Una vida de artista
Picasso no se acaba nunca. Su
potencia expresiva, la variedad e intensidad de su obra, es tan amplia que
siempre podemos descubrir en ella registros y modulaciones llenos de vida, con
la más alta calidad estética. Picasso trazó su existencia como un proceso
continuo de auto-cuestionamiento, de interrogación sobre qué es el arte y cómo
es la vida de quien pretende vivir en el arte.
Picasso en el taller
es una exposición, de verdad, excepcional por la gran cantidad de obras que en
ella se presentan: cerca de 80 pinturas, 60 dibujos y grabados y 20 fotografías,
provenientes de los más diversos museos y colecciones artísticas, tanto de
España como de fuera de España. La exposición es magnífica, pero no sólo por
"la cantidad" de obras reunidas, sino sobre todo por la altísima
calidad de casi todas, por el excelente montaje, y por el acierto de la
comisaria al encontrar una temática: el
taller del artista, que permite apreciar un hilo de continuidad en la gran
diversidad de estilos y maneras que Picasso desarrolló y de los que esta
muestra es un buen ejemplo.
Pablo Picasso: Autorretrato con paleta (1906).
Óleo sobre lienzo, 91,9 x 73,3 cm. The Philadelphia Museum of Art, Filadelfia.
El
recorrido se abre con el conocido Autorretrato
con paleta, de 1906, proveniente del Museo de Arte de Filadelfia, en el que
Picasso se representa con su mirada fija y abierta y con la paleta sobre su
brazo izquierdo que constituye su emblema de pintor, de artista. A partir de
ahí se despliega una serie de giros y variaciones estilísticas que permite, en
todos los casos, apreciar cómo para Picasso el taller, sus diferentes estudios,
se constituían en ámbitos de la visión y de la construcción plástica.
Si
tenemos en cuenta que, en una entrevista de 1932, Picasso afirmó: "Nada
puede hacerse sin soledad. Me he creado una soledad que nadie imagina.",
podemos entonces entender hasta qué punto ese ámbito del taller, aun poblado de
figuras y presencias: las más importantes las de las modelos que se contrastan
con las del pintor, el escultor, o el artista en general, permite esa
concentración imprescindible para poder llegar a la obra y poder encontrarse a
sí mismo. Aun sin estar representado, a través de su ausencia, el taller es así
también, como la paleta en el caso del pintor, un emblema de la condición de
artista.
Pablo Picasso: El pintor y su modelo (1963).
Óleo sobre lienzo, 89 x 115,9 cm. Bridgestone Museum of Art, Ishibashi Foundation, Tokio.
Y
en él no sólo juegan la soledad, las
presencias y las ausencias, sino también la irradiación de la luz, el proceso
de construcción del espacio plástico y la comunicación entre el interior: la
mente del artista y el espacio-refugio de su búsqueda, y el exterior: de la
naturaleza al mundo, todo aquello que la obra debe registrar, representar y
transmitir.
Pablo Picasso: Hombre en un taburete (1969).
Óleo sobre lienzo, 162 x 130 cm. Colección G. L. L.
La
exposición culmina, tiene su punto final, en otro autorretrato de una fuerza
hipnótica, mucho menos conocido: Hombre
en un taburete, fechado el 4 de septiembre de 1969 en Mougins, proveniente
de una colección particular. Es una pintura, pero podríamos decir que en
realidad actúa como un espejo: el
hombre sentado, con sus manos apoyadas sobre las rodillas, nos mira fijamente mirarle. Ser artista significa abrir una esfera
de visión que sólo culmina con el retorno de la mirada del otro a través de la
obra.
Es
bastante habitual dar una imagen de Picasso como encarnación máxima de un
tópico de energía viril, que inevitablemente tendría todo tipo de derivaciones
destructivas. En mi opinión, esa imagen construida es demasiado superficial.
Pienso, más bien, que la personalidad de Picasso tiene un carácter intensamente
dual, que le hizo debatirse a lo
largo de toda su vida entre el deseo de alcanzar el grado más alto en el cielo
imaginario de los artistas, ser un dios
artista, y las dudas, incertidumbres y miedos sobre no ser capaz de poder
llegar a ello.
Con
esa visión tópica a la que antes me refería tiene que ver aquello que se supone
que Picasso le dijo a Marius de Zayas en 1923: "Yo no busco,
encuentro." En realidad, la transcripción de esas declaraciones que
realizó de Zayas es mucho más matizada: "No puedo comprender la
importancia que se da a la palabra investigación
en relación con la pintura moderna. A mi modo de ver, buscar no quiere decir
nada en pintura. Lo importante es encontrar." Es decir, Picasso no
plantea, de manera prepotente, que él no tenga ningún problema en
"encontrar", y por tanto que no necesite "buscar", sino
algo diferente: el peso de la obra,
de la pintura, no se puede situar en el proceso de búsqueda, sino en la
culminación del encuentro. Lo que, naturalmente, es algo completamente abierto
y, claro, también para Picasso.
Muchos
años después de las declaraciones a de Zayas, en 1966, cuando Hélène Parmelin le
preguntó por esa fórmula: "Yo no busco, encuentro", que se había
convertido en un tópico una vez y otra repetido, Picasso le respondió que
"nunca supo si realmente la había dicho o no". Y afirmó también, de
un modo directo: "Jamás se termina de buscar porque jamás se
encuentra." Este hombre, que se debate en la soledad del taller, lleno de
dudas sobre lo que llegará a encontrar, es el que vuelve a nosotros a través de
las obras, excelentes, de la exposición. Más allá de la leyenda, lo que se
desvela es una vida de artista
siempre en lucha consigo mismo, intentando llegar al encuentro de la obra.
*
Picasso en el taller, comisaria: Maite
Ocaña; Fundación MAPFRE, Madrid, hasta el once de mayo.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.133, 29 de marzo de 2014, p. 22.
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