sábado, 28 de mayo de 2016

Jheronimus Bosch:

El carnaval de las imágenes

Hay exposiciones y exposiciones. Ésta, sin ningún tipo de duda, marcará época. Coincidiendo con el quinientos aniversario de su muerte, el Museo del Prado ha conseguido reunir el más completo y extraordinario conjunto de obras de El Bosco (h. 1450-1516). Así le llamamos nosotros, en español, aunque en realidad se llamó Jheronimus van Aken y firmó sus obras como Jheronimus Bosch, en referencia al nombre de la ciudad donde nació y vivió: ‘s-Hertogenbosch. Esta ciudad, que en español se conoce como Bolduque y en francés como Bois-le-Duc, está situada al norte de lo que fue el ducado de Brabante, en la actual Holanda.
El Bosco perteneció a una familia de pintores que trabajaron durante seis generaciones, primero en Nimega (ducado de Geldre) y después en ‘s-Hertogenbosch. Aunque existen muchas lagunas en su biografía, se ha podido documentar que el Bosco no tuvo descendencia y que allí vivió: en ‘s-Hertogenbosch, en la que entonces era la céntrica plaza del mercado, entre 1462 y 1516.

El Bosco: Tríptico del jardín de las delicias (h. 1490-1500). 
Óleo sobre tabla. 185,8 x 172,5 cm. (tabla central); 185,8 x 76,5 cm. (tablas izquierda y derecha).
  Museo Nacional del Prado, Madrid. Depósito de Patrimonio Nacional.

En la exposición se presentan 53 obras. Entre ellas, 21 pinturas y 8 dibujos originales de El Bosco, lo que supone más del 75% de la producción que hoy día se conserva de este artista único e irrepetible. A lo que se une una serie de estampas, relieves, miniaturas y obras de su taller y de otros artistas que permiten contextualizar plenamente su trabajo. Todo ello se articula en siete secciones: I. El Bosco y ‘s-Hertogenbosch, II. Infancia y vida pública de Cristo, III. Los Santos, IV. Del Paraíso al Infierno, V. El jardín de las delicias, VI. El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanas y VII. La Pasión de Cristo. Los títulos de las mismas reflejan algo obvio y acorde con la época en la que El Bosco vivió: el predominio en su obra de la temática religiosa.

El Bosco: El hombre-árbol (h. 1500-1510).
Tinta parda a pluma, 22,7 x 21,1 cm.
Albertina, Viena.

Pero lo que percibimos de inmediato es que el trasfondo religioso de sus dibujos y pinturas se confronta a la vez con toda una serie de variaciones sobre la representación de la vida humana, diseñada como un itinerario abierto, y en el que la visión y búsqueda del Paraíso choca con todo tipo de desviaciones mundanas y cae en el fuego y las tinieblas de los infiernos. Esto es lo que, más allá de su intensísima calidad pictórica, nos trae al Bosco de ayer a hoy en plenitud: la originalidad de sus imágenes, de sus motivos iconográficos, la fuerza de su plasmación de la humanidad asediada en imágenes metamórficas y vulneradas, están en la raíz y persistencia de su actualidad en este mundo de imágenes envolventes e hipnotizadoras en que hoy vivimos.

El Bosco: El nido del búho (1505-15).
Tinta parda a pluma, 14 x 19,6 cm.
Museum Boijmans Van Beuningen, Róterdam.

Las obras reunidas se presentan en un montaje limpio, deslumbrante, que estimula el recorrido y la visión de cada una de ellas. Es importante también destacar el impresionante trabajo de investigación de la comisaria Pilar Silva Maroto, como refleja el excelente catálogo publicado, con textos de gran cualificación científica y la reproducción de todas las piezas y elementos expuestos con informaciones actualizadas y precisas. A todo ello se une un importante conjunto de actividades y producciones complementarias programadas por el Museo.

El Bosco: Visiones del Más Allá (tablas de un políptico) (1502-1503).
La ascensión al Empíreo88,8 x 39,6 cm.
Gallerie dell’Accademia, Venecia.
El Bosco: Visiones del Más Allá (tablas de un políptico) (1502-1503).
El Infierno, 88,8 x 39,6 cm.
Gallerie dell’Accademia, Venecia.

