Óscar Domínguez: La explosión de la imagen
Tras
su presentación en Barcelona, en la Galería Marc Domènech, llega ahora a Madrid una
notable exposición del pintor canario Óscar Domínguez (1906-1957), uno de los
artistas más relevantes en el ámbito del Surrealismo. Es oportuno señalar que
Guillermo de Osma fue el comisario de una amplia muestra retrospectiva de Domínguez,
que se presentó en Madrid, en la Fundación Telefónica, desde noviembre de 2001
a enero de 2002. Y que posteriormente, ya en su Galería, presentó otras dos:
una sobre las «decalcomanías» en 2006, y otra que en alguna medida coincide con
la actual sobre la última década de trabajo de Domínguez, entre 1947 y 1957, en
2009.
La
verdad es que este artista, canario de nacimiento e intensamente ligado a
la ciudad de París, donde llegó en 1929, desarrolló todo su itinerario creativo
y eligió poner fin a su vida, sigue mereciendo la máxima atención. Y en ese
sentido es también importante señalar otra coincidencia: el Museo Picasso de
Barcelona ha prorrogado la exposición «JAMAIS» [«JAMÁS»].
En este caso se trata de una muestra centrada en la recuperación de un objeto
fundamental en la trayectoria de Domínguez: un fonógrafo en el que se
introducen y sobresalen las piernas y una mano de una mujer, y que fue
presentado en París en la Exposición Internacional del Surrealismo de 1938.
Ese fonógrafo legendario, objeto de todo
tipo de ilustraciones, fotografías, e interpretaciones, se creía perdido. Pero
se acaba de recuperar, tras descubrir que Domínguez se lo había regalado a
Pablo Picasso, lo que muestra el gran aprecio que le tenía, y así se ha podido
reencontrar entre las cosas del artista malagueño. Es realmente una pieza de
gran intensidad plástica: en ella vemos una mujer-fonógrafo,
vemos cómo el cuerpo (femenino) del deseo se introduce en el sonido, que
también se puede tocar para darle principio y duración. Óscar Domínguez pone
ante nuestros ojos que la reproducción técnica del sonido permite ampliar, y en
algún caso intensificar, la experiencia erótica. En definitiva, el sonido también es eros.
Las primeras obras artísticas
de Óscar Domínguez datan de 1929, y ya en 1933, considerándose surrealista,
presentó una exposición con ese carácter en Santa Cruz de Tenerife. Hacia
finales de 1934 se integra en el grupo surrealista, y en ese ámbito despliega
un proceso creativo de amplia intensidad, de la pintura al tratamiento
plástico-irónico de los objetos, dando en todo momento libre curso al humor y a
la imaginación.
Aunque había comenzado a
experimentar con la técnica algo antes, se sitúa en 1935 su invención de las «decalcomanías», que
consiste en ir extendiendo tinta diluida sobre una hoja de papel, que se
recubrirá después con otra hoja de papel en la que se presiona con la mano. Y
luego se levanta esta segunda hoja hasta que la tinta diluida se va secando,
con lo que aparecen formas imprevistas.
Esa
técnica, que renueva las búsquedas del automatismo
puro en el surrealismo, alcanzó un eco importantísimo. André Breton la
valoró muy positivamente y sobre ella escribió que permitía “abrir a voluntad
su ventana a los más hermosos paisajes del mundo y de otros lugares”. Se
convirtió en un procedimiento que seguirían muchos otros surrealistas, y de un
modo especial Max Ernst que la utilizó en pinturas al óleo en muchas ocasiones.
La
exposición de Madrid se sitúa en la última etapa creativa de Óscar Domínguez, entre
1948 y los años cincuenta, centrada en la pintura, y en la utilización de un
procedimiento técnico: el «triple
trazo» [«triple
trait»].
Consiste en la introducción de un enmarcado con líneas de las formas y los
colores en el interior de las pinturas. Con ello se intensifica su relieve y
definición, y el resultado es que las figuras sobre el lienzo parecen estar
vivas, quietas pero a la vez en movimiento.
Se
presentan 19 piezas de una gran calidad: un dibujo, una litografía y 17
pinturas (una de ellas con un esbozo no culminado en el dorso), en las que
aparecen sus temas predilectos: revólveres, redes, talleres de
artistas, toros, pájaros, mujeres… Y siempre mezclando, superponiendo, las
formas de las figuras y objetos representados, con lo que nos introducimos en
ellos y a la vez quedan en nuestro interior cuando los vemos.
En una carta, fechada en 1951, Óscar
Domínguez escribió a su ex mujer Maud: “Ayer por la noche vi la explosión de
una bomba atómica en mi sueño”. Una explosión en el sueño, la visión de “una
extraña mezcla de todos los colores con una luz celeste en un movimiento
espiral”. Este artista de las profundidades, de la visión interior, era capaz
de plasmar en sus obras el estallido de la imagen, esa ruptura de los criterios
ilusionistas o naturalistas de la representación que en todo momento determinó
la deriva plástica del Surrealismo.
Domínguez persigue la explosión de la imagen, dejando fluir la lava del inconsciente
en un juego de doble fase, yendo a su encuentro en lo más profundo de sí y
haciéndolo brotar luego en un estallido de luz. En el dibujo, en la
decalcomanía, en la pintura.
Visto hoy, en la perspectiva que nos da
el tiempo, Óscar Domínguez es probablemente una
de las personalidades más marcadamente surrealistas de la época heroica del
Surrealismo. Y, además, en estado puro,
sin las contradicciones, o compromisos, con el orden y el autocontrol
burgueses, tan claramente detectables en algunos otros grandes protagonistas de
ese agitado espíritu de revuelta, que
de forma tan profunda impregnó y aún impregna la sensibilidad contemporánea.
* Óscar Domínguez: el triple trazo, 1948-1952. Galería Guillermo de Osma, Madrid. Hasta el 19 de febrero de 2021.
* Publicado en EL CULTURAL: - Edición impresa, 4-10 diciembre 2020, pgs. 28-29. - Edición online, https://elcultural.com/oscar-dominguez-la-explosion-de-la-imagen
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