¿Con qué imagen, con qué figura, puede
el arte representar hoy a los seres humanos…? Esta cuestión abierta, en tiempos
de incertidumbre e indeterminación, constituye el núcleo de la exposición del
artista japonés Tetsuya Ishida (1973-2005). Ishida falleció poco antes de
cumplir 32 años, y su actividad artística se desarrolló básicamente entre 1995
y 2005, en un período de unos diez años. Su obra empezó a alcanzar proyección
internacional con su inclusión en la Bienal de Venecia de 2015, comisariada por
Okwui Enwezor.
Cochinilla durmiendo (1995). Acrílico sobre tabla, 72,8 x 103 cm. Colección particular.
En esta interesante muestra se reúnen
70 pinturas y dibujos, que se complementan con 8 cuadernos, a través de los
cuales podemos apreciar su sensibilidad directa y desgarrada. El propio Tetsuya
Ishida indicó: “Retratos de otros. Al principio era un autorretrato. Intenté
reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad– como una broma
o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más
tristeza.”
Su punto de partida es, en efecto, la
imagen propia, el autorretrato, pero esa imagen se proyecta y distorsiona en el
espejo de los otros, y también en las máquinas, los insectos, y las cosas que
nos rodean. E incluso va y viene en el curso del tiempo, desde lo que se es a
lo que se fue en la infancia, en la adolescencia.
Despertar (1998). Acrílico sobre tabla, 145,6 x 206 x 5,8 cm. Shizuoka Prefectural Museum of Art.
Ishida plasma una vida joven envuelta
en recubrimientos e incertidumbres, y lo hace pintando, en cuadros en los que
predominan los colores vivos del acrílico, a los que lleva el lenguaje
inmediato y actual de la ilustración gráfica, en un eco directo del “anime”
japonés. Es una plástica “naíf”, ingenua, que lleva dentro de sí una
interrogación profunda sobre la identidad humana en la época del capitalismo y
de las máquinas envolventes.
Invernadero (2003). Acrílico y óleo sobre lienzo, 72,7 x 91 cm. Colección particular.
Lo que vemos en sus obras es un toque
de campana visual que nos habla del carácter evanescente de nuestros cuerpos.
Todo se rige por un sistema de dominación: capitalismo + máquinas, que nos
convierte en signos de marcas comerciales, en meros resortes de producción y
consumo masivos. Lo que “somos” lo vemos a través de sueños-pesadillas, o a
través de los giros del recuerdo: nuestros cuerpos se fragmentan y dispersan.
El resultado es una hibridación
continua: nos vemos en las imágenes del hombre-insecto, en las del
hombre-máquina… Y nuestros cuerpos a veces se convierten en cosas, en objetos,
de uso material, como el cuerpo-lavabo, o el cuerpo-calefactor. Este último
aspecto es relevante desde el punto de vista de la memoria artística: los
cuerpos en la pintura de Tetsuya Ishida nos hablan también de una hibridación
con los “ready-mades”, con los objetos e imágenes ya hechos, que nos rodean y
prolongan.
Viaje de regreso (2003). Acrílico y óleo sobre lienzo, 45,5 x 38 cm. Colección particular.
Todo esto empezó hace ya tiempo. La
hibridación envolvente de Ishida me lleva, inevitablemente, al inicio de «La
metamorfosis», de Kafka (1915), cuando al despertar de un sueño terrible
Gregorio Samsa se encuentra convertido en un monstruoso insecto.
En el caso de Tetsuya Ishida estamos
ante una obra que brota de la ilustración gráfica para establecer un diálogo
con la pintura. Más allá de lo narrativo, Ishida nos habla en un lenguaje
visual directo, en un lenguaje de hoy, sobre problemas y cuestiones centrales
también de hoy. El núcleo es la pregunta sobre la identidad: ¿quiénes somos…? Para intentar desplegar
en las respuestas visuales lo que se nos oculta y no vemos.
* Tetsuya Ishida: Autorretrato de otro. Comisarios: Manuel Borja-Villel, Teresa
Velázquez. Palacio de Velázquez, Museo Reina Sofía. Del 11 de abril al 6 de
septiembre de 2019.
* Publicado en ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.377, 11 de mayo de 2019, p. 19.
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