo mejor de la muestra es, sin duda, el apartado dedicado al romanticismo, donde destacan los papeles centrales de John Milton y de Goethe, junto a la recuperación de las obras de Shakespeare en la emergencia de una nueva sensibilidad. La humanización del ángel caído, la confrontación entre la humanidad fáustica y Mefistófeles, o el flujo de pasiones negativas, como el poder, la posesión o  la destrucción, expresaban intensamente el contraste entre el deseo humano de elevación y lo que se vivía en Europa: guerras, violencia, miseria… Todo ello entró en el arte, cambiando así para siempre un tipo de representación tradicional basado en la temática religiosa, mitológica, heroica o paisajística, para dar paso a una voluntad de expresión directa de las pasiones y experiencias de la vida, sin olvidar las más oscuras.
Goya y Johann Heinrich Füssli, ambos con una importantísima presencia, se presentan con el relieve que merecen, y junto a ellos los dibujos de Victor Hugo y pinturas de Caspar David Friedrich, Carl Gustav Carus, Géricault y Delacroix, de una gran calidad, además de otras interesantes obras que contribuyen de forma muy positiva a completar el contexto. Sorprende, en cambio, la escasa presencia de William Blake, representado únicamente con una acuarela de pequeñas dimensiones. Y todo un acierto: mostrar la conexión entre las estampas y la pintura y el cine, que puede apreciarse en un conjunto de proyecciones en las salas. Particularmente interesante resulta poder ver cómo una de las figuras de un grabado de Los Caprichos, de Goya, fue el modelo que se eligió para caracterizar a Boris Karloff como Frankenstein en la película con ese título de James Whale (1931).
 
Francisco de Goya - Los Chinchillas. Plancha 50 de 'Los Caprichos' (1797-1799).
 
Boris Karloff como Frankestein, en la película del mismo título de James Whale (1931).
 
 Sumamente destacables son también las piezas que se despliegan en el arco del simbolismo: Gustave Moreau, Auguste Rodin, Odilon Redon, Edvard Munch, Franz von Stuck, o el belga Léon Spilliaert, entre otros, permiten apreciar, en líneas muy diversas, una exacerbación de la representación, inclinada a hacer visible lo que habitualmente no vemos, la dimensión interior de la experiencia. Decepcionante, en cambio, la sección dedicada al surrealismo, que resulta incompleta, a pesar de las abundantes obras de Max Ernst. Y que incluye, además, de forma sorprendente, tres obras de Paul Klee, a quien sólo forzando en extremo las cosas se puede caracterizar como surrealista. En cualquier caso, casi de forma coherente con las cuestiones que aborda: luces y sombras, una exposición de verdad importante, de gran riqueza plástica y conceptual.

 
* L’ange du bizarre. Le romantisme noir de Goya à Max Ernst; Musée d’Orsay, París, 5 de marzo – 9 de junio de 2013.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1088, 13 de abril de 2013, p. 24.

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