Siempre he pensado que una de las mejores vías para introducirse a fondo en el universo plástico de El Bosco es tener en cuenta los análisis del pensador y teórico literario ruso Mijaíl Bajtín (1895-1975) acerca de la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, en su caso en relación con la obra literaria de François Rabelais. Bajtín señala la importancia de las fiestas de Carnaval, en las que tenían lugar ceremonias y rituales conducidos por la risa, la burla, la ridiculización de los poderes eclesiástico y feudal, y todo tipo de juegos de bufones y disfraces, que introducían una dualidad en la percepción del mundo y de la vida humana (lo popular frente a lo oficial), así como toda una serie de prácticas de inversión de los papeles y las funciones sociales temporalmente permitida.

El Bosco: Tríptico del carro de heno (h. 1512-1515).
Óleo sobre tabla, 133 x 100 cm. (tabla central); 136,1 x 47,7 cm. (tabla izquierda); 136,1 x 47,6 cm. (tabla derecha).
Museo Nacional del Prado, Madrid.

Eso es lo que yo veo y siento en los dibujos y pinturas de El Bosco: la celebración contínua de un carnaval de las imágenes, en el que podemos apreciar todo un juego de metamorfosis. Uno se convierte, se transforma, en las más variadas y diversas cosas y figuras, incluso aquellas que sólo cobran vida en los sueños. Los personajes raros, estrafalarios, mitad seres humanos-mitad animales, mitad seres humanos-mitad plantas, las edificaciones ilusorias de todo tipo... nos permiten ver los flujos y derivas más interiores de nosotros mismos. Aquello que también somos, aunque habitualmente no vemos. Y fíjense, presten atención a la presencia habitual en la obra de El Bosco de personajes que miran la acción, lo que pasa, desde dentro de la pintura. Está claro, son un reflejo de nuestra mirada: la expresión de un movimiento, como el nuestro, de nuestro deseo, que nos lleva a mirar para intentar ver.
Así que las tentaciones que asedian a San Antonio son también las nuestras: todos las llevamos dentro. Y por eso, no podemos ignorar nuestra parte animal (“el animal de fondo”, decía Nietzsche), e incluso la similitud viviente con los organismos vegetales. No sólo con los demás seres humanos, somos en el sentido más amplio semejantes con: parte de todo lo viviente. Y esto es lo que el Bosco nos da con la fuerza de su mirada y la intensidad plástica de su representación: yo le veo a él en el búho silencioso que mira desde dentro en su pintura, impasible, el dinamismo continuo, el movimiento, la acción, los seres que se desplazan, que caminan, que suben y bajan. El quebradizo itinerario de la vida.


* el Bosco. La exposición del V Centenario. Comisaria : Pilar Silva Maroto. Museo del Prado, Madrid, 31 de mayo – 11 de septiembre de 2016. 

2 comentarios:

  1. Me gustaría saber su opinión sobre la intencionalidad del Bosco en cuanto a la significación del jardín de las delicias. Estos días he leído muchos comentarios sobre esta obra y aunque se que es todo muy especulativo, me llama la atención que no se mencione en ningún lugar, el hermoso texto que José Ángel Valente incluye en su libro " Elogio del Calígrafo", sobre la idea de " jardín" y su referencia al cuadro, en el capítulo " la lengua de los pájaros".
    Saludos

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  2. Estimada Sigma, La interpretación de 'El jardín de las delicias' tiene que ser así, plenamente abierta. Para mí es, ante todo, una síntesis visual de las exaltaciones,o momentos de intensidad, y de aquellas situaciones de perturbación y caída que caracterizan la vida humana.
    José Ángel Valente, con quien mantuve una intensa relación personal de amistad, está siempre presente: gran poeta y pensador, y sin duda uno de los mejores intérpretes de El Bosco, que se desliza continuamente en su pensamiento y en su escritura. Un saludo cordial.

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