domingo, 17 de abril de 2016

Jackson Pollock:

Estar en la pintura

¿Quién fue…? ¿Qué queda hoy de Jackson Pollock (1912-1956)…? Fue uno de los pintores más relevantes de la primera mitad del siglo veinte. Y de él nos queda su impulso extremo para ir a las raíces primarias del acto pictórico, un impulso derramado en un número considerable de obras magníficas, en las que Pollock sigue viviendo. Entre ellas, el deslumbrante Mural que realizó en 1943 para la casa de Peggy Guggenheim en Nueva York, y que afortunadamente ahora podemos ver en el Museo Picasso de Málaga.

Jackson Pollock: Mural (1943). Óleo y pintura con base de agua sobre lino, 247 x 605 cm. 
University of Iowa Museum of Art.

Cada vez valoro más a aquellos artistas “fuera de la corriente”, irrepetibles, únicos. Y creo que éste es el caso de Jackson Pollock. Su modo de concebir la pintura, cuando alcanza la madurez personal de su propuesta creativa, empieza y acaba en él mismo. No hay línea de continuidad de Pollock después de Pollock. Irrepetible. Un pintor que gotea sin límite hasta vaciarse. Hasta despojarse de sí mismo.
Uno de los obstáculos para llegar a su obra es la dificultad de sustraerse al “personaje”. Al relato del artista torturado, volcado en la expresión pictórica, de trato sumamente complejo, y alcohólico: comenzó a beber con tan sólo quince años y moriría tempranamente en un accidente de coche provocado por su ebriedad mientras conducía.
¿Cómo forjó esa propuesta artística irrepetible? Los primeros pasos hay que situarlos en su interés, en los años de juventud, por la pintura de los muralistas mexicanos: Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros. Esto significa, de entrada, situarse en una condición expandida de la pintura, que va más allá de los formatos tradicionales del cuadro.
Además, es sumamente relevante recordar su trabajo, en Nueva York en 1936, como ayudante de Siqueiros en un taller en el que el artista mexicano experimentó con materiales pictóricos no tradicionales, como el esmalte, y con técnicas no convencionales, como el goteo, el chorreo y la aerografía. Materiales y técnicas que Jackson Pollock convertiría en instrumentos centrales de su expresión pictórica.
Fue también importante la atención que prestó a las manifestaciones estéticas de las poblaciones nativas de Estados Unidos, de los indios. Ya en su etapa de madurez, en 1947, el propio Pollock indicó: “Mi pintura no nace del caballete. No tiendo nunca la tela antes de pintarla. Prefiero fijarla en la pared o en la tierra. Me siento más cómodo sobre el suelo, me siento más cercano, parte de la pintura, porque de este modo puedo caminar alrededor, trabajar desde los cuatro lados y literalmente estar en la pintura. Es un método similar al de los indios del oeste, que trabajaban sobre la arena.”

Jackson Pollock. 

Otro elemento importante en su itinerario fue su encuentro son el surrealismo, a través de la exposición Arte fantástico, Dadá, Surrealismo, que se presentó en el MoMA de Nueva York del 7 de diciembre de 1936 al 17 de enero de 1937. Aunque hay que matizar que si en Pollock toma cuerpo un cierto “automatismo surrealista”, se trata de una variante que no conduce centralmente a la visualización y representación de la imagen, predominante en el surrealismo. El automatismo expresivo de Pollock es eminentemente gestual, bucea en los elementos plásticos primarios. A través del cuerpo, la emoción y la mente.
Conviene no olvidar tampoco la gran impresión que, según él mismo manifestó, le produjo el Guernica, de Pablo Picasso, expuesto en Nueva York en 1939. Entre la segunda mitad de los años treinta y el inicio de los cuarenta, Pollock acabaría fijando su lenguaje artístico propio. Desde un punto de vista personal, fue decisiva su relación a partir de 1942 con la también pintora Lee Krasner, a quien había conocido en una fiesta navideña en 1936 y con quien se casaría en 1945. Con no pocas renuncias y sacrificios, Krasner supo propiciar la estabilidad que el turbulento y alcohólico Pollock necesitaba para poder vivir y pintar. 

Jackson Pollock pintando, junto a Lee Krasner.

Otra mujer: Peggy Guggenheim, resultó decisiva para la presentación pública y el reconocimiento de su obra. En noviembre de 1943 organizó, en la galería de arte que entonces tenía en Nueva York, la primera exposición personal de Jackson Pollock. En ese año, su “lenguaje” o manera propios quedan ya plenamente definidos: trazos, líneas y manchas de color, plenamente abiertos, diseminados, que en ningún caso buscan la figuración. Construidos con el goteo, el chorreo y el vertido de la pintura.
Pollock era muy consciente del contexto en el que trabajan los artistas modernos, con la intensa producción y reproducción de imágenes propiciada por la tecnología. En 1951, observó: “el artista moderno vive en una época mecánica y tenemos medios mecánicos para representar los objetos de la naturaleza: el film, la foto. El artista moderno, me parece, trabaja para expresar un mundo interior; en otros términos, expresa la energía, el movimiento y otras fuerzas interiores”. Esto último es, sin duda, otro dato de su proximidad al surrealismo.
Lo que Pollock construye es un intrincado laberinto de líneas y manchas de color difusas, superpuestas, diseminadas… que te llevan al vacío de la imagen, al flujo de una visión extraviada que nos conduce al líquido primordial de donde brota la vida. Lo que encontramos en sus pinturas son huellas. Un registro “musical” de la representación en el que resuena el sonido de la pintura al caer sobre el lienzo. Una partitura de los sueños del color y de la imagen no alcanzada. En definitiva, huellas de aquello que somos y ni siquiera sabemos nombrar.

Jackson Pollock pintando.

Hay otro aspecto decisivo en la madurez artística de Pollock: los numerosísimos registros fotográficos y fílmicos en los que le vemos derramándose a sí mismo en la pintura. Jackson Pollock fue, probablemente, el pintor más fotografiado, mientras pinta, de todos los tiempos. Su trabajo se muestra, y se comprende, como una práctica performativa, la suya es una pintura de acción.
Concluyo con otro párrafo de las manifestaciones de 1947 antes aludidas. Dice Jackson Pollock: “Cuando estoy en mi pintura, no soy consciente de lo que estoy haciendo. Es sólo después de una especie de periodo de ‘familiarización’ cuando veo de qué se ha tratado.” Mirar hacia dentro. Para, después, encontrarse. Desparramarse en el lienzo. Penetrar en la tela. Jackson Pollock: estar en la pintura.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.230, 16 de abril de 2016, pp. 18-19. 

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