Dufy: la luz de la pintura
La exposición de Raoul
Dufy (1877-1953),
sugestiva y muy bien planteada, que se presenta en el Museo Thyssen permite
apreciar en profundidad la importancia de un pintor, al que en ocasiones se ha
desvalorizado por su supuesto carácter mundano, reflejado en temáticas más o
menos banales: carreras de caballos, regatas, veleros, fiestas populares… Se
han reunido 93 obras, procedentes de importantes museos internacionales, entre
los que destaca el Centro Pompidou con un préstamo de nada menos que 36. Con un
hilo conductor de carácter cronológico, la muestra se articula en cuatro
secciones: Del impresionismo al fauvismo, Periodo
constructivo, Decoraciones y La luz de los colores, que suponen un recorrido
por las distintas fases y hallazgos de este artista que en todo momento
transmite a quienes miran el goce de la visión, el placer de ver.
La gran bañista [La Grande baigneuse] (1914). Óleo sobre lienzo, 244,6 x 189,8 cm.
Préstamo excepcional de la Colección GDF SUEZ, en depósito en los Musées Royaux des Beaux-Arts, Bruselas.
Una aportación de gran interés es la
presentación pública, por vez primera, de los dibujos preparatorios y de
algunos de los grabados concebidos para ilustrar la edición del Bestiario (1911), de Guillaume
Apollinaire. Dufy ilustró también libros de Stéphane Mallarmé y André Gide.
Este aspecto: su diálogo con la poesía y la escritura, junto con sus
intervenciones en el ámbito de las artes decorativas: diseños textiles,
cerámicas…, indica una voluntad expansiva del dibujo y el acto pictórico hacia
otros ámbitos de expresión.
Ventana abierta, Niza [Fenêtre ouverte, Nice] (1928).
Óleo sobre lienzo, 65,1 x 53,7 cm. The Art Institute of Chicago.
La calidad de las
pinturas reunidas es, en general, sobresaliente. Predominan las de pequeño y
medio formato. Hay algunas verdaderamente excepcionales, que hacen posible
reconocer la verdadera importancia de Dufy en el arte del siglo veinte, como La gran bañista (1914), Ventana abierta (1928), la acuarela El estudio, interior (1929), La reja (1930), y sobre todo la
bellísima El campo de trigo (1929),
ante el que uno tiene la sensación de que Van Gogh, reencarnado, forma parte
del fauvismo o del grupo
expresionista alemán El jinete azul.
El estudio, interior [L'Atelier, intérieur] (1929).
Acuarela sobre papel. 51 x 65 cm. Gemeentemuseum, La Haya.
Resulta
curioso considerar cómo los encuadramientos históricos de los artistas a veces
son más un obstáculo que una vía de comprensión. La cuestión resulta central precisamente
en el caso de Dufy, uno de los más relevantes artistas franceses del gran
periodo de las vanguardias, que, sin embargo, queda siempre como “fuera de
sitio”. A ello contribuye que no se quedó “quieto” en una línea o tendencia
concreta: de su paso inicial por el impresionismo, a su interés e inmersión en
el fauvismo, sobre todo por la fuerte
impresión que le produjo la obra de Matisse, y luego el impacto de los
planteamientos analíticos de Cézanne y el cubismo. Sin embargo, la obra de
Raoul Dufy siguió siempre una estela propia, mantuvo un acento personal, una búsqueda a la vez lírica y
hedonista en el ámbito de la pintura. Algo que se podría sintetizar en estos
términos: mira el ritmo cambiante de
las formas y la vida, más allá de las apariencias banales, repetitivas, y goza,
disfruta, con esa visión que va más allá.
La reja [La Grille] (1930).
Óleo sobre lienzo, 130,2 x 162,5 cm. Colección privada, Suiza.
Y
justamente eso es lo que le da una consistencia y una proyección importantes.
Dufy es, ante todo, un pintor excepcional, capaz de modular a través de la
combinación y el juego de formas y colores, la visión y la representación de la
vida, siempre más allá de la mera apariencia. En él, la pintura está en el eje, como podemos leer en una de sus
anotaciones: “Pintar es hacer aparecer una imagen que no es la de la apariencia
natural de las cosas,
pero que tiene la fuerza de la realidad.” [Cuaderno
de notas 23, hacia 1947].
El campo de trigo [Le Champ de blé] (1929).
Óleo sobre lienzo, 130 x 162 cm. Tate Gallery, Londres.
Ir más allá de las
apariencias supone un planteamiento alejado de la reproducción mimética y de
una concepción meramente sensible, retiniana, de la pintura. En 1930, situaba su
objetivo como pintor en la búsqueda de lo
verdadero. Y expresaba así su distancia con los impresionistas: “Los
impresionistas buscaban las relaciones de las manchas de color entre ellas, lo
cual estaba bien; pero nosotros necesitamos algo más que únicamente esa
satisfacción de la visión. Hay que crear también el mundo de las cosas que no
se ven.”
En consecuencia, hay que
advertir que en Dufy la imagen pictórica brota de dentro, de la interioridad, y
se articula en un juego de la representación con la plasmación analítica de la
percepción de los espacios y con la utilización de los colores como vehículos
de reverberación de la luz. En 1951, afirmaba: “Seguir
la luz solar es perder el tiempo. La luz de la pintura es otra cosa, es una luz de
distribución, de composición, una luz-color”. Es ahí, subraya Dufy, donde se
sitúa lo que él mismo llama su “sistema” y su “teoría”, que se identifica con
“la visión del pintor”, mediante la cual “aísla su objeto y crea para él una
luz propia con su color”, y con ello no forma ya parte de la naturaleza, sino
del arte.
*
Raoul Dufy, comisario: Juan Ángel
López-Manzanares; Museo
Thyssen-Bornemisza, Madrid, del 17 de febrero al 17 de mayo de 2015.
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.176, 28 de febrero de 2015, pp. 20-21.
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