El objeto surrealista
El interés actual por el
surrealismo en los grandes museos internacionales no hace sino intensificarse.
En París, el Centro Pompidou centra ahora su atención en uno de los territorios
más fértiles del universo plástico surrealista: el del objeto. La exposición se
despliega a través de más de 200 obras, agrupadas en 12 secciones, que van
desde los ready-made de Duchamp y los maniquíes de Giorgio de Chirico,
considerados los antecedentes fundamentales del objeto surrealista, hasta las
esculturas de Joan Miró en los años sesenta. Entre ellas, las otras secciones
se dedican a los objetos de funcionamiento simbólico, a Alberto Giacometti, a
Hans Bellmer y su muñeca, a los objetos encontrados, al surrealismo en el
exilio, y a la reconstrucción de cinco exposiciones surrealistas, de 1933 a
1959, en las que los objetos tuvieron un papel principal.
André Breton: Objeto con funcionamiento simbólico (1931).
La muestra no se centra
sólo, sin embargo, en lo que podríamos llamar el trazado del objeto en el
surrealismo "histórico", sino que intenta también mostrar su
importancia en el arte posterior con obras de Alina Szapocznikow, Ed Ruscha, Haim
Steinbach, Paul McCarthy, Mona
Hatoum, Cindy
Sherman, Wang Du, Mark
Dion y de los artistas franceses Arnaud
Labelle-Rojoux, Philippe Mayaux y Théo Mercier.
E incluye también diversos
conjuntos de objetos etnográficos (de América y de Oceanía), matemáticos,
naturales y encontrados, así como una selección de libros y manuscritos de una
intensa impronta objetual.
No cabe duda de que se
trata de una importante exposición, con muchos y diversos elementos de gran
interés. Lo que personalmente considero más destacable es la forma abierta y
sugestiva en que permite apreciar la relevancia de las concepciones
surrealistas del objeto en la transformación de la escultura contemporánea. En
paralelo a la superación pictórica de un horizonte plástico basado en la
reproducción ilusionista, figurativa, de la realidad exterior, la aproximación
transgresora y simbólica a los objetos que nos rodean es una de las vías que
hacen factible la representación tridimensional del mundo interior. La fantasía
adquiere volumen. El flujo entre objeto y escultura es abierto, dinámico.
Hay, sin embargo,
algunos matices en la muestra que provocan cierta reserva. Por ejemplo, estando
bien concebido y ordenado, el montaje tiende excesivamente a lo espectacular,
acaba siendo un tanto solemne, y con ello se problematiza una aproximación más
íntima y desnuda a las piezas, que considero fundamental ya que el objeto
surrealista es ante todo un dispositivo de resonancias interiores. Habla
directamente a nuestra imaginación.
Meret Oppenheim: Mi Gobernanta (1936).
Moderna Museet, Estocolmo.
Más extraño y discutible
es que se sitúe el inicio del interés surrealista por el objeto en 1927, fecha
de la adhesión de André Breton y otros miembros del grupo al Partido Comunista
Francés y a los principios del "materialismo dialéctico". Según
Didier Ottinger, con ello "la promoción del objeto" se impondría a
los surrealistas como una nueva respuesta que "recusa la llamada a las
potencias del sueño y de lo inconsciente". Por un lado, hay ya
plasmaciones de la nueva mirada surrealista sobre el objeto desde comienzos de
los años veinte, en la etapa dadaísta o pre-surrealista, que daría paso en 1924
a la formación del grupo. Por otro, incluso después de la adhesión surrealista
al marxismo y de que el movimiento se pusiera "al servicio de la
revolución", lo inconsciente y el sueño siguieron siendo centrales para
los surrealistas. Basta con leer, por ejemplo, Los vasos comunicantes, de André Breton, publicado en 1932, para
comprender que ese planteamiento no se sostiene.
La exposición recoge
bastante bien el papel decisivo de Salvador Dalí en la caracterización de los
objetos "de funcionamiento simbólico", situando como ejemplo de los
mismos la Bola suspendida
(1930-1931), de Alberto Giacometti, presente en la muestra. En un texto
publicado en El surrealismo al servicio
de la revolución en diciembre de
1931, Dalí los define así: "Estos objetos, que se prestan a un mínimo de
funcionamiento mecánico, se basan en los fantasmas y representaciones
susceptibles de ser provocados por la realización de actos inconscientes".
Victor Brauner: Lobo-mesa (1947).
Centro Pompidou, París.
La otra categoría
central en la aproximación surrealista al objeto es la de los "objetos
encontrados". En El amor loco,
que Breton publicó en 1937, sitúa el surgimiento de esa idea en "un bello
día de la primavera de 1934" en el que Giacometti y él llegaron paseando
hasta un mercado de pulgas. Es así, de un modo fortuito, como se produce el
encuentro, el "hallazgo", de esos objetos que, "entre la laxitud
de unos y el deseo de otros, van a soñar en la feria de antigüedades".
La asociación simbólica,
el eco de lo inconsciente y la reverberación del sueño son los ejes de la
concepción surrealista del objeto. Conviene en este punto recordar el libro,
lúcido y pionero, que ya en 1953 dedicó Juan Eduardo Cirlot al objeto
surrealista, donde podemos leer que en el desencadenamiento de las fuerzas
oscuras y reprimidas en las que se funda la emoción surrealista "el objeto
actúa como las visiones de los sueños, con pleno poder de liberación, la cual
tiene las máximas posibilidades de acción en la medida que su simplicidad y
claridad permiten que la cosa objetiva opere sobre el sujeto, imponiéndole el
lado estremecedor de su presencia".
*
El surrealismo y el objeto, comisario:
Didier Ottinger; Centro Pompidou, París, 30 de octubre de 2013 – 3 de marzo de
2014.
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