Una nube
gris
Una densa y tupida nube gris cubrió por completo los cielos de
toda España. Al principio, la sensación general fue de sorpresa, en la idea de
que sería algo pasajero. Pero el tiempo pasó y pasó, y la luz no volvía: todo
gris, sin relieve, sin brillo. A ello se unió una situación de creciente
escasez, de dificultades cada vez más pronunciadas para tener los medios
materiales para vivir dignamente. De un modo general, pero sobre todo entre los
más humildes. Los que gobiernan tomaron medidas, pero esas medidas se
dirigieron a que todos asumieran el coste para que los bancos y los grandes
poderes financieros recobraran sus altas cotas de beneficio. A costa de todos.
La educación y la cultura públicas fueron empequeñecidas y reconducidas a
espacios de reserva controlados, pues se decía que su auténtico impulso y
desarrollo tenía que venir de la iniciativa individual. En otras palabras: de
aquellos que podían asegurárselo por sus propios medios materiales. A la vez,
poco a poco la tierra se fue fragmentando, y la nación, sometida a una intensa
fuerza centrífuga, experimentaba demandas de separación de sus partes. Pareció entonces
evidente que esa nube gris era el retorno, modificado, una especie de reflujo,
a través del túnel del tiempo, de otra densa y tupida nube, en este caso una densísima
nube negra que había durado cuatro décadas, tras un terrible estallido de
sangre y violencia criminal. Ciertamente, la nube gris de ahora no era, sin
más, la nube negra del pasado, la de los oscuros tiempos de aquella ominosa
dictadura. En algunas cosas, no hay retorno posible. El gran esfuerzo realizado
durante más de tres décadas permitió hacer desaparecer esa nube negra y
alcanzar el inicio de la luz. Pero ahora la oscuridad, en este caso gris, había
vuelto. Aunque la gente sencilla, con su vitalidad y dinamismo de siempre,
resistía, levantaba sus ojos al cielo con la esperanza de observar grietas en
la nube. Y comenzaba a andar. Dando pasos para volver a alcanzar la luz.
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