Las fotos son esculturas
En París,
dos magníficas exposiciones, concebidas de forma coordinada y ambas con el
apoyo de la Fundación con sede en Nueva York que lleva el nombre del artista,
trazan una visión retrospectiva de la obra del gran fotógrafo estadounidense
Robert Mapplethorpe (1946-1989). Si mientras vivía y después de su temprana
muerte a causa del sida la obra de Mapplethorpe se asociaba en no pocas
ocasiones, de forma superficial y sensacionalista, a los ambientes sexualmente
transgresores de la Nueva York de los años setenta y ochenta, al sadomasoquismo
y a la pornografía, el paso del tiempo permite ahora ver las cosas de una
manera mucho más ajustada y precisa.
Por un
lado, Mapplethorpe registraba con su cámara su época, era un testigo de lo que
pasaba. Pero, por otro, ese registro se movía en todo momento por una intención
de transcender las situaciones concretas, por la búsqueda de la perfección de
la imagen, por la aspiración persistente a hacer de la fotografía una obra de
arte.
Robert Mapplethorpe: Autorretrato (1988).
Fotografía, 61 x 50,8 cm. Colección particular.
La
muestra del Grand Palais, con una muy buena selección y un acertadísimo
montaje, reúne más de 250 piezas, en una presentación que va del final: el
conocido autorretrato de Mapplethorpe de 1988, ya enfermo de sida sosteniendo un
bastón con empuñadura de calavera, hasta los inicios de su trayectoria con las
polaroids de los años setenta, en las que ya se pueden observar las
aspiraciones y planteamientos que caracterizarán todo su trabajo posterior.
Menos amplia en extensión, la exposición del Museo Rodin es también todo un
acierto, pues permite la comparación entre un conjunto de esculturas de Rodin
de pequeño formato y las fotografías de Mapplethorpe, y descubrir el intenso
diálogo temático y formal existente entre ambos.
En
relación con esto último se sitúa una de las mejores claves para identificar la
voluntad artística que en todo momento subyace en el trabajo de Mapplethorpe. Comenzó
con dibujos y collages, pero de ahí pasó de forma casi inmediata a la
fotografía. Aunque, según puntualizaba, no se trató tanto de que él la
escogiera como vía de expresión, sino que fue la fotografía la que le escogió a
él. En una entrevista en 1987, afirmó que la fotografía era un medio perfecto
para una época en la que todo iba deprisa. Y también: “Si hubiera nacido hace
cien o doscientos años, podría haber sido un escultor, pero la fotografía es
una manera rápida de mirar, de hacer una escultura.” Las fotografías de
Mapplethorpe son esculturas bidimensionales, una trasposición de las tres
dimensiones del mundo en el que vivimos al registro plano de la impresión
fotográfica.
Robert Mapplethorpe: Lisa Lyon (1982).
Fotografía, 50,8 x 40,6 cm. Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York.
Esa
huella seminal de la escultura se aprecia ya nítidamente en algunas de sus
polaroids de los setenta con imágenes de esculturas de Miguel Ángel. Y se
proyecta con nitidez en su forma de fotografiar los cuerpos, buscando siempre
en ellos la perfección, un ideal clásico de belleza. Los cuerpos humanos, o las
flores como cuerpos. No es extraño que dijera que una de sus “modelos” más
relevantes, la culturista Lisa Lyon, le recordaba los temas de Miguel Ángel.
Recorriendo
sus fotografías se hace también evidente la importancia que en ellas tiene la
escenificación: en casi todos los casos son el resultado de una ceremonia, de
un ritual. Y, obviamente, esto es algo que proviene del trasfondo religioso de
la personalidad de Mapplethorpe. Él mismo lo reconoció: “Yo era un chico
católico, iba a la iglesia cada domingo. Una iglesia tiene algo de mágico y de
misterio para un niño. Esto todavía se advierte en cómo organizo las cosas. Son
siempre pequeños altares.”
Vista de una de las salas de la exposición.
Y a
partir de ahí se puede apreciar el sentido de transgresión que alcanza su
mirada, el ejercicio de un voyeur, de
un mirón, que no renuncia a
contemplar y dar forma a las expresiones más intensas y desgarradas de la
sexualidad humana. De las diversas modulaciones del fetichismo a las prácticas
sadomasoquistas, las cuales son en sí mismas ante todo una puesta en escena de
carácter ritual.
Robert Mapplethorpe: Autorretrato (1980).
Fotografía, 50,8 x 40,6 cm. Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York.
A través
de ese proceso, siempre en busca de la perfección en la representación de los
cuerpos, Mapplethorpe no dejó en ningún momento de mirar a los otros como si
fueran espejos, para intentar alcanzar un reflejo de sí mismo. Sus numerosos
autorretratos e imágenes de cráneos nos sitúan, en cambio, en el otro lado del
espejo, en el género de la vanitas.
En la comprensión lúcida de la fugacidad de la vida, de la imposibilidad de
evitar la muerte.
* Robert Mapplehorpe, comisario: Jerôme Neutres; Grand Palais, hasta
el 13 de julio.
* Robert Mapplehorpe-Rodin, comisarios: Hélène Pinet, Judith
Benhamouth-Huet y Hélène Marraud; Museo Rodin, hasta el 21 de septiembre.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.141, 24 de mayo de 2014, pp. 22-23
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.141, 24 de mayo de 2014, pp. 22-23
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